27/06/2016 – En la biografía de Santa Teresita del Niño Jesús también aparecen instancias de fuertes pruebas y crisis. En su sencillez Teresita también muestra un camino que nos puede ayudar.
“Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza”.
Salmo 23, 4
Dentro del Carmelo Teresita pasa por sufrimientos interiores. Uno de ellos ocurre cuando tiene que hacer los votos. Describe su situación como la entrada a un subterráneo donde no hace ni frío ni calor, donde no luce el sol ni llega la lluvia ni el viento. “Un subterráneo donde no veo más que una claridad semi velada, la claridad que derraman a su alrededor los ojos bajos de la faz de mi prometido, Jesús. Ni Él me dice nada, ni yo le digo nada tampoco, sino que le amo más que a mí misma; le amo, pero en sequedad”. El día anterior de hacer sus votos, un 8 de septiembre, la invade una tormenta muy dura, una prueba interior que ha quedado en los anales de la vida espiritual como lugar de discernimiento.
Cuenta ella en su Biografía:
“Por fin llegó el hermoso día de mis Bodas (votos definitivos). Fue un día sin nubes. Pero la víspera, el momento anterior de dar el paso definitivo, se levantó en mi alma la mayor tempestad que había conocido hasta entonces en mi vida. Nunca me había venido al pensamiento ni una sola duda acerca de mi vocación. Era necesario que pasase por esta prueba. Por la noche, haciendo el Vía Crucis, se me metió en la cabeza que mi vocación era un sueño, era una quimera. La vida del Carmelo me parecía muy bella pero el demonio me inspiraba la seguridad de que no estaba hecha para mí, de que estaba engañando a todos, a la Superiora, a las hermanas, empeñándome en seguir un camino al que en realidad yo no estaba llamada. Mis tinieblas eran tan grandes que no veía ni comprendía más que una cosa: yo no tenía vocación”.
El Padre Ángel Rossi, en su libro “La Mimada. La Misionada. La Doctora. Teresa de Lisieux” afirma sobre esta situación: “No hace falta que entremos en mucho detalle para contar lo que verdaderamente suponía esta presencia diabólica demoledora. Pero puede venirnos bien para ver cómo sabiamente Teresita resuelve este escollo. Hace dos cosas que son esenciales en el discernimiento, que nos pueden ayudar para superar nuestras tempestades interiores. La primera es aplicar un criterio de oro de San Ignacio que expresa en una de sus reglas de discernimiento y es: “en tiempo de desolación, de crisis, no hay que hacer mudanza”. Teresita no se mueve. Percibe el sacudón interior pero decide no salirse de donde estaba parada. “Cuando no se ve, cuando se está en medio de la tormenta, no hay que tocar los propósitos que hicimos cuando estábamos bien, antes de empezar la prueba, y que el Mal Espíritu, en realidad, está intentando voltearnos o, al menos, quitarnos el fervor del corazón, del alma. Teresita se acuerda de que ella estaba feliz de hacer los votos, que cuando los decidió y pidió hacerlos, volaba de alegría; no había tormentas, nubes ni dudas en su decisión. Y de golpe ahora, en el momento más importante, inesperadamente irrumpe este infierno. Por lo tanto, primera cosa muy sabia: no hacer cambios en tiempo de desolación”), agrega el Padre Rossi.
El segundo punto importante es que ella no se queda sola, sino que denuncia lo que le está pasando y abre su corazón para compartirlo con su superiora. Lo narra así:
“¡Ah! ¿Cómo describir la angustia de mi alma? Parecía que si comunicaba mis temores a mi Maestra, ésta me impediría pronunciar mis votos. No obstante, preferiría cumplir la voluntad de Dios y volver al mundo, a quedarme en el Carmelo haciendo la mía. Hice, pues, salir del coro a mi Maestra y llena de confusión le manifesté el estado de mi alma. Afortunadamente, ella vio más claro que yo, y me tranquilizó por completo. Por lo demás, el acto de humildad que había hecho, acababa de poner en fuga al demonio, el cual pensaba tal vez que no me atrevería a confesar mi tentación”.
Así Teresita muestra cómo y de qué manera se superan las tormentas del corazón cuando el demonio busca enredarnos y confundirnos con sentimientos y pensamientos de angustia que oprimen y nos sacan del buen camino. San Ignacio es claro, cuando en la Regla 14, habla del modo en que se debe obrar cuando se es tentado por el Demonio: “hay que hablar, denunciar la tentación”, no hay que hacer lo que indica el Mal Espíritu, que nos insiste en que callemos todo. Dice San Ignacio que el Demonio es como un vano enamorado, que no quiere que la mujer le cuente a su marido lo que le está ocurriendo con su presencia que hostiga; la llama al silencio, puesto que si el marido se entera, el vano enamorado va a ser castigado. San Ignacio invita a abrir la boca, a denunciar, a declarar, para que justamente en esa expresión nosotros nos veamos liberados. Teresita dice sobre su acción de hablar con su Maestra sobre la tentación: “En este acto de sencillez, en este acto de humildad, puse en fuga las tentaciones del Maligno”. Es en el territorio de la sencillez y la humildad que el Mal Espíritu, cuando es descubierto, se pone en fuga.
En un momento del camino espiritual de Teresita en el Carmelo, cuando ya va avanzando en su seguimiento de Jesús dentro de la espiritualidad carmelitana, encuentra la verdadera luz que va a ser su guía y compañía en todo su peregrinar: ni más ni menos que la Palabra de Dios. Aquí está el centro de la espiritualidad de Teresita, que sin duda nos deja en esto una gran lección. Decía Juan Pablo II en el 75º aniversario del Pontificio Instituto Bíblico de Roma: “La Iglesia siente cada día la necesidad de impregnarse de la Sagrada Escritura para leer allí todo lo que ella es y lo que está llamada a ser. No existe auténtica vida espiritual, eficaz catequesis o actividad pastoral alguna que no exija este retorno constante a los libros sagrados”. El Concilio Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, “Dei Verbum”, recomienda insistentemente a todos los fieles la lectura asidua de las Sagradas Escrituras, “para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo. Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”, afirma el texto del Concilio citando una célebre frase de San Jerónimo. “Dei Verbum” también recomienda que los creyentes acudamos a los textos bíblicos a través de la Liturgia. “La Sagrada Escritura ha de ser la base de la formación de todos y cada uno de nosotros”, sostiene.
Teresita del Niño Jesús entendió esto de una manera vital, existencial y muy gráfica. El corazón seducido de Teresita sacaba su fuerza de la Palabra de Dios. Encontramos una enseñanza bellísima en esta dimensión bíblica del corazón de la pequeña Teresa de Jesús. Ella no era una estudiosa de la Biblia, puesto que en ese tiempo se estudiaban muy poco las Sagradas Escrituras. En el Convento, en la vida religiosa y en general en la Iglesia, el Antiguo Testamento casi no se leía. En el Convento no tenían la Biblia completa. Pero Teresita le pide a su hermana Celina que le edite los cuatro Evangelios, con las cartas del Apóstol San Pablo. Cuando los tiene, se los cuelga al cuello. En vez de la cruz, se cuelga la Biblia. Un gesto simbólico y muy fuerte.
La Teresita primera, la que fue llevada por el ambiente un tanto enfermo, penitencial del convento carmelitano adonde arriba siendo una adolescente, se había puesto una cruz con unos pinches de metal sobre su pecho. Ahora ha cambiado: la verdadera oblación, el verdadero gesto de ofrenda, está en llevar realmente la Palabra de Dios en lo profundo del corazón. Las hermanas del Carmelo primero expresaron: “¡Qué horror!, ¿qué hace Teresa con este libro?”. Después les fue gustando y todas terminaron de algún modo adoptando el mismo gesto. Teresita se cuelga del corazón la Palabra de Dios y es en esa Palabra donde va a encontrar las respuestas a las cosas importantes, a las cosas grandes de la vida. Allí encuentra la respuesta definitiva a su vocación, lo cual no era fácil de discernir porque Teresita quería hacer de todo. Además de su vocación carmelita, quería ser soldado que peleara en las cruzadas si las hubiera, quería ser misionera, quería ser presencia de Jesús, si fuera hombre, en la vida sacerdotal. Al tomar la Palabra de Dios en el texto de la 1º Carta a los Corintios, en los capítulos 12 y 13, decide ser el amor en el corazón de la Iglesia.
Pero hay otros textos bíblicos que Teresita lleva grabados a fuego en su corazón. Algunos de los más significativos es el de Marcos capítulo 3, versículo 13, que dice: “Habiendo subido Jesús a un monte, llamó a los que Él quiso, y ellos acudieron a Él”. Dice ella sobre esto: “he aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida y el misterio sobre todo de los privilegios que Jesús ha dispensado en mi alma. Él no llama a los que son dignos, sino a los que quiere”. Y encuentra también, dentro de la dimensión de pequeñez en la que se reconoce lejos de todos los santos, como si fuera un pequeño granito de arena al lado de una montaña que pierde sus cumbres entre las nubes, que esos deseos grandes de amor y de santidad que Dios ha puesto en su corazón no pueden ser hechos sino porque el Altísimo así lo quiere.
Es en esa pequeñez que Teresita descubre toda su respuesta a la luz del texto de Proverbios Capítulo 9, versículo 4: “Si alguno es pequeño, que venga a mí.” Y comenta Teresita: “Me acerqué por lo tanto, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Continué mis pesquisas y he aquí que hallé: ´como una madre acaricia a su hijo, así Yo los consolaré. Los llevaré en mi regazo y los meceré sobre mis rodillas`. Entonces Teresita exclama: “¡Oh, Dios mío, has rebosado mi esperanza y quiero cantar tus misericordias!”.
Padre Javier Soteras
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