17/10/2016 – Brochero ya está inscrito en el libro de los santos y la alegría de la Iglesia argentina es inmensa. En diferentes capillas, parroquias, colegios e Iglesias se llevan adelante misas de acción de gracias por José Gabriel del Rosario Brochero y su testimonio. Monseñor Ñáñez tuvo a cargo la predicación de la homilía en la misa de acción de gracias por la canonización de San Brochero, en el Altar de Bernini esta mañana a las 11 de la mañana, presidida por el Cardenal Mario Poli Arzobispo de Buenos Aires.
“El testimonio de San José Gabriel del Rosario, del santo Cura Brochero, nos desafía a todos, pastores, consagrados y laicos a buscar sin desfallecer la santidad a la cual el Señor nos invita. Su testimonio tiene mucho de extraordinario, pensemos en sus muchas obras, pero también tiene la sencillez de lo cotidiano y de lo que se consigue con el esfuerzo constante y generoso”.
Queridos hermanos:
Ayer, en el marco imponente de la plaza San Pedro, hemos sido testigos y partícipes de un acontecimiento importantísimo: la canonización de siete santos admirables, entre los cuales el querido José Gabriel del Rosario Brochero, nuestro “Cura gaucho”, como cariñosamente le decimos.
Este hecho memorable nos ha ayudado a redescubrir la belleza de la santidad en sus múltiples y variadas expresiones: la de un mártir jovencito, la de fundadores, la de un hermano religioso, la de una contemplativa, y la de un pastor totalmente dedicado a su pueblo. Nos ha ayudado también, -¡ojalá que sí!-. a redescubrir lo deseable que es la santidad.
¿Pero en qué consiste la santidad? ¿Qué es la santidad? A estas preguntas debemos responder con sencillez afirmando que la santidad es amistad con Dios, es intimidad con Él, es comunión de intereses, es cariño, es calidez.
¿Y cómo se consigue la santidad? Ante todo, dejándonos querer por Dios, dejándonos abrazar por el amor de Dios que es rico en misericordia. El “jubileo extraordinario de la misericordia” que estamos transitando y que ya llega a su fin, nos lo está recordando y proponiendo. Debemos abrir nuestro corazón al amor misericordioso de Dios y dejarnos perdonar, renovar y transformar, reviviendo constantemente la gracia del bautismo.
El recordado san Juan Pablo II nos decía en su carta “Novo millennio ineunte” que preguntar a un adulto si quería recibir el bautismo equivalía a preguntarle se quería ser santo (cf. NMI 31). En efecto, el destino de todo bautizado es alcanzar la santidad.
La santidad se consigue no sólo dejándonos amar y renovar por Dios, sino también procurando amar de veras a Dios y a su imagen viva que son todos nuestros hermanos. Amar a los hermanos, nos advierte el evangelio de hoy, es “ser rico ante Dios” (cf. Lc. 12, 21).
¿En dónde se consigue la santidad? En el seno de la Iglesia que es nuestra madre que nos engendra en la fe y que nos guía en la caridad. Una caridad que se ha de vivir en la vida diaria y en el cumplimiento de los deberes de nuestra propia condición.
De todo lo que venimos señalando, José Gabriel del Rosario Brochero es un ejemplo insigne. En efecto, él se dejó amar por Dios desde sus primeros años en su Villa Santa Rosa natal, hasta sus últimos días en su enfermedad en la Villa del Tránsito. Su vida entera estuvo dedicada con total generosidad a Dios y a sus hermanos, especialmente a los más desvalidos, a los que sirvió incansablemente. Solía decir, “estos trapos benditos que llevo no son los que me hacen sacerdote. Si no tengo caridad, ni a cristiano llego”.
¿Qué consecuencias tiene el buscar, el procurar conseguir la santidad? La transformación de nuestra vida y del entorno familiar, laboral, social en el que nos toca vivir y actuar. La Iglesia nos recuerda en la enseñanza del Concilio Vaticano II que la santidad promueve una vida más humana, más digna (cf. LG 40) y que así contribuye al progreso de la humanidad.
El testimonio del Cura Brochero es elocuente en este sentido. En la “Cantata brocheriana”, que algunos hemos podido escuchar, se dice que cuando José Gabriel va a Traslasierra, “es poco lo que se dice acerca del vicio y la miseria” que abundan en esa región. Al cabo de unos años de incansable evangelización, predicación y tarea pastoral, el clima moral y social de la región cambió sustancialmente y para mejor. Así lo refieren distintos testimonios de la época, incluso periodísticos. Todo obra de la gracia y de la generosa correspondencia de esos cristianos al mensaje del evangelio.
¿Y con qué ayudas se cuenta para alcanzar la santidad? Ante todo, con la luz que proviene de la Palabra de Dios, particularmente del Santo Evangelio. Brochero fue un dispensador infatigable de esa Palabra con su predicación prácticamente cotidiana y con la promoción y animación de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola como un instrumento precioso para conocer, profundizar e interiorizar el mensaje de la Palabra de Dios, del evangelio.
Junto a la gracia de la Palabra de Dios, la gracia que brota de los sacramentos, sobre todo del sacramento de la reconciliación que nos permite recuperar constantemente la gracia primera del bautismo y el sacramento de la Eucaristía memorial vivo de la Pascua de Jesús y alimento en nuestra peregrinación cotidiana a la casa del Padre. Brochero fue penitente sincero, ministro cuidadoso de la gracia del perdón y amante de la Eucaristía que celebró con devoción hasta los últimos días de su vida.
El testimonio de los santos también nos ayuda a caminar hacia la meta a la cual ellos llegaron. Los santos que se han distinguido con una santidad “singular”, pensemos por ejemplo en la santidad de la madre Teresa de Calcuta, o la de aquellos que la han vivido más ocultamente, como la mama Antula, precursora de la obra de Brochero a través de la promoción incansable de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, o la de aquellos que podríamos llamar “los santos de a pie” que caminan junto a nosotros y nos estimulan con su vida entregado con total generosidad a Dios y a los hermanos, especialmente a los más necesitados.
El testimonio de San José Gabriel del Rosario, del santo Cura Brochero, nos desafía a todos, pastores, consagrados y laicos a buscar sin desfallecer la santidad a la cual el Señor nos invita. Su testimonio tiene mucho de extraordinario, pensemos en sus muchas obras, pero también tiene la sencillez de lo cotidiano y de lo que se consigue con el esfuerzo constante y generoso.
Brochero fue un hombre de procesos y nos señala de manera elocuente lo que nos recuerda el Papa Francisco en su exhortación “Evangelii gaudium” que el tiempo es superior al espacio. Que lo decisivo es poner en marcha procesos transformadores y sostenerlos con constancia.
Y, por fin, contamos con el cuidado y la ayuda maternal de María, auxilio de los cristianos. Ella cumple con total fidelidad el encargo de su Hijo en la cruz: “ahí tienes a tu hijo”, ahí tienes a tus hijos representados en el discípulo amado. A Ella se encomendaba constantemente san José Gabriel, llamándola cariñosamente “mi Purísima”.
Ella, María Santísima, nos dice “hagan lo que Jesús les diga”. Al volver a nuestra Patria debemos tener presente este encargo materno. Al partir hacia el Seminario, la madre de Brochero le señaló: “Dios y la Patria esperan mucho de vos, no los defraudes. Brochero cumplió con creces esa encomienda. Procuremos como él construir cada día una Patria que honre sinceramente a Dios, que haga del evangelio su brújula, que viva en la honestidad, la justicia y la solidaridad.
Escuchemos de nuevo a María Santísima que desde Luján nos dice: “Argentina canta y camina”. Camina esperanzada hacia la casa del Padre en donde ella y todos los santos nos esperan. Que así sea.
+ Carlos José Ñáñez
Arzobispo de Córdoba
Fuente: Arzobispado de Córdoba
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