Santa Teresa de Calcuta: saberse en las manos de Dios

jueves, 8 de septiembre de 2016
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08/09/2016 – Seguimos compartiendo la vida de Madre Teresa de Calcuta desde sus propios escritos y relatos de anécdotas y encuentros con la gente.

Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados.

1 Juan 4,7-10

Esculpidos en la mano de Dios

Hablamos siempre de nuestro amor a Dios. Yo quisiera hoy hablar del amor de Dios hacia nosotros y dar gracias esto. Podríamos empezar por la lectura de una hermosa página sobre ese amor. La página que entre otras cosas, podemos leer esto:
-Aun cuando una madre fuese capaz de olvidarse de su hijo, yo no me olvidaré de ti. Te tengo esculpido sobre la palma de mi mano.

Luego cada vez que Dios mira a la palma de su mano, me ve a mí en ella. Y te ve a ti también. Es algo hermoso para mantener en el recuerdo. En momentos de sufrimiento, de soledad, de humillación, de fracaso. En todo momento, recuerda que estás en las manos de Dios. Que eres precioso para Él. Que Él te ama. ¡Qué cosa más hermosa, de verdad!

 

Amor y confesión

El otro día un periodista me planteó una extraña pregunta: -Pero ¿también usted tiene que confesarse?
Le contesté: -Desde luego. Me confieso todas las semanas.
Él dijo: -De verdad que Dios tiene que ser muy exigente si todos nos tenemos que confesar.
Yo le expliqué:
-Su hijo comete a veces alguna equivocación, hace algún pequeño lío. ¿Qué ocurre cuando acude a usted y le dice: “Lo siento, papá”? ¿Qué hace usted en esos casos? Usted pone la mano en su cabeza y le da un beso. ¿Por qué? Porque es su manera de decirle que lo ama. Dios hace lo mismo. Dios nos ama con ternura.

Aun cuando cometemos alguna equivocación, aprovechémonos de ella para acercarnos más a Dios. Digámosle con humildad: “No he sido capaz de ser mejor. Te ofrezco mis propios fracasos. La humildad consiste en esto: tener el coraje de aceptar la humillación”.

 

Todos somos mensajeros del amor de Dios

En la Sagrada Escritura leemos cómo vino Jesús a darnos la buena nueva de que Dios nos ama. Él quiere que nosotros seamos ese amor. El “colaborador” es un mensajero del amor de Dios, es como el resplandor de ese amor de Dios. Por eso debemos llenar nuestros corazones con la determinación de ser portadores de su amor a todas partes. ¿Por qué? Porque Jesús nos dejó dicho: A mí me lo hiciste… Tenía hambre, estaba desnudo, sin cobijo, me encontraba solo. A mí me lo hiciste.

Todos somos mensajeros del amor. Tenemos que convertir nuestros hogares en algo hermoso para Dios, donde reinen la paz, el amor y la alegría. ¿De qué manera? ¡Rezando! Familia que reza unida, permanece unida. Y si permanecen unidos, se amarán mutuamente y reinará entre ustedes la paz.

Si en tu hogar, tu hijo o hija pequeña ha cometido alguna equivocación, perdónenlos. Si hoy las cosas van mal, es porque el niño está perdido. Conviene que recemos y que, junto con Nuestra Señora, salgamos en busca del niño para devolverlo a casa.

Hice una experiencia muy triste en Inglaterra. Era de noche. En la calle tropecé con un muchacho muy joven. Le dije:
-A esta hora deberías encontrarte en casa, en compañía de tus padres. ¿Qué les parece que me contestó aquel jovencito?
-Mi madre me ha echado de casa por llevar el pelo largo.

Amen a sus hijos.
Amen a sus maridos.
Amen a sus esposas.
¡Amen!

¿Cómo pueden amar? Si son mensajeros del amor de Dios, si tienen libre el corazón, les resultará fácil amar. Lleven el amor a todos los suyos. Amen y sean generosos con su esposa, con su marido, con su hijo, con su hija…

Compartir con otros la alegría de amar

El “colaborador” es una persona, es una familia donde reinan el amor, la paz y la alegría. Si no tienen paz y amor en nuestro propio hogar, ¿cómo van a ser capaces de darlos a los demás? Dios está en nuestros corazones. Dios nos ama con ternura.

Quiero ofrecerles un hermoso ejemplo de amor. Hace un tiempo , una joven pareja, hombre y mujer, acudieron a nuestra casa y me dieron una buena cantidad de dinero para que diera de comer a los pobres.

Me dijeron:
-Hace dos días contrajimos matrimonio, pero con anterioridad habíamos decidido renunciar al traje de bodas y al banquete para darle a usted el importe.

Yo les pregunté: -Pero ¿por qué han hecho eso?

Me dieron una hermosa respuesta: -Lo hemos hecho por el amor que nos tenemos. Nos amamos tanto el uno al otro que hemos querido hacernos mutuamente un hermoso regalo.

 

Trabajar con amor es nuestra manera de amar concretamente a Dios

El amor, para ser auténtico, tiene que doler. Espero que aprendan en sus vidas y que puedan compartir juntos la alegría de amar.

El que ama a Dios, ama también a cuantos los rodean. Y del amor se sigue alegría, compenetración, paz en el seno de la familia. Y nos convertimos en mensajeros del amor de Dios.

¿Por dónde empieza el amor? En primer lugar, por nuestra propia familia. A continuación, por la de nuestros vecinos. Luego, por la zona de la ciudad donde cada uno vivimos. Por la región y país. Por el mundo entero. Mensajeros de amor, ante todo, en la familia. ¡La familia lo primero!

Nos sentimos muy felices con el gozo de trabajar unidos y de convertir, unidos, nuestro trabajo en oración. Con Jesús, para Jesús, por Jesús. Con Dios, para Dios, por Dios.

Así oramos a Dios, que es algo más que limitarse a realizar nuestro trabajo.

Cuando estén cocinando, lavando la ropa, trabajando duramente en la oficina o dondequiera que nos toque hacerlo, hacerlo con alegría. Ésa será la forma concreta que asumirá nuestro amor a Dios.

 

El amor a los que no tienen nada

Referiré un ejemplo más sobre lo grande y generoso que es el amor de nuestra gente.

Habíamos recogido por las calles a un joven huérfano de madre tras haber fallecido ella justamente en nuestro Hogar del moribundo abandonado. Procedía la madre de una familia más que acomodada, pero que había ido a menos.
El muchacho fue creciendo, y maduró en él el deseo de hacerse sacerdote. Cuando se le preguntaba por qué quería hacerse sacerdote, su contestación era muy simple: “Deseo hacer por otros niños lo que ha hecho por mí la Madre Teresa. Quiero amar como ella me ha amado a mí. Quiero servir a otros como me ha servido ella a mí”.

En la actualidad es ya sacerdote: un sacerdote entregado al amor de los que no tienen nada ni a nadie, de aquellos a quienes nadie quiere, de los que han olvidado qué es el amor, el contacto humano. De aquellos que ya han olvidado incluso qué es una sonrisa.

 

Un guatamalteco muy generoso

Desde hace un cierto números de años, las Misioneras de la Caridad contamos con una pequeña comunidad en Guatemala. La fundamos en 1972, a raíz de un movimiento sísmico que produjo grandes daños.

Las Hermanas llegaron a Guatemala con los mismos objetivos de amar y servir con que acuden a todas partes. Ellas me refirieron algo muy hermosos acerca de un hombre muy pobre, recogido por las calles de la ciudad y llevado a nuestra casa. Estaba muy enfermo, impedido, muerto de hambre, carente de todo recurso.

No obstante, con la ayuda de todos, logró recuperarse de nuevo. Cuando se encontró de nuevo bien, dijo a las Hermanas: -Quiero irme y dejar este lecho para alguien que acaso pueda tener tanta necesidad de él como yo cuando llegué.

Creo que ha encontrado trabajo. No me parece que pueda ganar mucho. No obstante, cada vez que consigue reunir algún dinero, se acuerda de los otros impedidos recogidos en el hogar y acude a visitarlos. Siempre les lleva algo.
Lo poco que consigue, lo lleva siempre. Es el gran regalo de nuestros pobres: todo el amor que tienen.

Padre Javier Soteras