Unimos nuestros sufrimientos a los padecimientos de Cristo

miércoles, 3 de octubre de 2007
image_pdfimage_print
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres como un hombre de dolores acostumbrado al sufrimiento ante el cual se ocultan los rostros. Despreciado, desestimado El soportó nuestro sufrimiento y aguantó nuestros dolores. Nosotros lo creíamos leproso, herido de Dios, humillado pero El fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre El. Sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas cada uno siguiendo su camino y el Señor cargó sobre El todos nuestros crímenes. Maltratado se humillaba y no abría la boca como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador. Enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron. Quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos. Por los pecados del pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados. Una tumba con los malhechores aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento.

Isaías 53, 1 – 10

El cántico de Isaías, una belleza poética si las hay, donde se entrelazan el drama, el dolor, el sufrimiento y la muerte con la presencia de aquel que lo supera todo por la ofrenda del amor que con la misma experiencia de vejación, de humillación, de ser triturado, de pasar por los lugares de mayor dolor, con esa misma entrega de la vida hace que tengamos vida. Dice Isaías, quien nos regala ésta fotografía del misterio de Jesús, la imagen del siervo sufriente, del pobre de Yahvé.

Claro el mensaje que aquí se nos da del triunfo, de la victoria, de cuanto vence la vida, el amor, la entrega de uno y de otro en el momento crucial, más duro. Cristo no muere para perder la batalla. Muere para vencer al mal, muere para terminar con lo que vino a amenazar el valor más grande que el hombre recibió en el momento de la creación, la vida. Viene para terminar con toda amenaza de muerte.

Muere y da vida. Vence la muerte. Y lo hace para tener una descendencia. ¿ que descendencia? Muere para prolongar sus sueños. Es Jesús, la primicia martirial donde todo dolor, todo sufrimiento, todo agobio del alma, toda pena, todo peso interior puede encontrar un cauce por donde darle sentido a lo que en realidad es un sin sentido para quien fue creado justamente en el sentido contrario. No hemos sido creados para sufrir, no hemos sido creados para penar.

Hemos sido creados para gozar. El alma como principio de vida interior más hondo que llevamos dentro aspira, desea, anhela la felicidad en plenitud y por eso cuando nos encontramos con el dolor bajo cualquiera de las formas tenemos primero como una reacción de rechazo. Sin embargo ha sido el pecado el que ha introducido las consecuencias más dolorosas con las que el hombre se encuentra entre ellas la muerte como la más terrible y todo lo que rodea el acontecimiento de atentado contra el don más grande, el de la vida.

De allí que cuando padecemos o sufrimos nosotros reaccionamos negativamente. Sin embargo con la experiencia de la vida nos damos cuenta que es inevitable el dolor, es inevitable el sufrimiento. Como asumirlo? ¿ como vivirlo?¿ que sentido darle? El crucificado: Jesús, el que Isaías en ésta bellísima poesía nos presenta es el que permite darle cauce a todo el dolor y transformarlo en una fuente de vida para todos los que creyeron que no había luz detrás del dolor y de la muerte.

Dice Pablo: nosotros completamos con nuestra vida lo que le falta al sufrimiento de Cristo Jesús. Es decir somos con El corredentores. Somos parte del Cuerpo de Cristo y en éste sentido nos sumamos a su misterio. El Cristo de la Pascua, el que murió por nosotros sigue ofrendando su vida y lo sigue haciendo porque sigue redimiendo con la ofrenda de su vida. Quien es ese Cuerpo de Cristo que se ofrenda en nosotros: El, la cabeza, y nosotros.

Por eso formamos parte de un único misterio que lo celebramos y nos alimentamos en la Palabra y particularmente en la celebración Eucarística donde se repite incruentamente el misterio pascual. Para seguir entregándose hasta el final del tiempo. Las Pascua no ocurrió hace dos mil años y dejó de acontecer, sigue aconteciendo y acontece en el cuerpo de Cristo que somos nosotros, la cabeza Cristo Jesús y nosotros miembros de ese cuerpo con El .

Somos ofrenda para Dios de la vida con Jesús para dar vida en esa ofrenda. Ya no basta decir hay uno que lo pagó todo por todos. Es como muy fácil ésta expresión. A veces como para nosotros que somos como mercaderes calculadores ya no basta adosar a la sangre de Jesús todo el peso de nuestras locuras por así decirlo. Para los lujuriosos como nosotros es demasiado cómodo resolver el problema de nuestra entre comillas dulce vida vivida hasta la consumación de nuestras idolatrías contentándonos con decir que en la cruz alguien ha resuelto nuestro sin sentido. Basta, no es suficiente. Tendremos que completar en nosotros, como dice Pablo, lo que le falta a la pasión de Cristo Jesús.

El texto está en Colosenses 1,24 Y con amor y movidos por ese amor y metidos dentro de ese misterio. El dolor y el sufrimiento en la vida humana a partir de la experiencia de pecado que trae como consecuencia más dolorosa la muerte y en torno al símbolo y la realidad de la muerte, todo dolor y todo sufrimiento, resulta para el hombre un hecho de vida. No es que uno pueda elegir no sufrir. En todo caso puede elegir como orientar y darle sentido a su sufrimiento. Es distinto.

Yo no puedo evitar el dolor. Es una experiencia vital. Es una experiencia desde el momento en que nacemos. Nacemos y un grito que se pega porque aparecemos a la vida con el hecho de abandonar el seno materno y entrar en el seno de la comunidad que nos recibe con los brazos abiertos y nos vamos a la otra vida posiblemente también con el dolor del desprendimiento de los que dejamos y ya allá si definitivamente desaparece a no ser que entremos en el tiempo de la purgación de nuestros pecados no purgados en la vida. Eso parece todo dolor y todo sufrimiento.

Porque allí si en el cielo está la plenitud total. Mientras somos hombres y mujeres que pisan sobre ésta tierra buscando su destino final el hecho de sufrir y padecer, el de lo nuestro. Cuando la cosa viene cruzada para nosotros es que viene con cruz pero no es para que arruguemos, para que achiquemos. Es para que entendamos que allí donde la mano viene dura hay vida, siempre donde la cosa viene complicada, viene difícil hay algo de vida que se está escondiendo y nosotros permanecemos de cara a lo que viene duro, cruzado, anudado, enredado, difícil.

Es como dicen un parto de cola. A lo que viene pariéndose difícilmente cuando lo asumimos con la fe puesta en el crucificado que tan bellamente lo relata el profeta Isaías nosotros entendemos que detrás de todo eso está la vida porque para nosotros la muerte no es la última palabra. El sufrimiento que nos toca atravesar es el último sentido que tiene la historia. En realidad sería el sin sentido de la propia historia. El sentido último de la historia está en el gozo, en la alegría, está en la plenitud, que se viene sabiendo atravesar lo que más nos duele, lo que más nos cuesta, lo que más nos resulta doloroso significativamente crucificante.

La luz se esconde detrás de las sombras que cubre nuestras realidades de muerte. Está allí la luz esperándonos para darle sentido, valor y luminosidad a toda nuestra vida. Y cuales son las cosas en las que somos invitados a sumarnos al proyecto pascual? Todas, absolutamente todas. Porque la dinámica de la evolución de la vida es ruptura con lo que fue y apertura a lo que viene desde que nacemos hasta que morimos. Siempre dar un paso en la vida de crecer y madurar pasando por las distintas etapas, siempre es un dejar atrás y afrontar lo que viene.

Cuando esto se detiene se arma el charco y cuando se arma el charco es decir cuando el agua de la vida se detiene y se arma la laguna aparecen los mosquitos, los malos olores, el olor a podrido y cuando el agua deja de correr todo se pone más feo. Mientras la vida sea vida y esto nos haga enfrentar lo que tenemos que enfrentar de dolor y de sin sentido que trae el dolor no hay forma de que pueda más aquello que la vida que corre.

La primacía del martirio que nos ofrece Jesús es eso primacía pero no primero y último. Es el primero para que otros con El entendamos que es solo a través de la ofrenda de la vida como se alcanza la vida, como se vence la muerte y cualquiera de las formas en las que ella aparece anticipándose porque te duele ahí donde más te duele o porque te encontraste con la dificultad con la que te encontraste. Todo encuentra su cauce en la cruz por eso Jesús va a decir: cuando yo sea elevado en lo alto voy a atraer a todos hacia mi.

Es decir cuando sea crucificado es como si un imán grande atrajera todo el dolor, todo el sin sentido, toda la angustia, toda la tristeza, toda la oscuridad a todos los que no encontrábamos sentido en la vida empezamos a encontrarlo cuando nos dejamos atraer por el misterio pascual de Cristo Jesús que nos invita a ofrecer la vida con El y por El.

Pablo dice: nosotros anunciamos a Cristo y a Cristo crucificado. Nos acercamos a ustedes no con la elocuencia de la sabiduría humana sino con la predicación del misterio de la Pascua de Cristo Jesús. Sean el que revolucionó la predicación en el comienzo mismo de la Iglesia al presentar el misterio en su esencia, en su raíz, en su sentido más hondo y más profundo. A partir de El se volvieron significativos los sufrimientos en la figura del más torturado de los hombres, el ciervo de Yahvé como le llama el profeta Isaías.

Jesús en calidad de rey, el ungido, es el salvador. Mesías en hebreo significa rey. El que presenta Isaías es el anti-rey, el anti-héroe digámoslo así. Como antítesis de los modelos de reyes que siempre fueron como ambiciosos, egoístas, deseosos del poder, constructores de una identidad a favor del si mismo apartado de los demás sin importarle la suerte de los otros.

El anti-rey dice Isaías en el texto que hemos compartido hoy será el verdadero rey, el modelado por Dios. Un rey de fraternidad y dulzura. Será en el mundo la paz definitiva, el destierro del odio por la presencia suya y eso se simboliza con la imagen de el cordero morará con el lobo y junto a la guarida de la serpiente jugará el niño pequeño. Es decir es un rey pacífico que carga con la pena que generó el pecado y las consecuencias que trajo éste particularmente en relación a la muerte. El Mesías es el rey que no viene a aplastar a la gente con su poder político sino el que viene a redimir a la humanidad con la fuerza que hay en su Espíritu.

Este es el que le permite dejarse bofetear. Este es el que lo sostiene frente a los escupitajos. Este es el que lo tiene de pie ante la humillación porque detrás de todo esto, esto pasa y lo otro que viene queda. Es la gloria del Padre a donde El apunta y donde conduce a los que carga sobre sus propios hombros y los lleva con El para terminar de vencer aquello que es verdaderamente humillante. La más honda de todas las humillaciones.

La serpiente es símbolo de la caída y la decadencia humana. Ahora será amiga del niño, dice Isaías. El drama del odio va a ser superado por el amor. En esa calidad fue visto por Isaías el rey. Lo crucifican como traidor. El pueblo se pregunta por su dolor, por el sufrimiento del hijo de Dios.

Como dice Charpentier en su lectura de los Evangelios. Pablo intenta comprender si Dios lo glorifica es porque su muerte entraba en sus planes por tanto hay que repasar las escrituras. Los poemas del siervo doliente. Le ofrecen sobre todo la respuesta dice El. Es lo que el Señor hace cuando se encuentra con los discípulos de Emaús y les explica las escrituras. Acaso no dice la Palabra que esto tenía que ocurrir cuando llegara el Mesías.

Lo que pasa que cuando uno espera que las cosas se dan como uno sueña no incluye en su sueños el dolor, el sufrimiento, el costo. No incluye en su proyección y en su perspectiva de lo esperado lo que supone alcanzar lo esperado. Porque no hemos sido hechos para el sufrimiento. Hay que educarse frente al dolor. Hay que disciplinarse frente al sufrimiento, no poniéndole más carga que lo que ya tiene la vida misma. No inventándose algún dolorcito, ni metiéndose alguna piedra en el zapato, ni dándose con un látigo.

La vida misma tiene de suyo mucho para ser ofrecido si queremos vivir en plenitud de comunión con Jesús en las cosas de todos los días. Lo que más nos cuesta hoy tiene un gran valor mañana y cuando pasa el parto, la mujer se olvida de los dolores porque tiene el niño entre sus manos. La vida es un parto donde nos vamos gestando en la luz. El parto es doloroso pero cuando aparece la luz el dolor que da en otro lugar.

En el monte de Albernia la oración de Francisco de Asís puede ayudar. El recibe las estigmas al final casi de su vida. Allí oraba Francisco movido por el Espíritu: Señor Jesús te pido dos gracias para que me las concedas antes de que muera. La primera que sienta en el alma y en el cuerpo en la medida de lo posible el dolor que tu dulce Jesús soportaste en la hora de la cruelísima pasión.

La segunda, que sienta en mi corazón en la medida de lo posible ese extraordinario amor que a ti hijo de Dios que abrazabas a punto de soportar de buen grado por nosotros pecadores una pasión tan terrible. Ayuda para la madurez de la vida.

Claro uno no tan fácil lo dice y cuando lo dice rápidamente entiende que es lo que está diciendo pero al repetirla el decirla esta oración con Francisco nos puede ayudar para ir aprendiendo a madurar frente al dolor que golpea la puerta de casa todos los días aún cuando no queramos y de hecho y de hecho no lo queremos ni lo buscamos, ni lo anhelamos.

Pero cuando lo encontramos? Cuando lo encontramos nada mejor que poder unirnos al misterio de Cristo Jesús y hacernos uno con El para como decíamos con Pablo en la Carta a los Colosenses capítulo 1 verso 4 al 24 podemos nosotros completar con Cristo lo que falta a los sufrimientos en favor de los hermanos que esperan la gracia de la redención.