Un Dios que se conmueve

jueves, 16 de enero de 2014
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16/01/2014 – En la Catequesis, el P. Daniel Cavallo, desde el evangelio del día hizo una reflexión en torno al amor que es capaz de borrar las barreras. El evangelio narra la conmoción de Jesús frente al pedido del leproso.

 

Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: "Si quieres, puedes purificarme". Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: "No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes. 

Mc 1 , 40-45

 

Un amor que sale al encuentro del otro

El evangelio de hoy nos vuelve a mostrar esta realidad del amor de Dios. Como dice el documento de la Iglesia "Gaudium Et Spes", nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. Jesús al encontrarse con el leproso siente compasión y se conmueve.

La conmoción es diferente a la lástima. Lástima es mirar por arriba del hombro, y quien la siente se cree más que el otro, lo hace desde la superioridad. La conmoción sale de las entrañas, es un movimiento íntimo. Conmoverme, es moverme con el otro. Jesús no le tuvo lástima al lepreso, sino que se "conmovió", poniéndose a su altura. En la historia de la redención, Dios se agacha y se pone a nuestra altura.  Se mueve al ritmo de nuestros sentimientos.

Dios es Amor, y el amor no margina. En tiempos de Jesús quien padecía lepra se entendía que contenía una situación de pecado que por diferentes motivos acarreaba. Eso suponía que el enfermo tuviera que habitar lugares fuera de la ciudad. Existía una marginación social y religiosa, porque el leproso no podía manifestar su relación con Dios. Quien se contactaba con un leproso contenía una impureza social y religiosa. Jesús, conociendo la ley, la trascendió.