San Esteban

martes, 26 de diciembre de 2017
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Cada 26 de diciembre, luego de la Navidad, la Iglesia recuerda a San Esteban, el primer mártir del cristianismo.

Se le llama “protomartir” porque tuvo el honor de ser el primer mártir que derramó su sangre por proclamar su fe en Jesucristo. Se desconoce por completo su conversión al cristianismo. La  Biblia se refiere a él por primera vez en los Hechos de los Apóstoles.

Esteban fue uno de los siete diáconos elegido por la comunidad y confirmado por los apóstoles como ayudante en el ministerio pastoral y en la atención de la Iglesia de Jerusalén. En los Hechos de los Apóstoles se narra que era mucho el trabajo que tenían los apóstoles respecto a la atención de las viudad y también de las mesas. Entonces se reúnen en cónclave para discernir y así deciden dejar el ministerio del servicio a los siete que asumieron como diáconos, como servidores (entre ellos, Esteban) de modo tal que los apóstoles se pudieran dedicar particularmente al anuncio de la Palabra.

Esteban es un judío de origen griego que lleno de gracia y poder realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. La suerte de Esteban no fue otra que la de Jesús: atrajo el odio de los jefes de la sinagoga sobre él. Algunos de ellos discutieron con Esteban, pero no lograban hacerle frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba, proclamando el Evangelio de Cristo.

Aunque el discípulo no es más que el maestro, el relato bíblico acerca de Esteban hace eco de la Pasión de Cristo. Al despedirse de los suyos, antes de subir al cielo, Jesús les dice: serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta los confines de la tierra. Anteriormente, cuando la primera misión de los doce, Jesús les había anunciado persecusiones, arrestos, por causa de Él. Las dificultades son inherentes a la misión de evangelizar. Esteban es testigo de esto. Sin embargo, nada termina con el gozo que hay en su corazón. La Palabra, al describir el martirio de Esteban, dice que resplandecía sobre él la gloria de Dios mientras lo apedreaban.

Esteban hablaba de Jesucristo con un espíritu tan sabio que ganaba los corazones y los enemigos de la fe no podían hacerle frente. Al ver los ancianos la influencia que ejercía sobre el pueblo, lo llevaron ante el Tribunal Supremo de la nación llamado Sanedrín y, recurriendo a testigos falsos que lo acusaron de blasfemia contra Moisés y contra Dios.  Estos afirmaron que Jesús iba a destruir el templo y a acabar con las leyes, puesto que Jesús de Nazaret las había sustituido por otras. Todos los del tribunal, al observarlo, vieron que su rostro brillaba como el de un ángel. Por esa razón, lo dejaron hablar, y Esteban pronunció un poderoso discurso recordando la historia de Israel.

Contenido del discurso de Esteban: (Hechos 7, 2-53)

Demostró que Abraham, el padre y fundador de su nación, había dado testimonio y recibido los mayores favores de Dios en tierra extranjera; que a Moisés se le mandó hacer un tabernáculo, pero se le vaticinó también una nueva ley y el advenimiento de un Mesías; que Salomón construyó el templo, pero nunca imaginó que Dios quedase encerrado en casas hechas por manos de hombres. Afirmó que tanto el Templo como las leyes de Moisés eran temporales y transitorias y debían ceder el lugar a otras instituciones mejores, establecidas por Dios mismo al enviar al mundo al Mesías.

Demostró no haber blasfemado contra Dios, ni contra Moisés, ni contra la ley o el templo; que Dios se revela también fuera del Templo. Confrontó a sus acusadores con estas palabras: (Hch 7, 51-54)

¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros! ¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado.

Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; y dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.» Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él; le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió.

Las circunstancias del martirio indican que la lapidación de San Esteban no fue un acto de violencia de la multitud sino una ejecución judicial.  De entre los que estaban presentes consintiendo su muerte, uno, llamado Saulo, el futuro Apóstol de los Gentiles, supo aprovechar la semilla de sangre que sembró aquel primer mártir de Cristo.

El Papa Benedicto XVI, refiriéndose a San Esteban, comentó:

La historia de Esteban nos dice mucho. Por ejemplo, nos enseña que no hay que disociar nunca el compromiso social de la caridad del anuncio valiente de la fe. Era uno de los siete que estaban encargados sobre todo de la caridad. Pero no era posible disociar caridad de anuncio. De este modo, con la caridad, anuncia a Cristo crucificado, hasta el punto de aceptar incluso el martirio. Esta es la primera lección que podemos aprender de la figura de san Esteban: caridad y anuncio van siempre juntos.

San Esteban nos habla sobre todo de Cristo, de Cristo crucificado y resucitado como centro de la historia y de nuestra vida. Podemos comprender que la Cruz ocupa siempre un lugar central en la vida de la Iglesia y también en nuestra vida personal. En la historia de la Iglesia no faltará nunca la pasión, la persecución. Y precisamente la persecución se convierte, según la famosa fase de Tertuliano, fuente de misión para los nuevos cristianos. Cito sus palabras: «Nosotros nos multiplicamos cada vez que somos segados por vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla» («Apologetico» 50,13: «Plures efficimur quoties metimur a vobis: semen est sanguis christianorum»). Pero también en nuestra vida la cruz, que no faltará nunca, se convierte en bendición. Y aceptando la cruz, sabiendo que se convierte y es bendición, aprendemos la alegría del cristiano, incluso en momentos de dificultad. El valor del testimonio es insustituible, pues el Evangelio lleva hacia él y de él se alimenta la Iglesia. San Esteban nos enseña a aprender estas lecciones, nos enseña a amar la Cruz, pues es el camino por el que Cristo se hace siempre presente de nuevo entre nosotros.