María, la “llena de gracia”

miércoles, 23 de noviembre de 2016
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Virgen de San Nicolás1

23/11/2016 – María es llamada por el ángel, “la llena de gracia” y por su condición de plenitud en la gracia está llena de alegría. Dios nos descubre en las alegrías el camino por donde continuar la marcha aún en medio del dolor y de la persecución, como en las bienaventuranzas.

 

“En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”.

Lucas 1,26-31

En el relato de la Anunciación, la primera palabra del saludo del ángel ―Alégrate― constituye una invitación a la alegría que remite a los oráculos del Antiguo Testamento dirigidos a la hija de Sión. Los motivos en los que se funda esa invitación: la presencia de Dios en medio de su pueblo, la venida del rey mesiánico y la fecundidad materna. Estos motivos encuentran en María su pleno cumplimiento.

El ángel Gabriel, dirigiéndose a la Virgen de Nazaret, después del saludo “alégrate”, la llama “llena de gracia”. Esas palabras del texto griego: “alégrate” y “llena de gracia”, tienen entre sí una profunda conexión: María es invitada a alegrarse sobre todo porque Dios la ama y la ha colmado de gracia con vistas a la maternidad divina.

La fe de la Iglesia y la experiencia de los santos enseñan que la gracia es la fuente de alegría y que la verdadera alegría viene de Dios. En María, como en los cristianos, el don divino es causa de un profundo gozo. Por eso las bienaventuranzas van a ponernos en sintonía con ésta realidad: a pesar del llanto, de las injurias y de las persecuciones, uno puede alegrarse en el Señor tal y como Pablo invita a sus discípulos. “Alégrense, se los repito, alégrense”. Cuanto bien nos hace descubrir que los caminos nuevos nos llegan de la alegría. Ciertamente en un contexto de mucha dificultad y sombra, personales y sociales, lo que nos pone en pie y nos permite ver que hay mañana es ver que en medio de la noche aparece un lucero que nos trae alegría y paz: María, la llena de gracia. María es el lucero que nos anticipa que el sol ya está por salir. 

Caminar con María nos hace andar con certeza de que en nuestras devociones hay un fuerte contenido de gozo, de alegría y de paz que nos permite caminar lo de todos los días en clave de bienaventuranza. En medio de la consciencia de tus dolores, no pierdas está otra consciencia “el Señor está contigo”. Que sientas en tu corazón que el Señor te dice “yo estoy con vos” y que te sostiene en la esperanza en el camino, te fortalece y te da ánimo para seguir caminando y para vencer el mal que siempre ofrece los caminos más fáciles que terminan generando destrucción.

Llena de gracia es el nombre que María tiene a los ojos de Dios. En efecto, el ángel, según la narración del evangelista san Lucas, lo usa incluso antes de pronunciar el nombre de María, poniendo así de relieve el aspecto principal que el Señor ve en la personalidad de la Virgen de Nazaret.

La expresión “llena de gracia” traduce la palabra griega “kexaritomene”, la cual es un participio pasivo. Así pues, para expresar con más exactitud el matiz del término griego, no se debería decir simplemente llena de gracia, sino “hecha llena de gracia” o “colmada de gracia”, lo cual indicaría claramente que se trata de un don hecho por Dios a la Virgen. La misión de la llena de gracia es hacernos a nosotros su shijos, colmados de la gracia de Dios, y por ende alegres. Hay situaciones de la vida que nos invitan a la tristeza, al sinsentido y a bajar los brazos. Ahí el Señor quiere invitarte con la llena de gracias a seguir caminando. El ángel le dice a María “alégrate, el Señor está contigo” que se asemeja al de Jesús a los discípulos “yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. El Señor va con nosotros.

Dios escucha el clamor de su pueblo

En el caso de la Virgen, la acción de Dios resulta ciertamente sorprendente. María no posee ningún título humano para recibir el anuncio de la venida del Mesías. Ella no es el sumo sacerdote, representante oficial de la religión judía, y ni siquiera un hombre, sino una joven sin influjo en la sociedad de su tiempo. Además, es originaria de Nazaret, aldea que nunca cita el Antiguo Testamento y que no debía gozar de buena fama, como lo dan a entender las palabras de Natanael que refiere el evangelio de san Juan: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1, 46).

El carácter extraordinario y gratuito de la intervención de Dios resulta aún más evidente si se compara con el texto del evangelio de san Lucas que refiere el episodio de Zacarías. Ese pasaje pone de relieve la condición sacerdotal de Zacarías, así como la ejemplaridad de vida, que hace de él y de su mujer Isabel modelos de los justos del Antiguo Testamento: “Caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor” (Lc 1, 6).

En cambio, ni siquiera se alude al origen de María. En efecto, la expresión “de la casa de David” (Lc 1, 27) se refiere sólo a José. No se dice nada de la conducta de María. Con esa elección literaria, san Lucas destaca que en ella todo deriva de una gracia soberana. Cuanto le ha sido concedido no proviene de ningún título de mérito, sino únicamente de la libre y gratuita predilección divina. Llenándola de gracia y de alegría, el Señor desafía a las sombras que buscan destruir lo auténticamente humano. María es el lucero que anuncia que el sol está por aparecer con toda su fuerza. 

Al actuar así, el evangelista ciertamente no desea poner en duda el excelso valor personal de la Virgen santa. Más bien, quiere presentar a María como puro fruto de la benevolencia de Dios, quien tomó de tal manera posesión de ella, que la hizo, como dice el ángel, llena de gracia. Precisamente la abundancia de gracia funda la riqueza espiritual oculta en María.

En el Antiguo Testamento, Yahveh manifiesta la sobreabundancia de su amor de muchas maneras y en numerosas circunstancias. En María, en los albores del Nuevo Testamento, la gratuidad de la misericordia divina alcanza su grado supremo. En ella la predilección de Dios, manifestada al pueblo elegido y en particular a los humildes y a los pobres, llega a su culmen. Siempre que hay una situación crítica y compleja para el pueblo, siempre Dios lo mira desde sus elegidos: lo hizo con Moisés, lo hace con María y con su Hijo y lo quiere hacer ahora.

Dios no se olvida de su pueblo, siente su clamor, siente el rugir de su alma, el sentir de sus angustias, sus búsquedas y sus necesidades. En estos tiempos no hay que dejar de clamar al cielo, al contrario, y buscar con quiénes hacerlo. Si oramos así, seguramente Dios tendrá favores y muchas gracias para darnos. Es tiempo de clamar en conjunto como pueblo al cielo, y Él no se demorará en brindar justicia y paz. La paz siempre viene en manos de la justicia. Y por encima de lo justo está el amor que es lo que verdaderamente nos permite compartir. Le pedimos a Dios que ese camino d elo justo sea construido por una presencia de amor suyo visitando a su pueblo, como lo hizo con María y en otros tantos tiempos de nuestra historia. 

La Iglesia, alimentada por la palabra del Señor y por la experiencia de los santos, exhorta a los creyentes a dirigir su mirada hacia la Madre del Redentor y a sentirse como ella amados por Dios. Los invita a imitar su humildad y su pobreza, para que, siguiendo su ejemplo y gracias a su intercesión, puedan perseverar en la gracia divina que santifica y transforma los corazones.

 

Padre Javier Soteras

Material elaborado en base a la catequesis en la audiencia general de Juan Pablo II del 8 de mayo de 1996