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Las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad
lunes, 6 de agosto de 2012
Dios que nos llama a la existencia, nos crea, nos invita a celebrar el don de la vida y a vivir de acuerdo a aquello con lo que Él nos marca como proyecto de vida. En este sentido, la acción humana, los actos humanos, definen la existencia humana de cara al proyecto de Dios.
¿Cómo nos quiere Dios? Felices y plenos, y para eso Dios nos invita al ejercicio responsable de nuestra libertad a partir de sumar a nuestra acción hábitos que nos ayuden en ese orden a responder connaturalmente, sí, habiéndolo logrado con esfuerzo, con entrega y dedicación a lo que somos llamados, connaturalmente respondemos a lo que somos llamados después de una larga lucha en conquistar el comportamiento humano, en las virtudes humanas por los dones y las gracias con lo que Dios nos habilita en ese sentido. Y en este orden vamos de cara a lo que Dios nos propone con la decisión de vivir a la altura de lo que Dios nos llama. Para eso las virtudes, las virtudes humanas, las virtudes cardinales: justicia, prudencia, fortaleza, templanza, las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, nos ayudan a responder en nuestros actos humanos a la llamada del proyecto de Dios que el Señor nos regala.
Las virtudes humanas, se arraigan en las virtudes teologales, que adaptan las facultades nuestras a la participación en lo que Dios nos pide que pongamos la vida a la altura de su naturaleza divina. Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios y disponen a los cristianos a vivir en relación al misterio de Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Tienen un origen, motivo y objeto, Dios uno y trino. En Dios nacen, Él es el objeto de nuestra perspectiva teologal y es el gran motivo por el cual vivimos en la fe, la esperanza y en la caridad. Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral de nosotros los bautizados, los cristianos. Le dan forma y vivifican todas las demás virtudes morales, le dan un caris especial, son infundidas por Dios, es decir, Dios es quien las da, las pone en el alma para hacernos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida de Dios para siempre. Son las garantías de la presencia y la acción del Espíritu Santo en todas las facultades nuestras. Tres son las virtudes, la fe, la esperanza y la caridad.
Consigna: ¿Cuáles de las tres virtudes debo acrecentar en mi vida y porqué?
Fe, esperanza y caridad, son dones que Dios nos regala, sin embargo Dios nos pide que desarrollemos ese mismo don que Él nos da y en cada uno de nosotros algunas de ellas están llamadas en este tiempo en particular a crecer más. En mi caso personal sin duda es la fe. Una invitación en este tiempo del Señor, a confiar en su divina providencia, a creerle a Dios que lleva a término lo que él mismo ha comenzado.
La fe es la virtud por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y nos lo ha revelado. Y que la iglesia nos propone porque es la verdad misma la que se nos presenta. Tiene un argumento de autoridad fundado en Dios y en la iglesia en cuanto legado que Dios le deja a la comunidad eclesial para lo revelado por Él pueda tener en el corazón de la iglesia la bienvenida y ofrecerse como crédito de adhesión a quien busca vincularse al Dios verdadero y desde allí afianzar la vida toda en sentido de verdad. Por la fe nosotros nos entregamos entera y libremente a Dios que nos revela su misterio y por ese camino la creencia se va desarrollando por conocer y querer hacer la voluntad de Dios. Es decir creemos y en el creer adherimos a Dios, no en un sentido de esencias muertas que Dios esconde dentro de la identidad de su ser, sino en la revelación personal que Dios hace de sí mismo y en el aquí y ahora de su actuar respecto de nosotros y respecto al proyecto global que Dios tiene para el hombre en este tiempo y en todo tiempo.
“El justo vive por la fe”, nos dice Romanos 1, 17. La fe viva, actúa por la caridad. ¿Qué quiere decir esto según la expresión de Gálatas 5,6. Que quien re actualiza el don de la fe en nosotros es esta otra virtud, la de la caridad. La fe viva actúa por la caridad. Adherimos al Dios viviente que se hace presente en medio de nosotros porque Él mismo, Dios de amor, nos atrae desde la fuerza de su amor. Dice Jesús, el Dios amor: “Cuando Yo sea puesto en lo alto atraeré a todos hacia mí”. El vínculo de adhesión que tenemos para con Dios, es un vínculo de adhesión en la caridad. El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella. Pero la fe se muestra por sobre todas las cosas en obras. “Muéstrame tu fe sin obras que yo por mis obras te mostraré mi fe”, dice la carta de Santiago. La fe sin obras está muerta y en este sentido hay que decir también la fe viva actúa desde la caridad. Privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente al Cristo que nos viene a mostrar el camino. La fe vivida en la caridad, nos pone en sintonía con el Cristo vivo, con el Dios viviente en Cristo. El discípulo de Jesús, nosotros como seguidores de Jesús, no sólo debemos guardar la fe como un depósito de cosa muerta, sino vivir la fe. La mejor manera de guardar el depósito de la fe es la trasmisión de la fe. En la comunicación de la fe. Lo entregado en el don de la fe, por la gracia testimonial, multiplica lo ofrecido. Lo entregado desde la fe como testimonio para los demás, lejos de perderse en el horizonte del mundo, se acrecienta. Por eso somos llamados a testimoniarla con firmeza, a difundir el don de la fe. Porque además todos están llamados a vivir confesando esta verdad que nosotros llevamos como un tesoro en una vasija de barro. El servicio y el testimonio de la fe nos son requeridos para que podamos alcanzar la gracia de la plenitud, de la salvación. Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, dice Jesús, Yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Pero hay quien me niegue entre los hombres, me negaré Yo también ante mi Padre que está en los cielos.
Vivir la fe testimoniándola. Testimoniar la fe en adhesión al plan del Dios viviente en el aquí y ahora sabiendo que Él actúa en medio de nosotros y por lo tanto dejándonos atraer por la fuerza de su amor que actúa en medio de nosotros en gracia de amor donde se muestra verdaderamente en testimonio la fe. Muéstrame tu fe sin obra de amor, que yo por obras de amor te mostraré mi fe.
Por el don de la fe nosotros somos llamados a adherir a lo que Dios nos susurra al oído por la autoridad contundente de la experiencia de amor con la que Él nos llama a dar pasos más allá de lo que nuestra sensibilidad o nuestra razón nos invitan a dar como paso de confianza a lo que Dios nos llama y a lo que Dios nos convoca. En éste sentido la fe rompe los paradigmas de construcción desde donde nosotros entendemos la mejor manera posible la vida para ir por más, por como Dios lo mira, por como Dios lo entiende, por como Dios la construye y hace nueva todas las cosas. Y en este sentido la fe se sostiene en la esperanza.
La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos a lo que Dios nos pide y que es a la vida y la vida en plenitud como felicidad nuestra poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilio de gracia que el Espíritu Santo obra en nosotros. “Mantengámonos firmes en la confesión de la esperanza” dice Hebreos 10, 23. Fiel es el autor de las promesas. Cuando damos un paso hacia donde Dios nos convoca, lo damos en función de que Dios nos convoca y esperamos alcanzar aquello hacia donde Dios nos conduce. “El Espíritu Santo que el mismo Dios derramó sobre nosotros con largueza y por medio de Jesucristo, nuestro salvador, para que justificados por su gracia fuésemos constituidos herederos en esperanza de vida”, dice Tito 3, 6-7.
Esta fuerza de gracia que Dios regala, que llamamos esperanza, corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todos nosotros. Todos tenemos el anhelo y el deseo de ser plenamente felices. Asume las esperanzas este don que inspira las actividades de todos los hombres, las purifica, las ordena para conducirlas a todos estos deseos y anhelo genuinos hacia la construcción del reino. Esta virtud nos protege del desaliento, nos sostiene en medio de todo momento en el que nos sentimos desfallecidos, dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza que no pasará. El impulso de la esperanza en nosotros nos preserva del egoísmo y nos conduce hacia darlo todo a los demás esperando recibirlo todo del que no se deja ganar en generosidad. Caminar en la esperanza sabiendo que el Dios que nos llama a ir a donde nos convoca, nos da lo que nos hace falta para alcanzar lo que nos promete.
La virtud de la esperanza cristiana, recoge y perfecciona la esperanza del pueblo elegido por Dios que tiene su origen en Abraham, el padre de la fe y yo diría también de la esperanza. En las promesas de Dios, esperanza colmada en Isaac y purificada por la puerta que lleva del sacrificio a la entrega, esperando contra toda esperanza. Creyó y fue hecho padre de una multitud de naciones, cuando Dios lo conducía hacia la tierra que le prometía. La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús, en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan nuestra esperanza hacia el cielo, como hacia la nueva tierra prometida y trazan el camino hacia allá, a través de pruebas que esperan los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo, de su pasión, Dios nos guarda en la esperanza que no falla. La esperanza es como el ancla, el timón del alma, donde verdaderamente nosotros no perdemos rumbo en medio de las tormentas, nos mantenemos seguros y firmes de ir hasta donde Dios nos conduce, con la certeza de que aún en medio de las pruebas, confiando en Dios somos capaces de esperar contra toda esperanza. Allá vamos nosotros, hasta donde penetró Jesús, como el que se adelantó en el camino. Nosotros también alcanzaremos la promesa. Es un arma la esperanza que nos protege en el combate cotidiano. “Revistamos la coraza de la fe y la caridad con el yelmo de la esperanza de la salvación”, dice I de Tesalonicenses 5,8.
¿Qué da la esperanza? El gozo en medio de la prueba. Con la alegría de la esperanza y constantes en la tribulación, dice Pablo en Romanos 12, 12, y nos invita a alegrarnos en medio de la lucha. La esperanza se expresa y se alimenta en el camino de la oración, particularmente en el Padrenuestro, resumen de todo lo que espera el creyente que tiene a Dios como Padre. Creer contra toda esperanza, sabiendo que Dios nos da lo que hace falta para alcanzar a lo que somos llamados, caminemos en esperanza.
Esperamos que podamos alcanzar la gloria del cielo prometida por Dios a los que le amamos. Esperamos poder alcanzar las promesas con las que Dios nos bendice con la gracia de Dios poder perseverar hasta el fin y obtener el gozo del cielo como eterna recompensa de Dios por las obras realizadas por su gracia en Cristo nos permite como camino para llegar hasta donde nos llama. En la esperanza, nosotros como iglesia imploramos que todos los hombres alcancen este don de plenitud. Esperar es estar en la gloria del cielo unidos a Cristo, el esposo, dice el catecismo.
Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día, ni la hora, vela con cuidado que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu amado con gozo y deleite que no puede tener fin, reza Santa Teresa.
Saber esperar contra toda esperanza. Saber confiar en que Dios llevará a su término la obra que Él mismo ha comenzado.
Este lugar nosotros creemos es el cielo, hacia donde Dios nos conduce y por donde adherimos en fe a la propuesta y a la promesa de poder alcanzarla, lo sostenemos a eso mismo en la esperanza. Ese lugar lo anticipamos cuando vivimos en la caridad.
La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Si pudiéramos definir el Reino de los Cielos al cual Dios nos conduce y nos promete alcanzar en plenitud y nos sostiene en esperanza, ese Reino es de amor. Civilización del amor le llamaba Pablo VI. Ésta civilización del amor la vamos haciendo presente en lo cotidiano cuando en vínculo de amor nos relacionamos al Dios viviente en el que creemos, y nos sostenemos en la esperanza de desarrollar esa misma gracia en todo vínculo establecido con todos los que compartimos la vida, y en este sentido alcanzamos al cielo la tierra y hacemos de la tierra un pedazo de cielo cuando el amor de Dios es el que reina en medio de nosotros. Jesús hace de la caridad el gran mandamiento. Amando a los suyos hasta el fin manifiesta el amor del Padre que ha recibido amándose unos a otros los discípulos imitan el amor de Jesús que reciben también ellos. Por eso Jesús dice, “Como el Padre me amó, Yo también los ha amado a ustedes, permanezcan en mi amor. Y también éste es el mandamiento mío, que se amen unos a otros como Yo los he amado”. Fruto del Espíritu y la plenitud de la ley, la caridad guarda los mandamientos de Dios y de Cristo, “Permanezcan en mi amor”, dice Jesús, “Si guardan mis mandamientos van a permanecer en mi amor”. El cielo se llega a la tierra cuando el amor de Dios se nos revela en Cristo Jesús y nosotros somos capaces de permanecer unidos en ese mismo amor.
El horizonte del ejercicio del amor es el sin horizonte, es mucho más allá, digámoslo así. Cristo es el que nos enseña el camino cuando nos invita a amar también a los enemigos. El Señor nos pide que amemos como Él, a todos sin excluir a nadie, pareciéndonos al Padre del cielo que hace salir el sol sobre buenos y malos, sobre justos y pecadores, que nos hagamos prójimos del más lejano y que amemos a los niños y particularmente a los más pobres, a los más vulnerables, a los que resultan menos amables. En el fondo que nos parezcamos más a Él que ama sin medida, sin esperar nada a cambio.
El apóstol Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad. Y dice él, es paciente, es servicial, no es envidiosa, no es jactanciosa, no es engreída, es decorosa, no busca su interés, no irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se alegra sólo, se goza en la verdad, todo lo escusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Todo va a pasar, dice el apóstol Pablo, sin embargo el amor va a permanecer. Permanecer en el amor para dar muchos frutos. Si no tengo caridad, va a decir el apóstol, no soy nada. Soy como una campana que suena pero que no hace ruido. La caridad es la que le da forma a todo nuestro ser cristiano. Un cristiano verdaderamente consistente, sólido, formado e informado es un cristiano que vive bajo el signo de la caridad.
Sin duda que el futuro está en la memoria cuando se hace agradecida y la gracia de la caridad lo que hace en nosotros, es eso justamente, hacernos agradecidos en los recuerdos de los tiempos que pasaron y hacer de eso justamente, un concierto que nos ponga en sintonía con los tiempos que vendrán, un concierto de recuerdos que nacen del amor cuanto el amor informa toda la vida, sana el pasado, nos permite vivir el presente con pasión y el futuro como una profecía. Conciertos recuerdos es justamente eso, una memoria de los tiempos que pasaron y lo que queremos hacer a través de esa memoria es ponerle la música de esos tiempos y proyectarlos sobre el presente y poder vivirla apasionadamente en el presente para que el futuro sea mejor. Dicen que la buena música, como la música clásica lo que hace es cambiar a la fiera. Eso es lo que hicieron muchos evangelizadores cuando pisaron estas tierras, como Francisco Solano, que con su violín, recorriendo todo el norte de la Argentina fue sencillamente con la música poniéndole música a los sentimientos humanos, evangelizando.
Padre Javier Soteras
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