Maria, una presencia generosa y alegre

lunes, 4 de mayo de 2015
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04/05/2015 – “En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?”.
                                                                                         Lucas 1,39-43

María una presencia generosa y alegre

 
María en su actitud alegre, contagia y comunica con transparencia el centro de lo que está pasando. María es de las que se corren del eje central y se deja llevar por la centralidad del acontecimiento de la encarnación que ha tomado su vida y busca expandirse por toda la humanidad a través del comienzo de su testimonio. Dios la ha visitado con su amor y con su misericordia, haciéndola Madre del Redentor. Es la centralidad del misterio de Dios en su vida, la que la permite moverse con libertad, en gratitud y regalarle a Isabel y a cada uno de nosotros a quienes nos visita, una presencia de gracia que conmueve lo más profundo del ser. Isabel, la prima es testigo de esta conmoción interior generada por la presencia Mariana que ofrece a Jesús dice: “Apenas oí tu saludo, saltó de alegría en mi seno el niño”.
La presencia de María en la vida de los creyentes es una presencia que despierta alegría. Es el modo como Dios en su misericordia se comunicó con Ella a través del ángel, cuando le dice: “Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo”. Esta presencia alegre de Dios en su vida tiene como fuente la misericordia divina. Ella experimenta la misericordia de Dios por todos en su corazón, y este sentir profundo suyo de generosidad y de gratitud de Dios misericordioso, le desborda el alma y por eso María se comunica en alegría, y en servicio a quien la necesite.
María sale al encuentro también a través de la radio suya, a los que están postrados, a los que se sienten solos, a los que perciben que su vida está herida por alguna sensación de depresión, de sin sentido, María viene a tu encuentro.
Cuántos de nosotros decimos “a mí la radio me cambió la vida”. Este es el motivo por el cual en este tiempo estamos apostando a seguir por este andar en compañía de unos con otros, con ese gozo Mariano que nos hace afrontar lo que tenemos por delante con el compromiso de asumir lo que viene como desafío más que como problema. María nos descubre el camino, el camino de la alegría que nace de la confianza como creyente, que acepta lo que Dios le pide. Lo dice Isabel y lo expresa así “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado por parte del Señor”. Ésta felicidad Mariana que brota de la misericordia de Dios, quiere ganarnos el corazón en estos días. Para que prenda en nosotros la alegría de María, Ella nos muestra con su ejemplo el camino, “Hágase en mí lo que has dicho”.
La alegría evangélica, nos enseña nuestra Madre, es fruto de la conjunción de la misericordia de Dios y la respuesta confiada nuestra al modo de María.  No se trata sólo de recibir el don de la alegría Mariano desde el anuncio de la palabra en esta catequesis, sino también de descubrir que ella nos abre un camino a ser sonrisa, gozo y alegría allí donde se hace falta la presencia de su hijo cercano, amigo, próximo, resucitado.

María, una presencia servicial y alegre

María tiene la capacidad de donarse en gratuidad en el servicio, no es una declamación de principios la que ella hace, sino una demostración concreta en un gesto concreto, en este caso particular, el elocuente gesto de entrega y servicio a su prima Isabel. A esto se llegó María a la casa de Isabel, para servirla y servirla con humildad.
El servicio alegre nace de un corazón que se dona en la confianza sin esperar nada a cambio. Esta es la alegría que resulta de acompañarnos mutuamente en el camino y que nos lleva a comprometernos como María a transformar la realidad en donde Dios nos necesita, como Dios la necesitaba a Ella cercana a Isabel. Es desde este corazón mariano, incontaminado de egoísmos, desde donde somos nosotros formados para donar y donarnos sin que lo entregado suponga la expectativa de recibir algo a cambio. Quien se dona y dona, no espera algo de lo donado sino que entiende la lógica del entregarse como camino de felicidad. Ya la vuelta está en el mismo hecho de donarse y donar, porque llena el corazón de alegría. Cuando nosotros nos entregamos y nos donamos, la donación que hacemos de nuestro ser y de lo que entregamos es en sí mismo, un motivo de alegría. Cuando la entrega que hacemos es una entrega en expectativa a recibir algo a cambio, la alegría al menos sino desaparece, se opaca podríamos decir.
La entrega generosa, desinteresada, es la entrega acompañada por este don de alegría de gozo. Si vos verdaderamente querés encontrar el camino de la alegría, dónate, entrégate, ofrécete, no esperes en el darte por amor algo a cambio. Por eso, tal ves la consigna, podríamos nosotros leerla desde este lugar, ¿Cómo y a dónde estás llamado a ser un signo de alegría? ¿Cómo y a dónde te sientes llamado a entregarte de una manera, aún más generosa de lo que lo haces?. Como mamá, como papá, como trabajador, como evangelizador, como comprometido en la causa de la transformación de la realidad en dónde te toca y como te toca. ¿Cómo y de qué manera podes donarte sin reservas, sin miramientos?.
María despierta, cuando llega a la casa de Isabel, el niño saltó de alegría en el seno de Isabel. La alegría de María es como que hace brotar la primavera en medio del otoño, podríamos decirlo nosotros, referenciando esta presencia suya en el tiempo de estación en el que nos encontramos. Ella misma se percibe en este sentido también gozosa y alegre. Isabel lo dice, “Yo viví la alegría de tu presencia y el niño saltó en mi seno”, y María dice, “Mi alma canta la grandeza del Señor y mi Espíritu se alegra en Dios mi salvador”. Es todo un ambiente gozoso el que impregna la presencia de visita de María.
Todo es alegría con la presencia mariana, hay un motor que genera esta alegría, es la generosidad de la entrega suya como respuesta, sin reservas de la entrega que Dios hizo de todo su ser. Es como si Dios hubiera encontrado un corazón dónde poder ofrecerse a sí mismo, en el estilo propio que Dios tiene para ofrecerse hacia adentro del misterio trinitario. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se entregan a sí mismos, todo, enteramente, eternamente, dándose y recibiéndose mutuamente, en plenitud, en gratuidad de amor, para que despierte el gozo en lo más profundo del ser, ese que puede estar adormitado.
Necesitamos de esa presencia mariana, que nos venga a visitar y a despertar por el amor de gratuidad suyo, también nosotros a un amor de ofrenda y gratuidad.
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El servicio gozoso nos abre el cielo

María en su entrega alegre y al modo y estilo de Dios, es perfecta discípula y es educadora. Este modo y este estilo mariano, lo quiere Dios para nuestro modo de convivencia y en ese sentido María se transforma en una educadora y modelo de entrega, que la hace, como bien decimos nosotros en las letanías marianas, “puerta del cielo”. El cielo es gozo y alegría, gozo, paz y justicia, dice San Pablo. Esta presencia de gozo y de alegría que es el cielo, la tiene María como la puerta, es decir, es desde donde se nos abre el gozo, la paz, y la alegría en plenitud. En este sentido María es un lugar por donde Dios nos quiere conducir para regalarnos esta condición en la que Dios nos quiere habitualmente viviendo como resucitados.
Dios no nos quiere de vez en cuando gozosos y alegres, Dios nos quiere siempre en esta actitud. Dios quiere que nuestro estado habitual de vida sea el gozo, la paz y la alegría. A este estado le llamamos desde la perspectiva de la espiritualidad, consolación. El consuelo interior es el estadio en el que Dios nos quiere viviendo. Es a este estado dónde Dios nos quiere siempre interiormente en comunión con Él, viviendo como María, llena de gozo y alegría, nosotros también llenos de gozo y alegría.

María nos educa desde la gratuidad de su amor

Es la Madre del Salvador de la que estamos hablando. Nadie ha recibido de parte de Dios una presencia tal, que el mismo Dios toma su carne para que desde ahí poder nacer para los hombres haciéndose hombre. Es única esta presencia, ahora el que era hijo de Dios, gracia al sí de María, y su entrega, su ofrenda, se hace hijo del hombre. Es este el motivo por el cual María sale presurosa. Es la grandeza del amor de Dios, así es el corazón de María, un corazón desbordante, generoso. La generosidad del corazón de María nace del generoso corazón misericordioso de Dios, el que ha ganado su interioridad. Ella entregada en un sí incondicional, al querer de Dios, vive esta dimensión de Dios que es siempre más y que la hace ir hasta su prima no porque haya elegido con esfuerzos, sino porque ha sido movida por la sobreabundancia del amor que la hace salir presurosa de sí misma.
En este sentido María no es la mujer del intimismo, no se encierra en sí misma, es la mujer de la entrega, de la ofrenda generosa, sin límites, que la hace ir siempre un poco más allá. Su partida rápida a la casa de Isabel, corresponde a esta lógica incomprensible del amor que la habita interiormente. María nos enseña que los más grandes regalos del amor de Dios, se lo disfruta desde el compartir, sencillo, humilde y en servicio. Un gran regalo que Dios nos hace no es para que nos quedemos en nosotros mismos, es para vivirlo como Dios vive el amor, en entrega y ofrenda. En este sentido María nos educa.
Para eso que decimos como radio, es un regalo de Dios para su pueblo, lo podamos vivir así también nosotros sembrando en estos días el valor de la ofrenda de la vida con alegría.

María nos enseña como educadora

En realidad ella nos muestra el camino de la sencillez y de la humildad. El amor de gratuidad con la que Dios la visita y con la que Ella sale presurosa al encuentro de Isabel, la libera a María de ese defecto propio a veces de los cristianos de quedarnos con las cosas de Dios como si nos pertenecieran, íntimamente vinculados a Él sin que nadie pueda participar de ese lugar de donación que Dios nos ha hecho. También la libera a María de creer que porque uno recibió esto, todo el mundo lo tiene que tener y esto más que ofrecer y proponer se impone.
Son como los dos extremos, del que María nos libra con su presencia educadora, por un lado el extremo del intimismo que nos encierra, por otro lado el extremo del triunfalismo que nos hace querer imponer la verdad recibida. Cuando es en un sentido o en otro, estamos lejos de la propuesta mariana que más bien va en la línea de lo que el Espíritu obra con suavidad y serenidad, con confianza y con alegría, con contundencia, sin esconderse pero sencilla y gratuitamente. En este sentido Dios nos quiere en este tiempo sembrando este valor propio de la Pascua, el gozo y la alegría en clave mariana.
María nos muestra un camino liberándonos del intimismo y del encierro y de la imposición. Es por la sencillez, la humildad y la vivencia interior del gozo y la alegría en clave mariana, como Dios nos hace testigo en el camino, de que su hijo está vivo.
                                                                                     Padre Javier Soteras
Catequesis emitida el 9/05/2011