El metabolismo espiritual

miércoles, 28 de septiembre de 2016
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28/09/2016 – En “Espiritualidad para el siglo XXI”, el P. Eduardo Casas plantea en este programa del “metabolismo espiritual”.

 

1. El alimento de lo que vivimos

El ser humano es una unidad integrada por un cuerpo espiritualizado y un espíritu encarnado que viven complementándose en reciprocidad. Lo que se da en el cuerpo tiene su punto de correlación también en el proceso espiritual. Son análogos por lo cual se pueden comparar ya que existe cierta correspondencia y adecuación.

La vida espiritual se alimenta de todo lo que vivimos humanamente. Lo que existencialmente se experimenta tiene que ser digerido y procesado internamente. Tal es la forma que tenemos de aprender y de crecer.

Así como en el proceso biológico hay un proceso de metabolización por el que los alimentos son asimilados y transformados en la energía que necesitamos para vivir; de manera comparada, podemos decir que existe también un proceso de digestión y de metabolización espiritual que nos permite incorporar, nutrirnos y reciclar la energía interior que viene de asimilar emocionalmente todo el impacto de lo que vamos cotidianamente viviendo.

Todo queda registrado en el cuerpo, en el ánimo, en la psicología y en el espíritu de las personas. Ese registro consciente e inconsciente se vuelve un proceso dinámico y continuo que llamamos “metabolización espiritual”.

Todo lo que vivimos, sufrimos, gozamos, amamos, deseamos, soñamos deja su huella profunda. El cuerpo tiene su propia sabiduría. Se va modificando con cada impacto emocional. Todo genera un proceso físico-químico y neuronal que permite transitar todo lo que vamos experimentando.

Para entender el “metabolismo espiritual” con su proceso de asimilación para los aprendizajes vitales es preciso ver qué es y cómo funciona el “metabolismo físico”.

Así como en el aspecto biológico se dice que somos aquello que comemos, en el aspecto espiritual de igual manera el alimento interior y lo que digerimos emocionalmente nos define.

2. La energía es nuestro alimento

Nuestros cuerpos obtienen la energía que necesitan para vivir de los alimentos a través del metabolismo, un conjunto de reacciones químicas que tienen lugar en las células del organismo que permite transformar la energía que contienen los alimentos en el combustible que necesitamos para todo lo que hacemos, desde movernos hasta pensar y crecer.

Cuando ingerimos un alimento, el cuerpo utiliza la composición de los alimentos como fuente de energía. Esos compuestos son absorbidos por la sangre que es la encargada de transportarlos a las células. Una vez en el interior de las células, intervienen reacciones químicas para asimilar esos compuestos. Durante esos procesos, la energía procedente de esos compuestos se libera para que pueda utilizarla el cuerpo o bien almacenar en los tejidos corporales. A través de los cambios químicos en las células vivas se provee la energía para los procesos y las actividades vitales y los nuevos materiales se asimilan para reparar el material de desecho o el que necesita ser reparado.

Hay un metabolismo respecto al consumo y la absorción de los nutrientes de los alimentos y un metabolismo del oxígeno que se dispensa oxígeno a las células y a los distintos tejidos para las múltiples transformaciones químicas necesitadas para que el cuerpo funcione correctamente. Es por eso que cuando una persona respira hondo, lo que queda en sus pulmones es oxígeno residual, aire metabolizado.

Nuestro cuerpo es el que controla las reacciones químicas del metabolismo, las cuales están coordinadas con todas funciones corporales. Como el metabolismo es un proceso químico complejo, en nuestro interior tienen lugar variadas reacciones metabólicas simultáneamente que hacen posible que nuestras células estén sanas y funcionen correctamente.

El metabolismo es una especie de malabarismo en el que intervienen simultáneamente dos tipos de actividades: la fabricación y la descomposición de tejidos corporales y la creación de reservas de energía para obtener el combustible necesario para las funciones corporales.

El metabolismo es un sistema de procesos físicos y químicos que ocurren dentro de una célula o de un organismo vivo que son necesarios para el mantenimiento de la vida con todos sus procesos y actividades. Es un proceso vital constante que empieza en el momento de la concepción y termina con la muerte. Resulta imprescindible para todas las formas de vida -seres humanos, animales y vegetales- si se detiene el metabolismo de un ser vivo, le sobreviene la muerte.

Existen dos procesos en el metabolismo: el anabolismo o metabolismo constructivo que tiene por finalidad el crecimiento de nuevas células, el mantenimiento de los tejidos y la creación de reservas de energía; y el catabolismo o metabolismo destructivo cuando se descomponen compuestos químicos en sustancias más simples produciendo la energía necesaria para todas las actividades. También se desecha lo que no sirve para el mantenimiento de la vida.

El metabolismo incluye todos los procesos del cuerpo por los cuales la materia se transforma en energía para el crecimiento, la reparación y el mantenimiento.

Para esto, físicamente es necesario, ingerir alimentos. Cuando esto no se realiza comienza el mecanismo del hambre. Cuando éste llega a ser extremo empieza una lucha del cuerpo contra el cuerpo. Cuando una persona no consigue comer sus calorías necesarias por día y pasa hambre: su cuerpo hambriento se consume a sí mismo consumiendo sus propias reservas y cuando ya no encuentra reservas acumuladas, el cuerpo comienza a comerse a sí mismo.

Es necesaria una buena y sana alimentación tanto física como espiritual para lograr el crecimiento necesario por fuera y por dentro. Llegar a ser uno mismo.

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3. El alimento espiritual en la Biblia

Así como existe un metabolismo corporal existe también un metabolismo espiritual que tiene que ver cómo “procesamos” aquello que espiritualmente ingerimos, aquello con lo cual espiritualmente nos alimentamos.

En la Palabra de Dios aparece la acción de comer como metáfora del alimento interior. Así como el cuerpo se nutre también lo hace el alma. Somos seres hambrientos. Necesitamos nutrirnos para crecer en todo sentido.

El Profeta Jeremías afirma: “Cuando se presentaban tus palabras, las devoraba. Tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón” (Jr 15,16). El profeta no sólo come –se alimenta espiritualmente- de la Palabra de Dios sino que la traga y la engulle con particular ansiedad y avidez, con la conciencia de que nunca va a satisfacer su deseo interior.

El Profeta Exequiel, por su parte, recibe de parte de Dios este mandato: “Hijo de hombre come este rollo y ve a hablar. Yo abrí mi boca y él me hizo comer ese rollo. Después me dijo: alimenta y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y era en mi boca dulce como la miel” (Ez 3,1-3).
En los tiempos del Profeta, la Palabra de Dios no estaba consignada en un libro sino en rollos y pergaminos. Dios le ordena que los mastique y los coma. Esta figura sugiere la alimentación del alma en la Palabra de Dios. La dulzura de la miel ayuda para significar el consuelo interior que produce no sólo oír o pronunciar sino comer y nutrirse de la Palabra de Dios.

También en el Nuevo Testamento hay textos alusivos al comer y a la Palabra. El mismo Jesús lo afirma cuando dice: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (6,35). Ese pan de vida de la que habla Jesús es, en una primera instancia, el pan de la Palabra. De allí que alude al hambre y a la sed. Luego, en ese mismo discurso, habla de otro Pan que hay que comer y que no es su Palabra sino su cuerpo cuando afirma: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo” (Jn 6,51). Por lo tanto la acción de comer es tanto para con su Palabra como para con su Cuerpo, su cuerpo sacramental, su cuerpo eucarístico. Ambos panes –su palabra y su cuerpo- son alimentos espirituales.

En el último Libro de la Biblia, en el Apocalipsis, el autor de dicha revelación afirma: “Vi en la mano derecha de aquél que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Nadie, ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de ella, era capaz de abrir el libro y leerlo” (Ap 5,1-3).

El libro escrito por fuera y por dentro es el misterio de su voluntad y el plan que tiene Dios para la humanidad en el curso de la historia. Ese designio -como es difícil indagarlo- se expresa en la imposibilidad de abrir el libro y leerlo. Nadie puede leer el libro de Dios. Nadie conoce sus secretos. Sólo el Cordero puede abrir el libro y sus sellos. El Cordero es una imagen que tiene dicho Libro de Jesús. Sólo el Hijo de Dios nos revela la voluntad de su Padre.

En otra parte, de ese mismo Libro, el autor dice: “La voz que oí del cielo habló otra vez conmigo y dijo: Ve y toma el libro que está abierto en la mano del ángel. Toma y cómelo; te amargará el vientre, aunque en tu boca será dulce como la miel. Es necesario que profetices otra vez. Tomé el libro de la mano del ángel y lo comí”. (1, 8-9)

Aquí aparece nuevamente la acción de comer el libro que es equivalente a la imagen de comer la Palabra, o sea de alimentarse espiritualmente con lo que Dios muestra. La revelación de los propósitos de Dios es dulce y amarga porque es juicio y misericordia a la vez.

En definitiva, en la Biblia –tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento- aparece la metáfora de comer ya sea un rollo, un libro, la Palabra de Dios o la Palabra de Jesús. Todo nos remite que la interioridad necesita de alimento, precisa comer y nutrirse. Como todo lo que está vivo, necesita alimentarse, sino muere, “aunque no sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3; Mt 4,4).

4. Emociones que intoxican el alma, los vínculos y la vida

Siguiendo con la comparación entre el metabolismo físico y el espiritual conviene recordar que en el orden físico existen trastornos metabólicos producidos por cualquier afección a una reacción química anómala en las células del cuerpo. Cuando determinadas sustancias químicas no se pueden metabolizar o se metabolizan inadecuadamente, esto provoca una acumulación de sustancias tóxicas en el cuerpo y una deficiencia de sustancias necesarias para el funcionamiento normal. Ambas situaciones pueden provocar síntomas graves. Algunas enfermedades metabólicas se heredan. Estas enfermedades son errores congénitos del metabolismo que pueden provocar graves complicaciones o incluso la muerte si no se controlan a través de la dieta o con medicación.

De igual manera en el metabolismo espiritual existen emociones tóxicas que pueden enfermar interiormente a la persona. La ansiedad, la angustia, la insatisfacción crónica, el apego, la envidia, el miedo, la culpa, el rechazo, los celos… son algunas de las emociones tóxicas. El proceso de metabolismo espiritual –especialmente el catabolismo espiritual permite desechar la toxicidad de ciertas emociones, purificándolas y liberando de ella la energía emocional sana y constructiva para la personalidad y la vida. Sanar nuestras emociones implica un proceso curativo y liberador.

Enumeremos algunas emociones tóxicas. Por ejemplo, la angustia tóxica sumerge en un estado continuo de malestar, tristeza, dolor, desazón, queja y lamento. Para salir de ella hay que aprender a administrar los recuerdos positivos y saber que hay circunstancias en la vida que se pueden cambiar y otras que no dependen de nosotros. No obstante, independientemente de que se pueda cambiarlas o no, hay que tener en claro cómo transitar y vivir cada una de esas circunstancias.

También existe una insatisfacción crónica que crea conductas adictivas al consumo, a los afectos, a las personas, a las cosas, a sustancias químicas, etc. La insatisfacción es el espejo del vacío interior que se intenta llenar con lo que más deseamos.

Lo cual puede generar un apego tóxico a una persona o un vínculo determinado. La persona que es dependiente se vuelve vulnerable por considerarse un ser incompleto y codependiente afectivamente a otro.

Por su parte, el enojo tóxico es el disgusto y la irritación violenta que lastima. Hay enojos buenos que ayudan a autoafirmarnos y a poner algunos límites y defensas para resolver conflictos. Hay que elegir la manera de enojarse, qué tipo de enojo se quiere transmitir y cómo gestionarlo a través de emociones buenas y eficaces que permitan transformar aquello que nos enoja.

Por otro lado, la envidia tóxica impide celebrar el éxito de los demás, sumergiendo en la amargura, faltando crecer en la conciencia de la propia singularidad y de los propios sueños.

No hay que olvidar, el miedo tóxico que invalida para la acción y se instala impidiendo generar pensamientos de acción para convertir los pensamientos de miedo en pensamientos de solución.

Igualmente, la vergüenza tóxica paraliza temiendo hacer el ridículo. Nunca se juega, ni se compromete, impidiendo avanzar.

La depresión tóxica es otra alteración del ánimo que afecta a toda la vida que se expresa en una frustración tóxica que alimenta decepción y aparece ante un deseo no cumplido o una necesidad no satisfecha. En la vida, fracaso es aprendizaje. Hay que centrarse en lo que se ha conseguido. Mucho de lo que consideramos un éxito, viene de perseverar hasta que el fracaso se supere.

Cuando en la vida de una persona se produce una pérdida que no se logra superar o cerrar debidamente se convierte en un duelo tóxico que produce estancamiento emocional. Toda pérdida importante genera un duelo, el cual es necesario y no debe verse como algo negativo. Consta de diversas fases: reconocimiento de la pérdida, duelo y retorno a la rutina de la vida. Si no se produce este circuito se ingresa a un duelo tóxico.

También hay una culpa tóxica que hay que distinguir de la culpa real, cuando se transgrede una ley teniendo conciencia de ello. La culpa tóxica, en cambio, proviene de causas emocionales e invalida el habitual proceder de la conducta.

Por su parte, el rechazo tóxico es un dolor que proviene de no ser aceptados y dificulta la sana vinculación con los demás en el proceso de socialización adecuado.

También los celos tóxicos son consecuencia del miedo a perder a alguien, se conjugan con amenaza, control y prohibición. Los amores tóxicos se caracterizan por convertir una relación en una desunión tormentosa, llena de sufrimiento, inseguridad, resentimiento y hasta venganza.

La obsesión tóxica es cuando la fijación por una persona se vuelve crónica, llevando a quien lo vive y a su víctima a una situación de dolor, persecución y acoso permanente.

No hay que olvidarse tampoco del narcisismo toxico cuando el ego se vuelve continuamente autorreferencial en todo y para todo, desplazando a las demás personas, usándolas, manipulándolas e instrumentalizándolas para su provecho.

Existe además una sexualidad tóxica que se vuelve obsesiva y no puede vivir sin contacto íntimo de cualquier tipo, ya sea con una misma persona o con cualquier otra, adquiriendo conductas riesgosas y permisivas en donde la sexualidad se va distanciando del amor, del afecto genuino y de la ternura para volverse un ejercicio, nunca satisfecho de una conducta adictiva.

Por último, en este elenco de emociones tóxicas, hay que agregar el consumismo tóxico del acaparamiento de cosas que se obtienen por la compra y que nunca satisfacen. Una vez que se tiene lo deseado, se pierde el interés y se busca un nuevo bien y creando nuevas necesidades ficticias.

En definitiva, una emoción puede vivirse desde una perspectiva positiva y sana o puede transformarse en algo tóxico y enfermo.

5. Vínculos tóxicos

No sólo existen emociones tóxicas sino también relaciones tóxicas, vínculos conflictivos de los que cuesta salir y que siempre producen daño físico, emocional o psicológico en los que se queda atrapado en una especie de red negativa. No sólo se refiere a relaciones de pareja sino a cualquier otro vínculo que se distorsione.

Las relaciones tóxicas nos hacen sentir mal y nos alteran de maneras que no podemos controlar y van destruyendo quiénes somos, haciéndonos infelices.

En general son vínculos tóxicos que hay que evitar aquellas en las que la construcción de la relación es unilateral ya sea porque alguno no se compromete o al contrario porque toma demasiado el control y las decisiones haciendo perder autonomía, independencia, autoestima, seguridad y confianza en sí mismo.

También las relaciones en las que creemos que el otro nos completa supliendo carencias personales o vacíos existenciales y ni siquiera se toleran separaciones temporales, ni el hecho de estar solos.

Las personas co-dependientes necesitan continuamente de la aprobación del otro y siempre priorizan las necesidades del otro sobre las propias. A la larga terminan saturadas y sobrecargadas.

Igualmente peligrosas son las relaciones basadas en falsas irreales o deseos idealizados de “cómo debería ser” la persona o la situación y no cómo es verdaderamente. Cuando se cae en la cuenta de la realidad, sobreviene la frustración.

Tampoco hay que sostener relaciones en las que el pasado se utiliza para que una de las partes justifique su conducta en el presente, haciendo pagar a la otra persona su error. Este tipo de reacción alimenta la culpa y el resentimiento para lograr una mejor manipulación.

No hay que propiciar las relaciones basadas en mentiras continuas. Ni aquellas en las que el perdón no tiene cabida o no hay intención de reparar la confianza dañada por alguna equivocación.

Tampoco los vínculos en los que la comunicación no es franca y abierta sino siempre con indirectas u agresiones, o haciendo cosas para molestar a la otra persona hasta que nos presta la atención que queremos.

No hay que sostener relaciones basadas en el chantaje o soborno emocional en las que se aplica castigos cuando la otra persona no hace exactamente lo que la otra quiere. Por último, las relaciones que quedan siempre relegadas en un segundo plano, por falta de tiempo o de dedicación, se vuelve tóxicas porque la otra persona empieza a invisibilizarse en el mismo vínculo.

Todas estas son cotidianas maneras en las que los lazos humanos se vuelven insanos y resultan tóxicos para el metabolismo emocional del vínculo.

6. Personas tóxicas

Hay emociones, relaciones y también existen personas tóxicas. En general, hablan continuamente de sí mismas, pretenden ser el centro de atención constantemente. El discurso lo construyen a través de quejas y pesimismo. Cuando hablan de otros o de la realidad lo hacen desde el lado negativo, asumiendo el rol de víctimas. Son como vampiros emocionales que roban la energía de los demás y no son felices ya que siempre, internamente, se conectan con su propia carencia.

De todas formas es siempre preferible estar con personas rotas que con personas tóxicas. En última instancia, todos vivimos con el corazón roto. Tenemos corazones lastimados que laten dentro de nosotros. Somos corazones rasgados. Todos tenemos corazones partidos.

Sin embargo, muchas personas rotas cuando interiormente juntan sus fragmentos e intentan recomponerse, sabiendo que han perdido y que están heridas. Lejos de rendirse, se reconstituyen en alguien mejor. Muchas personas rotas saben del secreto del amor y de la compasión y sobre todo, conocen aquella felicidad que nace de la sabiduría. Buscan razones para armarse y seguir y caminando, una vez más, levándose una vez más, brillan, alumbrado su propio camino y el de otros que también están rotos y andan buscando las esquirlas del alma, los retazos del corazón y las fragmentos de vida que aún quedan entre los escombros.

En el metabolismo espiritual se desecha lo tóxico y se asimila lo nutritivo para el espíritu. Si sabemos metabolizar emocionalmente bien la vida, todo lo que nos pasa puede ser un remedio, una cura para restablecer la salud interior.

Es por eso que hay que estar alertas porque incluso se puede tener un vínculo tóxico con Dios cuando no logramos desarrollar una relación plena o cuando alguna de nuestras emociones no logra ser purificada e interrumpe o lastima el vínculo espiritual con Dios; o cuando se fe no se nutre y queda raquítica. En fin, de muchas maneras hasta el vínculo con Dios e incluso el vínculo con uno mismo puede ser tóxico ya sea por la inseguridad, por la falta de propia estima y confianza, por la minusvaloración o por el narcisismo, por las heridas emocionales de la propia historia, etc.

Todos los vínculos –con uno, con los otros y con Dios- pueden ser tóxicos y también puede ser sanos o entrar en un proceso de sanidad emocional. Sólo depende, en gran medida, de nosotros mismos y de los recursos y medios que arbitremos tanto en lo humano, como en lo profesional o en lo espiritual para poder vivir emocionalmente más sanos y un poco más felices y volverá brillar después del eclipse.

 

Padre Eduardo Casas

Espiritualidad para el Siglo XXI  5º Temporada