Artémides Zatti fue un beato italo argentino. Fue religioso salesiano, coadjuntor, y se dedicó con cariño a la enfermería en Viedma. Pasó casi toda su vida en un hospital de esa región, ayudando con fortaleza de ánimo, paciencia y humildad a los necesitados tomando el apodo de “el pariente de los pobres”.
En Viedma todos lo llaman con respeto Don Zatti. El nombre Artémides resulta impronunciable para los paisanos. Es él quien lleva adelante el único hospital de la ciudad. Aunque un médico diplomado tiene el título de director, Zatti recibe e interna a los nuevos enfermos, se encarga de la administración, dirige la farmacia, atiende personalmente los casos más delicados. En esta última categoría suelen estar los presos.
Artémides Zatti vino de Italia con su familia a los dieciséis años, en busca de un porvenir mejor que América prometía a los inmigrantes. En Bahía Blanca trabajó como obrero en una fábrica de baldosas. En esos años lo atrajo la vida de los salesianos y quiso ser como ellos. Con ese deseo llegó a Bernal. Pero allí se contagió la tuberculosis atendiendo a un joven sacerdote moribundo.
El aire de Viedma, las medicinas del padre doctor Evasio Garrone y una promesa hecha a la Virgen de dedicarse a los enfermos, dieron su resultado. A él le tocaría llevar a la práctica, de manera ejemplar, aquel consejo de Don Bosco a sus primeros misioneros enviados a la Argentina: “Cuiden especialmente a los enfermos, a los niños, a los ancianos y a los pobres, y se ganarán la bendición de Dios y la simpatía de la gente”. Cuando murió en 1951, había cumplido cincuenta años trabajando en el hospital de Viedma, que ahora lleva su nombre.
Ya todos lo saben en Viedma: si Zatti sale de delantal blanco, va a atender enfermos; si se pone el sombrero, va en busca de plata. “¿ No querría prestarle al Señor cinco mil pesos?” – pregunta en casa de quien puede dar algo por los demás. A las hermanitas que atienden la ropería les pide sonriente: “Necesito abrigo para un Jesús de diez años”. Todo resulta poco para atender tantas necesidades. Pero cuando visita a algún enfermo en apuros, deja disimuladamente unos billetes dobladitos junto a las medicinas. “El dinero sirve para hacer el bien o no sirve para nada” , dice convencido.
Cuando va al banco a pedir un crédito, pone en la declaración de bienes a sus enfermos. “¿ O acaso cada ser humano no vale más que mil ovejas”?. Si alguien le reprocha que gasta demasiado en remedios, responde: “La Providencia es rica”.
A la tarde le toca el turno a las chacras de las afueras. Y por la noche, mientras los enfermos cenan, Zatti prepara recetas en la farmacia. Con esfuerzo ha conseguido el título habilitante en la Universidad de la Plata. Después de las oraciones, cuando ya todos duermen, todavía encuentra fuerzas para estudiar algo de medicina.
En el hospital hay lugar para todo el mundo. Y si no hay, se fabrica. La cama de Zatti también está disponible. Allí van generalmente los contagiosos o los que impresionan por su gravedad. El está acostumbrado a dormir en el suelo.
En cuanto a la tarifa, el reglamento es sencillo: “El que tiene poco, paga poco; el que no tiene nada, no paga nada”. Y este último tipo de clientes es el más abundante.
Su servicio no se limitaba al hospital sino que se extendía a toda la ciudad, y hasta a las dos localidades situadas en las orillas del río Negro: Viedma y Patagones. En caso de necesidad se movía a cualquier hora del día y de la noche, sin preocuparse del tiempo, llegando a los tugurios de la periferia y haciéndolo todo gratuitamente. Su fama de enfermero santo se propagó por todo el Sur y de toda la Patagonia le llegaban enfermos. No era raro el caso de enfermos que preferían la visita del enfermero santo a la de los médicos.
Fue hombre de fácil relación humana, con una visible carga de simpatía, alegre cuando podía entretenerse con la gente humilde. Pero sobre todo, fue un hombre de Dios. Artémides lo irradiaba. Un médico más bien incrédulo del Hospital, decía: «Cuando veía al señor Zatti, vacilaba mi incredulidad». Y otro: «Creo en Dios desde que conozco al señor Zatti».
En 1950 el infatigable enfermero cayó de una escalera y fue en esa ocasión cuando se manifestaron los síntomas de un cáncer que él mismo lúcidamente diagnosticó. Continuó sin embargo cuidando de su misión todavía un año más, hasta que tras sufrimientos heroicamente aceptados, se apagó el 15 de marzo de 1951 con total conocimiento, rodeado del afecto y del agradecimiento de toda la población.
Fue beatificado por Su Santidad Juan Pablo II el 14 de Abril de 2002.
Fuente: Adaptación nota de App noticias