En casi todos los diarios y portales informativos del país hoy se habla del “éxito turístico” de la pasada Semana Santa. Los datos puntuales hacen mención a que se movilizaron más de dos millones de turistas por las distintas provincias. Córdoba fue una de las más beneficiadas con cerca de 400 mil turistas.
En general, los medios y la dirigencia política y empresaria argumentan que esto es positivo para el país porque genera una circulación de dinero que permite, entre otras cosas, alentar y sostener más tiempo el empleo y toda la actividad comercial y de servicios que produce el turismo durante la temporada de verano. Claro que esta mirada no contempla lo religioso. Y es casi obvio que así sea, porque, en general, en tiempos de secularización como los que vivimos, lo bien visto en el relato mediático es separar lo religioso (como una expresión de lo privado) de lo que pertenece al ámbito público o estatal. Esta tendencia es aceptada ampliamente en nuestra cultura. Pero, aun así, nos parece apropiado reflexionar acerca de este “éxito turístico” con evidente beneficio público, simplemente porque está fundado en un acontecimiento religioso.
Queremos decir que sin celebración religiosa de Semana Santa, sin el Triduo Pascual que la Iglesia Católica celebra desde hace varios siglos, el Estado no hubiera dispuesto que, en respeto de esa tradición que en algún momento fue expresada por la mayoría de los argentinos, se suspendan clases, haya un día feriado y otro asueto administrativo que dieron y dan lugar al fin de semana extralargo que es utilizado para estas “minivacaciones” de Semana Santa que se toman muchos.
Hasta hace unos días, luego de que el Gobierno nacional diera a conocer el aporte anual que hace a la Iglesia Católica, a través de dinero que llega todos los meses a los obispos, y también por seminaristas y por parroquias de zonas inhóspitas (poco más de 130 millones de pesos anuales), se desató una ola de críticas y planteos acerca de que -dicen algunos- el Estado no debería aportar dinero a la Iglesia.
En el medio de esta discusión está lo que señala el artículo 2 de la Constitución nacional, acerca del sostenimiento del culto católico, que reconoce una larguísima tradición que respeta, o respetaba una relación de identidad histórica y cultural del pueblo argentino con la Iglesia, desde la época de la colonia hasta fines del siglo pasado.
Muchos dicen y se quejan de esa relación constitucional entre la Iglesia y el Estado, pero cuando llega Semana Santa, como está visto, nadie se queja de que el Estado establezca asuetos o feriados para permitir el recogimiento necesario de los que tienen fe para conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Y casi todos, incluso los que no tienen fe y los que dicen no estar de acuerdo con la relación Estado-Iglesia, se toman los días religiosos para vacacionar. Lo coherente para aquellas personas que ponen el grito en el cielo ante cualquier tipo de vínculo Iglesia-Estado, sería renunciar a tomarse dos días por una cuestión religiosa.
Nos parece oportuno tener en cuenta estas incoherencias, sobre todo para cuando vuelva a plantearse el debate recurrente acerca de la relación Iglesia Estado. Porque la coherencia ayuda a encontrar los caminos que nos llevan a la justicia.
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