“Una viejita tucumana con manos curtidas definió mi vocación”, sostuvo el mercedario Emilio Córdoba

lunes, 3 de octubre de 2022
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03/10/2022 – Fray Emilio Córdoba Martín es un sacerdote mercedario que acompaña la comunidad del León XIII en el barrio Villa Rivera Indarte de la ciudad de Córdoba. Emilio es el superior del convento y formador de los seminaristas. “Tengo 39 años. Nací en San Miguel de Tucumán el 14 de octubre del año 1982. Mi mamá de llamaba Teresa Martín y era maestra y mi papá se llama Juan Manuel Córdoba, empleado judicial, hoy ya jubilado. Tengo dos hermanos, Adriana y Juan Pablo. Mi casa, una casa sencilla en el barrio Villa Alem, al sur de la capital tucumana. Era la casa de mis abuelos maternos Alejo y María Dolores , a la que le decíamos Lola. Una familia de mucha fe, al principio con sus vaivenes en cuanto a la participación eclesial. Recuerdo que mi abuela y mi mamá nos hacían rezar antes de dormir. Ahí aprendí los primeros rezos”, aseveró.

“Hice la primera comunión y la confirmación en la catedral de Tucumán porque una prima de mi papá trabajaba allí de secretaria. Recuerdo que las catequistas de confirmación nos invitaban a insertarnos en algún grupo en la comunidad. Fue así que me sumé en los prejuveniles de la Acción Católica en la parroquia San Pedro Nolasco de los mercedarios, que queda a 3 cuadras de mi casa materna. Tengo muy lindos recuerdos de esos tiempos. Luego ingresé al secundario, al Instituto Técnico de la Universidad Tecnólogica Nacional de Tucumán. Era una escuela de doble jornada y eso me llevó a alejarme del ámbito del grupo juvenil. De todas maneras, seguía participando de la misa dominical y luego también de algunos eventos con mi papá que estaba en Cáritas parroquial. Por ejemplo, el locro del 25 de mayo y del 9 de julio para recaudar fondos para los comedores de la parroquia. Pero como que no me alcanzaba y siempre me quedaba ese deseo de volver al grupo juvenil (así interpretaba yo ese deseo de “algo más” en aquel momento”, dijo Emilio.

“Durante el tiempo del Adviento en el 2002 llegan a mi casa unos misioneros de la parroquia visitando las familias y bendiciendo los arbolitos de Navidad. Y ahí, Lorena, que había sido compañera mía en el grupo juvenil me vuelve a invitar. En marzo del año siguiente me sumo con todo. Ahí me sumo al grupo juvenil mercedario y empiezo a participar de todas las propuestas, las misiones barriales, convivencias, retiros, íbamos a dar apoyo escolar en uno de los comedores de la parroquia. Una misión que recuerdo con mucho cariño, fue una en un pueblito llamado El Cortaderal, cerca de Leales, pueblo de trabajadores de la caña de azúcar, gente muy sencilla y con una fe enorme. Nosotros éramos 12 jóvenes que a lo largo de una semana estuvimos visitando las casas, bien distantes una de la otra y parando en una capillita muy pequeña rodeada de cañaverales. Creo que ahí me surgió la inquietud de por qué no vivir mi vida en misión”, indicó Córdoba.

“Un año, para el 24 de setiembre, era costumbre que algunos jóvenes y adultos se consagraran a María de la Merced. Y allá fui yo. Había que hacer una preparación, formación del carisma, visita al hospital de niños y unos días antes confesarse. Resulta que voy a confesarme y le cuento al sacerdote mercedario el por qué lo estaba haciendo y las cosas que estaba viviendo. Y él es el que me invita a participar de un encuentro de discernimiento vocacional. Yo le pregunté donde era, él me dijo: “en Buenos Aires”. Y en ese momento lo descarté por completo. Para entonces yo estaba estudiando Ingeniería eléctrica y me pensaba como ingeniero y con una familia. La cuestión es que terminé yendo al encuentro en Buenos Aires. Hice poco más de un año de discernimiento vocacional y, en 2005 ingresé al postulantado de la Orden de la Merced y aquí estoy. Podría entrar en muchos más detalles y anécdotas, pero en mi caso fue ir descubriendo el llamado de Dios en esa vida cotidiana, y con la ayuda de otros tratar de discernir qué me pedía Dios y cómo podía responder yo a ese llamado. Quiero decir con esto que no se me abrió el cielo y me dijo Dios lo que tenía que hacer. O tal vez sí, pero de una manera mucho más cotidiana y encarnada, a través de personas y situaciones o momentos significativos en mi vida”, manifestó.

“Hoy soy formador de los futuros religiosos mercedarios. Vivo en el colegio León XIII en donde me ocupo junto con un equipo de la pastoral educativa. Y también acompaño algunos proyectos sociales de promoción humana que funcionan en la comunidad. Entre ellos el “Programa Las Casitas”, para mamás que han atravesado situaciones de violencia junto a sus niños. Les conté que alguna vez me pensé también como padre de familia, y la verdad que el Señor me sorprendió porque hoy tengo una familia enorme. Vieron ese pasaje del evangelio de Mateo 19, 29, que dice “el que a causa de mi nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más…”, pues bien, es así. Esa familia que les digo que tengo está formada por mis hermanos de comunidad y también por muchos laicos y laicas con quienes compartimos la misión redentora mercedaria (“¿quiénes son mi madre y mis hermanos? Aquellos que escuchan la palabra de Dios y la practican”, cfr. Mt 12, 50). Son muy lindas las mesas de navidad en el León XIII, mi comunidad. En esas mesas solemos compartir los hermanos, con algunos familiares que nos visitan y las mamás con sus hijos de los hogares del programa “Las Casitas”. Son mesas largas llenas de mucha vida e historias de redención y liberación. De alguna manera siento que expresa la mesa eucarística que celebro cada día y especialmente cada domingo, mesa donde todos caben y que nos hermana, anticipo del banquete celestial del Reino de Dios. Y la vida consagrada está llamada a ser eso con su testimonio, anticipo de la dinámica del Reino de Dios, Reino de paz y de Justicia”, subrayó el religioso mercedario.

Finalmente, fray Emilio rezó esta oración a la Virgen de la Merced, tan sentida para su congregación en Argentina:

María, Madre de la Merced,

Tú has experimentado como nadie la misericordia del Padre,

y has participado en su manifestación

mediante el sacrificio de tu corazón al pie de la cruz.

Tú, interviniste en una noche de la historia

a favor de los cristianos que sufrían cautividad

y se encontraban en peligro de perder su fe.

Y hoy sigues haciendo presente el amor de Dios entre los hombres,

los que sufren, los pobres, los perseguidos, los oprimidos.

Escucha nuestras súplicas.

Rompe las cadenas que nos atan y nos impiden ser libres

y conviértenos en redentores y liberadores,

para que llenos del amor de Cristo,

dediquemos nuestras vidas a promover la verdadera libertad

y dignidad de los hombres,

aquella que permite la comunión con el Padre

y la fraternidad con Cristo y los hermanos.

Amén.