Una economía de mercado que esté al servicio del hombre

martes, 11 de julio de 2017
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11/07/2017 – En el espacio de la catequesis, compartimos la segunda parte del desarrollo de la temática sobre el séptimo mandamiento: “No robarás”.

“Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común:

vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos,

según las necesidades de cada uno”.

Hechos 2,44-45

¿Cuál es la postura de la Iglesia ante el capitalismo y ante la economía de mercado?

Un capitalismo que no esté insertado en un ordenamiento jurídico sólido corre el riesgo de desvincularse del bien común y de convertirse en un mero instrumento del afán de lucro de algunos. A esto se opone la Iglesia decididamente. Por el contrario, aprueba una economía de mercado que esté al servicio del hombre, evite los monopolios y garantice a todos el suministro de los bienes y el trabajo necesarios para vivir. [2426]

La doctrina social de la Iglesia valora todas las organizaciones sociales en función de su servicio al bien común, es decir, en la medida en que “los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección” (Concilio Vaticano II, GS). Esto es válido también para la economía que, en primer lugar, tiene que estar al servicio del hombre.

¿Cuál es la función de los responsables de las empresas?

Los empresarios y los directivos se esfuerzan por el éxito económico de sus empresas. Pero junto a los legítimos intereses de beneficio existe también para ellos una responsabilidad social: tener en cuenta los justos intereses de los empleados, los proveedores, los clientes y de toda la sociedad, y también del medio ambiente. [2432]

Dios no le dio cuerda al universo para desentenderse, sino que sigue creando y recrea. En este sentido el trabajo tiene una dimensión teológica.

¿Qué dice la Doctrina Social de la Iglesia acerca del trabajo y el desempleo?

El trabajo es un mandato de Dios a los hombres. En un esfuerzo común debemos mantener y continuar la obra de la Creación: “El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara” (Gén 2,15). El trabajo es para la mayoría de los hombres su medio de sustento. El desempleo es un mal grave que debe ser combatido con decisión.

Mientras que hoy en día muchas personas a quienes les gustaría trabajar no encuentran un puesto de trabajo, existen “adictos al trabajo” que se entregan de tal modo al trabajo que no encuentran tiempo para Dios ni para el prójimo. Y, mientras que muchas personas apenas pueden alimentarse a sí mismas y a sus familias con su sueldo, otros ganan tanto que pueden llevar una vida con un lujo inimaginable. El trabajo no es un fin en sí mismo, sino que debe servir a la realización de una sociedad que corresponda a la dignidad del hombre. La Doctrina Social de la Iglesia aboga por ello a favor de un orden económico en el que todos los hombres colaboren activamente y puedan participar del bienestar alcanzado. Defiende un salario justo, que haga posible para todos una existencia digna, y exhorta a los ricos a practicar las virtudes de la moderación y el compartir solidario. 47,332

¿A qué se refiere el principio del “trabajo sobre el capital”?

La Iglesia siempre ha enseñado “el principio de la prioridad del trabajo sobre el capital” (San Juan Pablo II, LE). El dinero o el capital lo posee la persona como una cosa. El trabajo, por el contrario, no se puede separar del hombre que lo realiza. Por eso las necesidades elementales de los trabajadores tienen prioridad sobre los intereses del capital.

Los propietarios del capital y los inversores tienen también intereses legítimos, que tienen que ser protegidos. Pero es una injusticia grave que los empresarios y los inversores intenten aumentar su propio beneficio a costa de los derechos elementales de los trabajadores y empleados.

¿Qué dice la Iglesia acerca de la globalización?

La globalización en principio no es buena ni mala, sino la descripción de una realidad a la que se debe dar forma. “Surgido en los países económicamente desarrollados, este proceso ha implicado por su naturaleza a todas las economías. Ha sido el motor principal para que regiones enteras superaran el subdesarrollo y es, de por sí, una gran oportunidad. Sin embargo, sin la guía de la caridad en la verdad, este impulso planetario puede contribuir a crear riesgo de daños hasta ahora desconocidos y nuevas divisiones en la familia humana” (Benedicto XVI, CIV).

Cuando nos compramos unos vaqueros baratos no nos deben dejar indiferentes las circunstancias en las que han sido producidos, si los trabajadores han recibido o no un salario justo. El destino de todos es importante. No nos puede dejar indiferente la necesidad de ninguna persona. En el nivel político es necesaria una “verdadera autoridad política mundial” (Benedicto XVI, CIV), que se preocupe de que se alcance un equilibrio justo entre los hombres de los países ricos y los de los países subdesarrollados. Con mucha frecuencia estos últimos están excluidos de las ventajas de la globalización económica y sólo les toca soportar las cargas.

¿Es la globalización una tarea sólo de la política y la economía?

Antes existía la idea de un reparto de funciones: la economía debía ocuparse de aumentar la riqueza, y la política, de su justa distribución. En la era de la globalización, sin embargo, los beneficios se logran a nivel global, mientras que la política queda limitada a las fronteras de los Estados. Por eso hoy no sólo es necesario el fortalecimiento de las instituciones políticas supraestatales, sino también la iniciativa de personas y grupos sociales que se dediquen a la economía en las regiones más pobres del mundo, no en primer lugar a causa del beneficio, sino partiendo de un espíritu de solidaridad y de caridad. Junto al mercado y al Estado es necesaria una sociedad civil fuerte.

En el mercado se intercambian prestaciones equivalentes y contraprestaciones. Pero en muchas regiones del mundo las personas son tan pobres que no pueden ofrecer nada para el trueque y así son cada vez más dependientes. Por eso son necesarias iniciativas económicas que no estén regidas por la “lógica del intercambio” sino por la “lógica del don sin contrapartida” (Benedicto XVI. CIV). En ellas no se trata de dar a los pobres una mera limosna, sino, en el sentido de la autoayuda, de abrirles caminos para la libertad económica. Existen iniciativas cristianas, como, por ejemplo, el proyecto “economía de la comunión” del Movimiento de los Focolares, que tiene en todo el mundo más de 750 empresas. También hay “empresarios sociales” (social entrepreneurs) no cristianos, que, aunque se orientan al beneficio, trabajan en el espíritu de una “cultura del don” y con la finalidad de mitigar la pobreza y la exclusión.
¿Son la pobreza y el subdesarrollo un destino ineludible?

Dios nos ha confiado una tierra que podría ofrecer suficiente alimento y espacio para vivir a todos los hombres. Sin embargo hay regiones enteras, países y continentes, en los que muchas personas apenas tienen lo necesario para poder vivir. Esta división del mundo tiene razones históricas complejas, pero no es irreversible. Los países ricos tienen la obligación moral de ayudar, mediante la ayuda al desarrollo y la creación de condiciones económicas y comerciales justas, a que los países subdesarrollados salgan de la pobreza.

En nuestro mundo viven 1.400 millones de personas que tienen que arreglarse diariamente con menos de 1 euro. Carecen de alimento y a menudo también de agua potable limpia, con frecuencia no tienen acceso a la educación y a la asistencia médica. Se calcula que diariamente mueren más de 25.000 personas a causa de la desnutrición. Muchas de ellas son niños.

¿Qué importancia tienen los pobres para los cristianos?

El amor a los pobres debe ser en todos los tiempos el distintivo de los cristianos. A los pobres no les corresponde sin más algún tipo de limosnas; tienen derecho a la justicia. Los cristianos tienen un deber especial de compartir sus bienes. Cristo es un ejemplo en el amor a los pobres. [2443­2446]

“Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3) es la primera frase de Jesús en el sermón de la montaña. Hay pobreza material, intelectual, cultural y espiritual. Los cristianos deben cuidar con atención, caridad y constancia de los necesitados de la tierra. Pues en ningún otro aspecto son tan claramente medidos por Cristo como en la forma en la que tratan a los pobres: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). 427

¿Cuáles son las “obras de misericordia corporales”?

Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar techo a quien no lo tiene, visitar a los enfermos y a los presos y enterrar a los muertos. [2447]

¿Cuáles son las “obras de misericordia espirituales” ?

Las obras de misericordia espirituales son: enseñar a quien no sabe, dar consejo al que lo necesita, consolar al afligido, corregir al pecador, perdonar al ofensor, sufrir la injusticia con paciencia, rezar por vivos y difuntos.