El regalo de ser hermanos

jueves, 30 de julio de 2015
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abrazo4

30/07/2015 – En la mañana de hoy, transmitimos la Catequesis desde Santo Tomé, en la provincia de Corrientes, en medio de la misión de Radio María por el Noreste Argentino.

 

«Vean qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 132, 1)

 

Cuando Jesús termina su tarea apostólica, hacia el final, Jesús se da cuenta que tiene que dejar puesto el cimiento de lo que vendrá, y allí es que reza al Padre (Jn 17) donde el corazón mismo de la oración es la unidad “te pido que sean uno para que el mundo crea”. El gran programa de evangelización de Jesús está en la fraternidad. La comunidad de los apóstoles era bien compleja: 4 pescadores, a un judío sin doblez, a un cobrador de impuestos… Sin embargo Él reza pidiendo que si llegan a ser uno está todo para que la misión progrese. Luego se agregará Pablo, un verdadero personaje, ex perseguidor de los cristianos.

Pide al Padre que sean uno y la riqueza está en la variedad. No es porque sí que Jesús a reunido a los diversos cultural y políticamente hablando. En la diversidad se da la complementariedad y se esconde una riqueza entrañable de ser para los demás. Cuando construimos en diversidad desde la caridad y no desde sólo el consenso que iguala, se revela el misterio Trinitario. Dios en Cristo ha venido a revelarnos que es pluralidad de personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo bajo el signo del amor. Dios nos ha revelado su verdadero rostro, una familia. Sólo es posible que el rostro completo de Dios quede de manifiesto cuando en un ámbito comunitario los diversos configuramos un mismo misterio. Bendito sea Dios si aparecen las diferencias, porque allí debería estar la fuente de la unidad. Somos uno porque yo no puedo ser yo mismo tal como estoy llamado si no soy con mi hermano. De allí la belleza del texto “vean qué dulzura y qué belleza convivir los hermanos”. Sólo es posible cuando la caridad es la que gobierna.

Es lindo recordar en el comienzo del Pontificado de Francisco, el que se haya presentado como “el obispo de Roma, que preside la Iglesia en la caridad”. Es que lo que une lo distinto es el amor. Por eso Jesús, cuando está dejando su legado conversa con Pedro: “Simón, ¿me amas más que estos?”. En el diálogo de Simón con Jesús que es el que va a presidir la caridad, Jesús busca saber si él va a poder amar más que el resto. Si tiene asegurado el don de la caridad, el resto sobra. Sabemos que Simón no es tan sabio, es terco, es ambivalente, pero su ser roca le viene por este misterio de caridad y amor con el que el Señor lo unge: ama más que los hermanos. Por eso tiene la capacidad de congregar y unir a los hermanos.

Es importante para quienes tenemos responsabilidades pastorales, sea la docencia, el ser padres de familia, desde dónde liderar y “gobernar”, el Señor nos muestra una perspectiva: desde la capacidad de sumar los distintos. En nuestra cultura en el que prevalece “el que divide reina” no es justamente lo mejor de cada uno lo que se resalta, sino que se busca mostrar lo malo que hay en el otro para que prevalezca lo mío.

¿Qué vamos a buscar a la hora de hacernos cargo en lo que Dios nos confía? La posibilidad de amar más y mejor, y a ese don solo lo puede dar Jesús. Le pedimos a Jesús que como a Simón, nos unja con el don maravilloso de poder vivir integrados desde la caridad. Como la historia que cuenta Doña Jovita de “virtudes choique”, aquella maestra que supo reconocer lo mejor en cada uno de sus alumnos. Allí se da a entender que es la soberbia y la vanidad lo que nos hace ciegos.


 

¿Dónde está tu hermano?

«Hermano» y «hermana» son palabras que el cristianismo quiere mucho. Y, gracias a la experiencia familiar, son palabras que todas las culturas y todas las épocas comprenden.

El vínculo fraterno tiene un sitio especial en la historia del pueblo de Dios, que recibe su revelación en la vivacidad de la experiencia humana. El salmista canta la belleza de la relación fraterna: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos» (Sal 132, 1). Y esto es verdad, la fraternidad es hermosa. Jesucristo llevó a su plenitud incluso esta experiencia humana de ser hermanos y hermanas, asumiéndola en el amor trinitario y potenciándola de tal modo que vaya mucho más allá de los vínculos del parentesco y pueda superar todo muro de extrañeza.

Sabemos que cuando la relación fraterna se daña, cuando se arruina la relación entre hermanos, se abre el camino hacia experiencias dolorosas de conflicto, de traición, de odio. El relato bíblico de Caín y Abel constituye el ejemplo de este resultado negativo. Después del asesinato de Abel, Dios pregunta a Caín: «¿Dónde está Abel, tu hermano?» (Gen 4, 9a). Es una pregunta que el Señor sigue repitiendo en cada generación.

Dios, el Padre, nos regala el don de la fraternidad. Como cuando Francisco de Asís rompe con el suyo y encuentra un modo distinto de vincularse con la realidad: todo le resulta fraterno, porque ha descubierto el don inmenso de la paternidad de Dios. El corazón de Francisco habitado por sus miserias muestra la gloria de Dios el Padre que en Jesús lo hace uno con los otros. Por algo el Papa Francisco ha elegido éste nombre, porque de algún modo en el nombre está el secreto y la identidad de la persona. En el nombre de Francisco hay una historia de armonía para todos; una historia de desarmarse para la guerra, de paz, de fraternidad, y una historia de reconstrucción, de recomenzar y de reparar. Francisco reconstruye mi Iglesia, es el primer llamado de Dios a Francisco de Asís.

Seguramente a la vocación que Dios le regaló a Francisco, el Papa, en este tiempo, como de Abraham, que de viejo lo llamó a ser padre de una multitud. Para este tiempo necesitamos un Padre que nos ponga en sintonía de todo lo creado; en salida para anunciar el evangelio con gozo y alegría, como lo hacía Francisco de Asís. A este santo queremos consagrarle hoy la posibilidad de redescubrir el don de la fraternidad. Si en nuestro corazón resuena la pregunta por nuestro hermano, que el mismo Francisco, nos lleve al encuentro de nuestros hermanos libres de toda preocupación. Si hemos tenido alguna dificultad o distancia con alguien no querramos volver para atrás buscando la forma de arreglar lo desarreglado, sino que busquemos que la misma gracia de Dios nos conduzca a escenarios nuevos, y nos liberemos de la culpa de “qué hubiera pasado si hubiera sido diferente”.

 

Padre Javier Soteras