Un hijo, un regalo original

jueves, 8 de noviembre de 2007
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El 12 de mayo de 1994 nació mi Catalina, un solcito en aquella mañana de otoño, sana, robusta y más encima linda…realmente bonita: ¡Mi tercera hija…! No podía más de felicidad…la alegría no me cabía en el pellejo. Recuerdo que, cuando mi mamá entró en la pieza, yo le dije: ¡Otra niñita!¡Otro vestido de novia que diseñar!

 

Fue creciendo: malula, cariñosa, expresiva…cada día más bonita…pero no hablaba…Los días, semanas y meses pasaban y ella demostraba cariño, creatividad y agilidad a toda prueba…Pero no hablaba…El 21 de marzo de 1997, Chapell Hill,USA, mi niñita fue diagnosticada como autista.

 

Se murió Catalina, aquella del vestido de novia, aquella que iría a la católica como el papá y como la mamá, aquella que algún día me haría abuela y saldría con sus hermanos. Me sentí como una muñeca de trapo que agarra una ola.¡Tanto dolor!¡Indescriptible dolor!…Se murió mi niña, a la que le arreglaría el pelo y le enseñaría a pintarse, con la que nos reiríamos después de una fiesta…Se murió, se me murió aquella que yo imaginé.

 

Una nueva Catalina con todas sus limitaciones, con su propio mundo excluyente, con su modo particular de sentir, de expresarse, de reír y de llorar; distinto al mío, distinto al de sus padres y sus hermanos, única e irrepetible.

 

El autismo comenzó a aflorar. Todos los días un nuevo síntoma, todos los días un cambio en nuestra rutina, en nuestros planes propios y familiares, para tratar de acogerla, para tratar de entenderla, para tratar de ayudarla …para seguir viviendo felices. Me prometí que el autismo que tenia atrapada a mi catalina, no nos atraparía como familia. Dentro de mí grité mil veces desafiante: ¡Seré feliz! ¡Seré feliz! ¡Seremos felices! Aunque en eso se me vaya la vida…¡¡Dios ayúdame a ser feliz, ayúdame a hacer feliz!!

 

Durante mucho tiempo fui diariamente enterrando mi idea de ella. Todas las noches fui a su funeral, todas las mañanas asistía al parto de esta nueva hija, de mi Catalina autista, aprendiendo a ser la mamá que ella necesitaba.

 

Comenzó una nueva etapa para ella, para mí, para sus hermanos y papá; para nuestra familia. Nos acostumbramos a vivir puertas adentro, bastante solos. Se acabaron las invitaciones de amigos y parientes, los almuerzos familiares, cualquier actividad recreacional planificada. Mucha gente cercana al vernos, cruzó la calle…Por no saber qué decir, por la lata a los posibles rollos…Los más por alejarse del sufrimiento…Algo así como: “no sea que se me pegue”.

 

¿Qué ha pasado en estos cuatro años? Morí muchas veces: de pena, de rabia, de egoísmo, de soberbia: Morí para empezar a vivir de otra forma, donde Catalina es una parte importante de nuestra familia, pero no la pieza fundamental. Es un engranaje donde todos encajamos perfectamente, donde nos necesitamos y nos queremos, donde todos aprendemos de unos y de otros, donde se necesita espacio individual y de normalidad y también espacio de tolerancia, paciencia y toneladas de amor para todos, no sólo para ella.

 

Morí para empezar a vivir de una mejor forma, que me ha hecho más plena, donde veo crecer a mis demás hijos, lejos, mejores personas de lo que yo quizás algún día pueda llegar a ser. Los veo alegres, inteligentes, solidarios, pacientes, tolerantes…sin duda Catalina es la gran artífice de todo esto.

 

Damos una lucha diaria por la felicidad propia y la de los otros, hemos comprendido que lo importante es aquí y ahora. Valoramos a los que han estado con nosotros y hemos llegado a entender a aquéllos que se alejaron. A veces, los hemos mirado con tristeza deseando-de todo corazón-que no les toque algo duro porque los vemos débiles, centrados en lo superfluo, dando todo por descontado.

 

Hemos aprendido a disfrutar con los pequeños logros de nuestra Catalina, con sus pequeños balbuceos, con sus ojitos puros y sus manitos tibias, con el milagro de tenerla con nosotros…a su manera, no a la nuestra. Hemos entendido lo relativo de la felicidad y en verdad damos gracias por lo que tenemos, por lo que nos toca y por lo que nos llega. Porque finalmente estamos vivenciando que toca lo que se necesita para crecer, para mejorar…para amar de un modo más incondicional, a ella, a nuestros niños, a los demás…a nosotros mismos.

 

Es fácil ser feliz cuando todo marcha bien, pero requiere de mucha voluntad y amor ser y hacer feliz cuando las aguas están menos calmas. Creo firmemente que la felicidad es una meta que podemos lograr, si no es hoy, será mañana…El punto está dónde uno pone la vara para medirla. Hay que ser feliz con lo que se tiene, dejar de perseguir ilusiones, delirios de felicidad por venir…la felicidad es aquí y ahora, con lo que nos tocó.

 

Cuando veo a mi niña reír, sentirse amada, estar confiada; creo que tengo la suerte de tenerla como recordatorio diario, de todo eso, de mis talentos, de mis virtudes, de mis miserias… ¡Por Dios que es necesario en esta vida tan rápida!

 

Yo soy feliz, por la Catalina y a veces a pesar de ella. Lo que nunca puede pasar es que le echemos la culpa al “empedrado” de nuestras desgracias, propias y ajenas. Debemos entender que somos los artífices de la alegría de nuestras vidas. Eso lo he aprendido con cada uno de mis hijos.

 

¡¿Qué es difícil?! Nadie dijo que iba a ser fácil! ¿Qué contestaría si me dieran a elegir entre un hijo sano y otro enfermo? Obvio que escogería uno sano, amo infinitamente a Catalina y a cada uno de mis hijos y pienso que cada día estoy más preparada para ver en cada uno de ellos sus necesidades especiales, particulares y propias, porque Catalina me ha enseñado que cada niño es único e irrepetible y viene a este mundo a ser amado tal cual es.

 

Espero mi quinto hijo, nacerá en los mismos días que Catalina cumpla ocho años; espero que nazca sano y siga así…Pero más que nada lo espero, espero a este hijo a secas, ni a un hombre, ni a una mujer, ni sano ni enfermo…Sólo espero a MI HIJO, de la mano de Nuestro Señor, de la mano de la Madre María, como una niña pequeña, alegre y confiada.