El camino de transformación en Dios

martes, 24 de enero de 2017
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24/01/2017 – En esta catequesis en torno al Bautismo, el Señor nos regala como gracia que podamos ser inmersos en la gracia de la vida nueva.

La palabra de Dios nos dice: “del cielo descendieron unas lenguas como de fuego que por separado fueron cada una sobre ellos, todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas según el Espíritu les permitía expresarse” Palabra de Dios

Estas lenguas de fuego que descienden sobre los discípulos vienen a purificar sus corazones para que puedan experimentar ellos mismos lo que Moisés en el desierto experimentó cuando contempló la zarza que ardía y no se consumía y hacía que el discípulo de Dios se tuviera que desojar de sí mismo. Ellos también cuando reciben esta gracia bautismal en el Espíritu sufren una cierta purificación interior que los hace despojarse de toda la estructura que acompañaba su camino en Jesús y comienza ahora un nuevo camino, el del seguimiento del Señor que está vivo y resucitado.

El Cristo histórico que compartió con ellos el peregrinar en Galilea ha modificado su modo de estar presente en la comunidad, ahora resucitado implica en los discípulos una adhesión distinta. El estado nuevo en el que Cristo se encuentra los modifica también a ellos en su manera de estar en el mundo, y esto es por obra del Espíritu Santo, que es el que actúa en el corazón de todo bautizado.

Somos bautizados en el Espíritu Santo para ponernos en comunión plena con Cristo Jesús y lo que el Espíritu obra en nosotros es una nueva manera de entendernos y de entender la realidad para que en Cristo todo sea modificado y transformado. Nosotros primero y desde nosotros la realidad que Dios pone en nuestras manos para colaborar con él en la recreación del mundo.

Bautizados en el Espíritu Santo para que por esa gracia del don del Espíritu nosotros podamos transformar la realidad, esto es lo que el Espíritu hace cada vez que toca una persona o a una comunidad, la hace nueva, él viene a modificar nuestra estructura de mirada, de comprensión para que ya no sea un acto epidérmico, emocional o intuitivo sino que incluyendo todo esto sea en el Espíritu como Dios nos permita ver desde nuestra humilde posición para transformarla, para cambiarla.

 La experiencia de vínculo con el Espíritu es una experiencia purificadora. Purificados en el Espíritu Santo para que en el Espíritu Santo transformar la realidad.

 Dios nos transforma y purifica

Dice el libro de Kempis, dos modos tiene Dios de visitar el alma por el consuelo y por la prueba. No tenemos que tener miedo, ni tenemos por qué asustarnos ni pensar tan rápido que si estamos en el momento del consuelo Dios nos dará la gracia para sostenernos cuando llegue el momento de la prueba. Dios está en nosotros, tranquilo, y tampoco estar tristes si estamos visitados por la prueba y la sensación de vacío y soledad pensando que Dios nos abandonó, que no tiene sentido nuestra vida, y nos asalta la desolación, cuando ese sentimiento nos gane el corazón pensar que pronto seremos consolados.

En el camino de la purificación interior suele darse de estos dos modos: el consuelo y la prueba. En el consuelo suele darse el impulso en ir hacia adelante, en ordenar la vida a partir de la luz que en el consuelo nos muestra lo que no está bien en nosotros y en la prueba se nota más porque supone por parte nuestra un mayor esfuerzo para poder sostenernos en el trabajo. Pero de los dos modos Dios nos hace trabajar, cuando nos consuela y también cuando estamos desolados. Y es por el camino del trabajo profundo en nuestro ser, por donde la vida se va purgando, purificando y ordenando.

Solamente puede cambiar la realidad quien ha sido transformado en sí mismo. La gran vocación del bautizado es ésta, hacer del mundo en que vivimos, un mundo según Dios lo soñó, lo pensó y busca recrearlo.

Para cambiar el cosmos y el mundo, primero es el micro cosmos y el propio mundo que tiene que modificarse y esa transformación de la propia realidad supone una presencia de Dios en nosotros. Allí hay que ver lo que Dios quiere purgar en nuestra vida para ayudar a un mejor ordenamiento de todo lo que acontece alrededor nuestro con nuestra participación y nuestro compromiso.

 

 

Caminar (8)

Metanoia, un cambio de raíz

El apóstol San Pedro invita a este camino de la conversión cuando nos dice: como hijos obedientes no se amolden a las apetencias de antes, del tiempo de nuestra ignorancia mas bien así como el que nos ha llamado es santo, así también ustedes sean santos en toda su conducta, como dice la palabra, sean santos porque yo soy santo.

Cuando hablamos de purificar la propia vida desde la gracia bautismal por obra del Espíritu Santo en nosotros es hasta que lleguemos a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús, hasta que sintamos en lo más profundo de nuestro ser que morimos al hombre viejo para nacer al hombre nuevo con un corazón nuevo. “Yo arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne”

La santidad es consecuencia y fruto de un proceso de transformación. Metanoia se llama el término griego que literalmente habla de este cambio profundo de mentalidad. Jesús inicia su ministerio público mostrando este camino, “conviértanse y crean en la buena noticia”.

Esta expresión designa mucho más que un mero cambio de mentalidad, designa una conversión total de la persona, una profunda transformación interior. No se trata de un modo distinto de pensar a nivel intelectual sino de la revisión del propio modo de actuar a la luz de los criterios evangélicos. Es un estilo, una forma de actitud diversa de estar parado en el mundo la que da la vida del Espíritu Santo cuando nos cambia de raíz. La Metanoia es un cambio en la mente y en los sentires del corazón, es la transformación radical que debemos alcanzar en nuestra realidad más profunda para vivir con mayor coherencia entre la fe creída y la vida cotidiana. Es imposible ser testigos de la verdad de Jesucristo si ella no ha transformado nuestra propia historia y allí es donde Dios quiere purificar nuestro ser.

El evangelio de Jesús toca la vida, lo decía Juan Pablo II cuando afirmaba “nos conduce Dios a la conversión permanente y esto supone un encuentro con Él en el estado de madurez en plenitud en Cristo (…)  Sean obedientes y no se amolden a las apetencias de antes, más bien sean santos”.  

Este es el horizonte de la vida del cristiano, no es otra cosa que la santidad. ¿Con qué medios concretos contamos para dar una verdadera transformación a nuestra vida? ¿cómo puedo hacer para vivir este proceso de conversión? Requiere de nuestra libre y decidida respuesta y cooperación. La progresiva configuración con Jesús ante todo es una obra de la gracia, el pasar de ser piedra a ser carne, no es una transfusión, no es tampoco un trasplante, es un proceso donde Dios obra en nosotros. Lo primero que debo hacer cada día es pedirle a Dios que Él me inspire y me sostenga en mi esfuerzo de conversión hacia donde él me quiera conducir, para que me asemeje cada vez más a él.

El primer pensamiento que a la mañana debería despertar mi día es: quiero ser santo, quiero vivir en plenitud en Cristo , quiero ser hoy una persona bien parada, quiero ser hoy una persona capaz de dar respuesta como cristiano a la realidad que hoy me pide, quiero tener posición y criterio, quiero vivir en comunión con todos, no quiero que nadie quede fuera de mi mirada, quiero incluir a todos en mi corazón, también a los que no me aman bien quiero amarlos bien como Dios los ama. Este es el pensamiento propio de alguien que hace un camino discipular en Jesús.

Si yo me muevo en ese lugar desde temprano, en mi oración, esto va a determinar mi peregrinar. El lugar propio del desarrollo, de la gracia y de la transformación es la oración. Por la oración vamos al camino de la verdadera transformación. ¿qué es la oración?

La oración es la palabra de Dios en nosotros, el dialogo con Dios donde lo más importante es recibirlo al Señor por sobre todas las cosas y lo que Él tiene para decirnos que no es solamente notificarnos delante de su ventanilla de atención cuáles son nuestras faltas y cómo debería ser mejor nuestra vida para cambiar. Ese es un Dios de mostrador -como dice la canción- el encuentro con Dios no es a través del mostrador es un encuentro cara a cara en una mesa compartida como con un amigo, un dialogo fluido de ida y vuelta, trasparente, sin máscaras en el medio, donde Él que lo tiene muy claro a todo tiene algo para decirme pero no para acusarme. Ese no es Dios, ese es mi corazón culposo o el espíritu del mal que tantas veces se cuela para disfrazarse de Dios y mostrarnos un rostro que no corresponde al Dios verdadero. Dios no culpa, cuando Dios me muestra mi debilidad me pone de pie, me invita a crecer, me impulsa a ir adelante. No deja de mostrarme mi pobreza, mi fragilidad, mi debilidad, mi vulnerabilidad, pero al mismo tiempo me dice se puede, y yo puedo en vos, y vos podés más de lo que crees. Yo te animo, yo te aliento, yo te voy a acompañar, yo te voy a sostener… este sí es Dios, y con ese Dios verdadero es con el que nos queremos encontrar en la transformación.

La oración, lugar de transformación

Hay cosas que queremos cambiar en nuestra vida y a veces emprendemos mal la tarea, porque lo hacemos desde la culpa o desde la omnipotencia “yo puedo”, o desde el justificarnos delante de los demás y entonces rápidamente queremos cambiar por fuera para que los demás vean que cambié y en realidad el cambio es por dentro. Los otros lo van a ver muy claro cuando yo verdaderamente me haya comprometido con el cambio y lo deje a Dios actuar en el cambio.

La oración nos da la posibilidad de ir de cara al encuentro con el Dios que nos quiere transformar desde Él, con nosotros. Dios no quiere obrar cambios sin nuestra participación, pero la fuerza y el don lo da Dios. A nosotros nos toca aceptar humildemente que Él puede lo que nosotros no pudimos, solo que Él nos dice “quiero poder con vos, quiero poder cambiar con vos”. Eso es distinto a decir “Dios lo hace todo” o “me encargo yo de mí”. Es Dios en nosotros, la iniciativa es suya y Él impulsa nuestro hacer y así se va purgando nuestra interioridad para que con mayor claridad podamos contemplar el rostro del Dios viviente.

La sobre abundancia del amor de Dios, nunca está de más, que nunca es exagerado, no le cierres la puerta y que en ese amor puedas ver cómo tu vida cambia, se renueva y se transforma. Seguile la pista al Señor y Él te llevará mucho más lejos de lo que te imaginas.

 

Padre Javier Soteras