Transfigurados por su amor

lunes, 6 de agosto de 2018
image_pdfimage_print

06/08/2018 – Hoy celebramos la fiesta de la transfiguración, en la catequesis reflexionamos en torno al Evangelio del día:

Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”.De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. 

San Marcos 9,2-10

 

 

Balthasar dice que “La transfiguración no es un anticipo de la Resurrección, en la que el Cuerpo de Jesús se verá transformado en dirección a Dios, sino, al contrario, la presencia del Dios Trinitario y de la historia de salvación entera en su Cuerpo predestinado a la Cruz”.

¿Qué quiere decir?

Que lo que Jesús desvela por unos instantes a los ojos de sus discípulos amigos es lo que acontece en su interior: cuál es el diálogo que habita su corazón, sus pensamientos y sentimientos mientras comparte con ellos los caminos de la historia. Jesús metido en la vida cotidiana de la humanidad, anónimo en la opacidad de su cuerpo –como uno de tantos-, deja que se trasluzca el secreto del cielo interior en el que vive. En el Cuerpo de Jesús habita la historia de Salvación entera.

La historia de la salvación tiene su piedra angular en el Cuerpo de Jesús nuestro Señor. Al topar con él o se edifica o se tropieza. Lo que no se transfigura en Jesús se desfigura.

En el Cuerpo del Señor se recapitula la historia y la vida de cada persona y de toda la humanidad: de ese Cuerpo mana la fuente de la vida y de la santidad; de ese Cuerpo nos alimentamos, de Él bebemos, en Él nos injertamos para dar fruto como los sarmientos a la Vid, en torno a Él nos reunimos para que nos apaciente como el Buen Pastor a sus ovejas, si su Cabeza se recuesta en el cabezal de nuestra barca para descansar, estamos seguros en medio de cualquier tempestad.

Y no solo recapitula para atrás sino también para adelante: ese Cuerpo es el que la Madre Teresa experimentó que tocaba con sus manos al tocar la carne doliente de las personas que recogía de la calle; ese Cuerpo fue el que abrigó Hurtado con su sobretodo cuando lo vió empapado de frío aquella noche de invierno y le hizo abrir los ojos para ver que “el pobre es Cristo”.

El Cuerpo de Jesús obra como transfigurador de toda realidad: en él las cosas y las personas adquieren otra densidad, revelan otra dimensión de la que comunmente vemos y experimentamos. El Cuerpo del Señor permite catalizar todo lo bueno y purificar todo lo malo.