Como estar atentos y vigilantes, para dejarnos guiar por el Señor

lunes, 10 de julio de 2006
image_pdfimage_print
Hermanos, en cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche. Cuando la gente afirme que hay paz y seguridad, la destrucción caerá sobre ellos repentinamente, como los dolores del parto sobre una mujer embarazada, y nadie podrá escapar.
Pero ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen los otros, permanezcamos despiertos y seamos sobrios. Los que duermen lo hacen de noche, y también los que se emborrachan. Nosotros, por el contrario, seamos sobrios, ya que pertenecemos al día: revistámonos con la coraza de la fe y del amor, y cubrámonos con el casco de la esperanza de la salvación. Porque Dios no nos destinó para la ira, sino para adquirir la salvación por Nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a él. Anímense, entonces, y estimúlense mutuamente, como ya lo están haciendo.
1 Tesalonicenses 5, 1 – 11.

Que el Señor nos regale la gracia de poder sentir en estos días que su presencia nos acompaña, nos guía, nos alienta, nos sostiene, nos invita a la lucha, nos hace sentir en lo profundo ese amor que todo lo transforma en suyo, esa esperanza suya, la de poder sostenernos pacientes hasta la llegada de las promesas que el mismo Dios tiene para vernos plenos en la vida. Al mismo tiempo el Señor nos invita a poner la mirada en Él y creerle que lo que nos ha prometido será una realidad en nosotros, en la fe, en la esperanza, en el amor, en las virtudes teologales donde Dios pone toda su fortaleza cada día.

Estamos sobre el final de esta Carta del Apóstol Pablo a los Tesalonicenses, veremos como disponer el corazón para estar atentos, vigilantes, en un espíritu de lucha interior, el Señor nos invita a identificarnos con lo que Él quiere para nosotros según nos va guiando en el camino y nos enseña a rechazar, a apartarnos y a defendernos de todo aquello que es un obstáculo, cuando no una agresión, al proyecto de Dios sobre nuestra vida. Para ser todo de Dios hay que aprender a adherirnos cada vez mas a su presencia, a su mensaje, y al mismo tiempo aprender a apartarnos de todo aquello que no nos deja vivir en paz e interfiere con la presencia del Señor en nuestra vida.

Este estar despiertos al que invita Pablo para no ser sorprendidos en el día en que viene el Señor, y en todo caso, para que nos encuentre el Señor en nuestra tarea de seguimiento de Él no implica permanecer con los ojos abiertos como dos huevos fritos, para poder decir con eso que estamos despierto, poniéndonos unos palillitos como suele caricaturizarse en los dibujos animados para que no se nos caiga la mirada y se nos cierren los ojos, este estar despiertos es mucho mas que tener los ojos abiertos, es tener el corazón en vela, tener el corazón despierto, atento.

Un corazón abierto, atento, es un corazón que está en clave de discernimiento, es un corazón que discierne el paso de Dios y que intenta descubrir de que se trata este paso de Dios en la propia vida y como hacer para separarnos de aquello que no es de Dios.

¿Quien discierne?, cada uno, para consigo mismo y también para con los demás. ¿Qué es discernir?, discernimos entre el bueno y el mal espíritu, a veces no es tan fácil discernir, a veces hay situaciones que son como claroscuros. El Beato Fabro, jesuita compañero de San Ignacio de Loyola y muy buen discernidor de otros, le pide al Señor en oración y con un tono de queja: “hay Señor, que se guiar a otros y no se guiarme”; esto puede pasarnos, que a veces no tengamos tan clara la mirada sobre nosotros mismos cuanto podemos tenerla respecto de otros.

Es necesario ubicarse en esa actitud, en la que el Espíritu actúa sobre nosotros como con un don, un carisma, que puede ser infuso, dice el Padre Rossi, como gracia dada gratuitamente por Dios, los monjes del desierto lo llaman a esto “conocimiento del corazón”, también se puede ir adquiriendo por “industria”, por decirlo de alguna manera, se va aprendiendo a discernir desde el Evangelio, desde los padres de la iglesia, desde los maestros de la vida espiritual; esto supone un camino en modo de un estudio, de una sabiduría que uno va adquiriendo con el paso del tiempo.

Lo que hizo San Ignacio fue tomar toda la tradición que había sobre el tema del discernimiento y hacerlo práctico, y ponerlo al alcance y a la mano del cristiano, ¿cómo?, Juan Bautista Scarneli, jesuita del siglo XVIII dice: “discernir es juzgar, no de cualquier manera, sino rectamente, de uno mismo o de otro, para determinar de donde proviene los movimientos interiores del alma, si del buen o del mal espíritu”. Esto de vigilar, de estar atentos, esto de mirar con atención la presencia del Señor que llega, eso es discernir.

Otro estudioso mas que una definición, hace una descripción del discernimiento: “es una sabiduría viva, dice, que en cada caso particular proyecta luz del Evangelio sobre una situación concreta, una luz que ilumina las causas de los estorbos concretos, que indica los caminos a seguir y trae un juicio sobre la oportunidad de con que valernos para afrontar las circunstancias.

El discernimiento se hace sobre los espíritus, y hay dos estados básicos que aparecen en el corazón de la persona que discierne estos espíritus: un estado es el de consolación, otro estado es el de desolación. Existen como dos experiencias muy fuertes, dice el Padre Angel Rossi, en el alma, la consolación que proviene del buen espíritu y la desolación que se origina en el mal espíritu.

San Ignacio describe ambas, pero para la consolación es menos lo que dice, solo nos pone dos consejos para la consolación, dice mucho mas para los que estamos en desolación, que se la describe como una oscuridad en el alma, turbación, atracción por las cosas bajas, mundanas, inquietud por abundantes y variadas agitaciones, tentaciones que mueven a la desconfianza, desesperación, el verlo todo como oscuro, feo. Cuando estamos así estamos como todos flojos, como tibios, sentimos como que estamos separados de Dios. Desolado quiere decir eso, justamente, alejado de Dios.

Le escribía San Ignacio de Loyola a una monja, una consagrada que estaba en desolación, le describe las características de la desolación, y lo hace de este modo: “el enemigo nos hace desviar de lo que hemos comenzado, trata de tirarnos abajo el ánimo, hay tibieza sin saber por que estamos de este modo, no podemos rezar con devoción, ni hablar ni oír cosas de Dios con gusto interior, sentimos como si nosotros estuviéramos olvidados de Dios y de su presencia”.

Hay algunos síntomas que aparecen en el estado de desolación, como una tendencia al encierro en nosotros mismos, nos cuesta amar, la caridad se le torna a uno como casi un suplicio, los demás pierden importancia, desaparecen de nuestro corazón, uno gira en torno a si mismo, aparecen en el corazón como broncas viejas, rencores, cuando no sino fracasos o tendencia a desvalorizarnos o desvalorizar a otros, no sentimos amor por Dios ni tampoco por los hermanos, todo nos molesta y se tiene la sensación de olvido, de abandono de parte de Dios.

Se expresa así el corazón cuando está desolado, cuando está tomado por el mal espíritu que lo entristece, lo apaga, lo encierra, dejo todo, tiro todo, esto es inútil, nadie me ayuda, todo está perdido, para que hablar si nadie me entiende, no me conocen, no me quieren, y un montón de otras historias que nos hunden en un abismo de sinsentido, con cierta imposibilidad para seguir luchando contra todo, yo hago todo mal, hago la mía, no valgo nada, no sirvo para nada, ahora que se las arregle solo, yo también tengo derecho, nadie confía en mí, todas esas peroratas, todo ese discurso que es destructivo busca ganarnos el corazón.

Te cuento algunas manifestaciones que hace el mal espíritu en nosotros, que podríamos clasificar en tres grandes grupos: duda y aflicción, como manejamos el tiempo y caricaturización de la memoria.

El mal espíritu de duda y aflicción pone falta de paz en el corazón, tristeza, desánimo, debilitamiento de la fe, de la esperanza, de la caridad, tristeza y soledad.

El mal espíritu del manejo del tiempo lleva hacia el pasado, tentando por la seducción con los pecados de otro tiempo, haciéndonos creer que no se va a poder vivir sin ellos, que siguen incidiendo en la vida presente y hacia el futuro nos pone de cara al mismo con desesperanza y miedo. Una forma de manejar el pasado es con los escrúpulos que torturan desde un pasado desordenado, escrúpulos es ver pecado donde no lo hay, o ver gravedad cuando hay levedad de materia.

El convertido a veces es atacado por esta realidad, los escrúpulos, pensamos que la noche oscura para San Ignacio fueron sus escrúpulos, no los tuvo al final de su vida, sino al inicio, como le sucedió también a San Pablo.

Hacia el futuro el mal espíritu pretende manejarnos con lo que podríamos llamar futuribles, con lo que podría sucedernos, pero que, de hecho, no aconteció, es como un fantasma de la posibilidad, y siempre con tentaciones bajo formas hipotéticas o condicionales, si aconteciera tal cosa, yo no podría, y si tal otra, que haría yo, y si me pasara esto o aquello… es proyectarnos negativamente sobre lo que vendrá. Esto que llamamos futuribles genera en nosotros básicamente temor y miedo por lo tanto parálisis, y nos quedamos sin la posibilidad de seguir el camino, no podemos resolver lo que nos pasa. ¿Qué genera esto?: mucha angustia, nos deja anclados en el presente de una manera negativa respecto de lo que vendrá.

Veíamos como el mal espíritu tienta hacia el pasado o hacia el futuro, con respecto al presente, el mal espíritu siempre va a tender como a desviarnos de él, de aquel presente es el tiempo de Dios, así lo dice la Escritura , hoy es el tiempo propicio, hoy es el día de la salvación, el mal espíritu ataca sacándonos del presente y nos quita las fuerzas para vivir de cara a Dios todo lo que nos toca vivir.

Decíamos que al mal espíritu lo clasificábamos en tres grupos, según sus manifestaciones, en la duda y la aflicción, en el manejo del tiempo futuro, pasado y presente y también en como caricaturiza la memoria , haciendo que las cosas aparezcan como enfatizando lo negativo, o minimizando lo acontecido. Para esto se vale de la verdad de la mentira, haciendo perder la memoria del corazón.

Es como si nos oscureciera las gracias que hemos recibido en el pasado, y por lo tanto quedamos como a la deriva de la tentación, hace olvidar los afectos, la alegría, la paz que nos trae la presencia de Dios. Cuando esto se combina con la duda es el momento mas grave, donde ataca con toda su furia la acción del mal, es el pero caso, cuando se combina esto con la duda, con la duda no queda nada de que agarrarse, no solamente instala la negatividad sino que también todo lo pone bajo un manto de duda.

Basta una experiencia fundante y fuerte de Dios para perseverar frente a estas circunstancias, donde ya no puede haber mas dudas. Santa Teresa decía: “no se me olvidarán aunque quieran, las gracias que de Dios he recibido, tan fuertes han sido, que aunque quisieran que me las olvide los demonios que me acechan, no se me olvidarán”. Por eso en los momentos de crisis hay que buscar en la memoria si existió ese momento de gracia de Dios y volver a ese punto como un hito, como un lugar desde donde podemos afianzarnos en él. Por eso Santa Teresa llega a decir: “Dios no se muda, Dios no se pasa, Dios queda, Dios permanece”.

En otro contexto, y claro que con otro espíritu, Ernesto Sábato, escritor argentino, dice: “el hombre sin memoria es una hoja de otoño a la deriva del viento”.

El mal espíritu enfatiza lo malo, minimiza lo bueno, confunde interiormente y genera por dentro la duda instalada en el corazón por la ausencia en la memoria de las gracias recibidas.

Vamos a ver una descripción, una fenomenología de la persona tentada, ¿cuáles son los gestos propios de cuando estamos tentados?, para después meternos en estos que Pablo insiste en 1era de Tesalonicenses, el espíritu de lucha que debe haber cuando estamos en estado de desolación.

Analizar estas cosas quizás nos haga pensar, esto yo lo tengo…, aquello también…, y esto otro también yo lo tengo… y a mi me pasa esto… y a mi me pasa esto otro…, si, es una realidad la desolación y la acción del tentador que ruge alrededor nuestro con violencia, como un león, dice la Palabra , en 1era de Pedro: “está buscando de acechar contra nuestra vida para aniquilarnos”.

El mal espíritu actúa de esa manera, él busca terminar con nosotros, con nuestra vida, con nuestra vida de gozo, de alegría, de paz, de sosiego, por eso estamos haciendo como una fenomenología del tentado y del tentador, para que descubriéndolo y poniéndolo al descubierto, desenmascarándolo, encontremos nosotros la gracia de poder liberarnos y recorrer los caminos con atención y discernimiento al espíritu de lucha, estando atentos, vigilando, dice Pablo en 1era de Tesalonicenses, haciéndonos fuertes en la lucha contra él.

Hay en la persona tentada como una búsqueda ansiosa de alguien, o de algo, que lo salve, que la salve, son como manotazos de ahogado que tiramos, es como el manotón de un loco, dice el Padre Rossi, como una angustia por querer salir de la situación, de la tentación. En realidad ninguna cosa termina por ayudarlo, todo le viene como si se volviese en contra, como si todo fuera enemistad.

Los primeros gestos que aparecen en el tentado son: el mutismo, el sentir que nada ni nadie lo ayuda, el no poder pedir ayuda, el mal espíritu busca pasar por encubierto, que la persona no cuente ni hable sobre lo que le está pasando, dice San Ignacio: “es como un vano enamorado, busca no decir el secreto, no contar”, y con el solo hecho de contar y decir la tentación, o con el consejo bueno de una persona que discierne basta para desarmar y desvanecer la tentación.

Las crisis, muchas veces profundas, se solucionan si la persona cuenta, si la persona habla y se deja ayudar, en otras basta una pequeña crisis, pero cerrada y enmudecida, sin abrir el corazón, para que sea causa y ocasión para que el mal espíritu se instale y haga estragos, hay que denunciarlo, hay que desenmascararlo. Es lo que hace Dios con la primera experiencia de tentación cuando el mal se ha instalado en los primeros padres, pregunta: ¿dónde estaban?, ¿por qué se escondían?; desenmascara el escondite en el que el mal espíritu busca hacer su guarida, para desde ese lugar, oprimiendo, tratar de llevarse consigo el proyecto de Dios, por lo cual el mal espíritu actúa odiando todo lo que de Dios es. Dice la Palabra : “como con Él no puede, se lanza sobre nosotros y la obra de Dios y la vida de Dios en nosotros”.

La tentación suele ser progresiva en su deterioro y homicida en su intención. El mal espíritu no termina con nosotros de golpe, sino que va como minando de a poquito, va atentando contra nosotros progresivamente, para terminar con nosotros. La tentación es progresiva en su deterioro y homicida en su intención, siempre termina como en la muerte del Espíritu y de la vida espiritual en nosotros.

Si uno no enfrenta a la tentación y al tentador, poniéndole rostro, dice San Ignacio, se hace esta como una bola de nieve. Se vence a la tentación enfrentándola desde el principio, desde el inicio.

Los monjes medievales tenían una expresión: “a los enemigos es mejor matarlos recién nacidos, antes de que crezcan”, enemigos son las tentaciones, los malos pensamientos. Las personas crecen en la vida espiritual si conocen sus tentaciones y las van venciendo apenas aparecen, apenas nacen, muchas veces a partir de una falsa razón inicial, como una primera y sutil trampa, se llega a una conclusión falsa que todo lo debilita, arrancamos mal, terminamos peor.

El mal espíritu es homicida, busca terminar con los proyectos de Dios en nuestra vida, un buen ejemplo es el argumento iniciado por una razón pequeña pero que termina aniquilando las elecciones de estado de vida, claro, porque ¿adónde busca el mal espíritu instalarse?, en aquellos lugares donde sabe que nosotros, por la opción en el estado de vida al que hemos adherido está escondido, o está en germen, lo que Dios tiene como proyecto de felicidad para nosotros, entonces atenta sobre ese lugar.

Un mal espíritu es como una cosa tomada del cuento de Julio Cortázar, ya que tiende a ir ganando espacio y termina avasallándonos, si el tentado no le muestra rostro, como dice San Ignacio, como a la mujer cuando el varón duda, si le muestra rostro se retira, y busca una mejor ocasión.

El punto de partida del mal espíritu es el engaño, que a la tentación no se la podrá vencer. Es todo lo contrario, porque enfrentándola se desvanece antes de lo que la persona supone. Lo hace Jesús con la mujer adúltera: “¿dónde están tus acusadores?, ¿alguien te ha condenado?”, y rápidamente, aquella que se encuentra como agobiada, acurrucada, bajo los efectos del mal, como toda chamuscada, dice: “a mi nadie me condena”, “yo tampoco te condeno”, le responde Jesús.

Toda tentación golpea y lesiona la unidad, porque deja en soledad a la persona, buscando cortarle el vínculo y los puentes, golpea la memoria haciéndole olvidar las gracias que ha recibido.

Para que los puentes no se corten, habrá que determinar con quien, con que persona decido hablar y buscar su consejo y ayuda cuando esté tentado, esta decisión se toma cuando la persona está consolada, cuando está en paz, las decisiones se toman siempre en período de consolación.

El mal espíritu tiende a crecer si no se lo enfrenta, si así se hace se desvanece antes que uno piense, de lo contrario crece, se justifica y busca cómplices, es como que el tentado tiene un olfato especial, una gran capacidad para encontrar un cómplice tan tentado como él.

¿Cómo y de que manera se vive en espíritu de lucha frente a la acción del que viene a sacarnos del camino de Dios?, ¿cómo podemos vencer la acción de la desolación en nuestro interior y la presencia del tentador y de la tentación en nosotros?, primero la humildad, es el primer arma, y el primer signo de manifestación de la humildad es la oración, el que no reza en el fondo es un autosuficiente, y está en camino a transformarse en un soberbio, es como que está diciendo: “yo no necesito de nadie”, el que ora está en actitud de permanente necesidad de ayuda. El pedir ayuda en la oración y a los hermanos es la clave para ir buscando la salida, hombres o mujeres espirituales, sabios de Dios, que tiene el don del discernimiento, nos pueden ayudar en cuanto a encontrar caminos donde para nosotros todo se hace difícil y oscuro.

Ofrecer gestos y actos de humildad, trabajos, obras de sacrificio. La humildad es la tierra desconocida del demonio, que es el padre de la soberbia y de la autosuficiencia, hay que llevarlo al campo de la humildad, allí se pierde, allí se desconcierta y huye.

Firmeza, constancia en los propósitos, como dice San Ignacio: “en tiempos de desolación nunca hacer mudanza”. El demonio por homicida pretende el aniquilamiento de las opciones que hemos hecho. También San Ignacio dice algo que parece contradictorio a lo de recién: “mudarse contra toda desolación”, hacer exactamente diametralmente lo opuesto, lo contrario, de lo que me está sugiriendo el mal espíritu, que son los pensamientos que vienen de afuera, si Dios quiere que me mude con propósitos grandes, me lo hará saber y me lo hará ver en el tiempo de consolación, mientras tanto no se trata de hacer un cambio en la mitad del camino, cuando estamos cruzando el río.

Otro modo de enfrentar en la lucha la acción de la tentación, del tentador, la presencia del mal espíritu que desola y entristece al alma es resistir con la oración a las varias agitaciones, alargando en el tiempo la oración, penitencias, sacrificios, para resistir, para vencer al mal espíritu hay que retrucarle con el mismo tono y fuerza con el que se presenta, no hay que achicársele al tentador, hay que ir en contra del burlador, podríamos decir, y pasarlo de ser burlador a burlado.

Cuando la tentación pasa a ser materia de oración es cuando comienza el tentador a debilitarse. Jesús lo hace así, cuando la mujer samaritana quiere distraer su atención, Jesús la lleva al centro de su vida: “ve y llama a tu marido y vuelve aquí”, la pone de cara a su debilidad.

Cuando oramos desde nuestra debilidad, cuando oramos con nuestros fracasos, nuestros desencuentros, nuestros pecados capitales, nuestros errores, nuestras duras maneras de caer una y otra vez sobre el mismo lugar, estamos dándole pie a Dios para que venza allí donde nosotros por nuestra propia fuerza no podemos vencer.

La memoria de las gracias, las de la iglesia, la experiencia de Jesús tentado, la de los santos y santas desolados, generan un sentido de cuerpo que ataca a la soledad en la que busca instalarse el mal espíritu, ayuda mucho ver como salieron otros de la desolación para animarnos nosotros también a salir de las nuestras, hacer memoria de uno mismo frente al fatalismo que nos sugiere el mal espíritu, tan fatalista que abate la esperanza, de aquí no se sale, de acá no salís, estás encerrado, te tengo entre mis manos, en el fondo este es su discurso, es terrible, es fatal, es sin esperanza, aquello que me ayudó una vez, sea una persona, una oración o un gesto, seguro volverá a ayudarme ahora, seguro que puedo seguir contando con eso en el presente para salir del paso.

Es bueno también en la lucha contra la acción del mal conocerse a si mismo, saber como, con que gestos o palabras se genera mi desolación personal, uno sabe como inicia y en que termina, por lo tanto, no esperar a que concluya la acción del mal espíritu, cortarla antes, apenas quiere arrancar, porque el mal es repetitivo en su forma y en su estilo.

Caminos que nos conducen a romper con la desolación en el espíritu de lucha, el Señor hoy en la Palabra hoy nos llama a estar atentos, bien despiertos, a esto lo llamamos discernimiento, discernimos entre la consolación y la desolación. No discernimos para conocer, sino para enfrentar la desolación y reafirmar la consolación, y desde ahí abrirnos en fervor interior al seguimiento de los caminos que Jesús nos invita a recorrer.