09/01/2014 – El Colegio de los teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos confirmó con voto unánime el martirio “in odium fidei” del arzobispo asesinado mientras celebraba misa. Caen todas las objeciones y los pretextos doctrinales para su beatificación
Romero es mártir. Fue asesinato “in odium fidei”. Lo repetía con voz débil en 2003 Juan Pablo II en noviembre de 2003, al recibir a los obispos de Es Salvador en visita “ad limina”. Lo confirmó ayer con voto unánime el Congreso de teólogos de la Congregación para las causas de los Santos, reconociendo el martirio formal y material del arzobispo asesinado en el altar mientras celebraba misa el 24 de marzo de 1980. Lo reveló Stefania Falasca en el periódico italiano “Avvenire”, añadiendo que «ahora, según la práctica canónica, sólo faltan el juicio del Congreso de los obispos y de los cardenales y, finalmente, la aprobación del Papa para que concluya el recorrido que lo llevará dentro de poco a la beatificación».
Al recorrer todas las etapas del proceso, la autora del artículo subraya que el pronunciamiento sobre el martirio de Romero «marca sin duda el culmen de una causa difícil». En la que las objeciones y los intentos por retrasar o entorpecer el camino del obispo mártir hacia la beatificación habían sido aderezados con argumentaciones teológicas y doctrinales. Por ello, el pronunciamiento de los teólogos que colaboran con el Dicasterio vaticano que se ocupa de las Causas de los Santos parece crucial, mucho más que el próximo (y casi descontado) “nihil obstat” de los obispos y de los cardenales de la misma Congregación.
El reconocimiento del martirio de Romero confirma definitivamente que el arzobispo salvadoreño fue asesinado “in odium fidei”. Lo que impulsó a sus agresores no fue la simple intención de cancelar a un enemigo político, sino el odio contra el amor por la justicia y contra la predilección por los pobres que Romero manifestaba como eco directo de su fe en Cristo y de su fidelidad al magisterio de la Iglesia. En el delirio sangriento que convulsionaba El Salvador durante esos años atroces, Romero fue el buen pastor dispuesto a ofrecer la vida para seguir la predilección por los pobres que es propia del Evangelio. La fe, reconocieron los teólogos del dicasterio vaticano, era la fuente de sus acciones, de las palabras que pronunciaba y de los gestos que llevaba a cabo en el contexto difícil en el que se vio obligado a operar y a vivir como arzobispo.
El pronunciamiento de los teólogos de la Congregación cancela décadas de operaciones que pretendían propagar una interpretación meramente política del asesinato de Romero. El reconocimiento de su martirio “in odium fidei” confirma que en El Salvador de los escuadrones de la muerte y de la guerra civil la Iglesia sufría persecuciones feroces por parte de personas que, por lo menos sociológicamente, eran cristianas. El odio que desencadenó y que provocó su muerte fue cultivado y compartido incluso por sectores de la oligarquía acostumbrados a ir a Misa o a dar limosna y donaciones a las instituciones eclesiásticas. Incluidas las asociaciones de «mujeres católicas» que publicaban en los periódicos acusaciones y mentiras fabricadas en su contra.
El “nihil obstat” de los teólogos disipa también la cortina de humo de insinuaciones creada para acreditar la fábula del Romero filo-guerrillero, agitador político, infuido y sometido por el marxismo. El proceso para la causa de beatificación (cuyo postulador es el arzobispo Vincenzo Paglia) está confirmando con autoridad y definitivamente lo que han repetido desde siempre los amigos del obispo mártir: Romero, como escribió el profesor Roberto Morozzo della Rocca, era «un sacerdote y obispo romano, obediente a la Iglesia y al Evangelio mediante la Tradición», llamado a desempeñar su ministerio de pastor «en aquel extremo Occidente y convulsivo que era la América Latina de esos años». En donde las fuerzas militares y los escuadrones de la muerte reprimían ferozmente a un pueblo entero según los designios de la oligarquía. En donde los sacerdotes y los catequistas eran asesinados y en donde era peligroso poseer un Evangelio. En donde bastaba pedir justicia para ser catalogado como comunista subversivo. En donde la Iglesia era perseguida porque se negaba al papel de brazo espiritual del poder oligárquico.
Sin embargo, después del año 2000, la causa de Romero se había quedado paralizada, porque todas las homilías y los escritos del obispo salvadoreño debían ser sometidos a un atento análisis en la Congregación para la Doctrina de la Fe, que habría verificado su ortodoxia. En esos años, asumió un papel preponderante en la gestión del caso Romero el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, que era un influyente asesor en el ex-Santo Oficio y que falleció en 2008.
Y así, llegaron a la Congregación para las Causas de los Santos disposiciones que pretendían desacreditarlo. Según algunos, llevar a Romero a los altares habría equivalido a beatificar la Teología de la Liberación o, incluso, los movimientos populares de inspiración marxista y las guerrillas revolucionarias de los años setenta. Por ello, según estos, las motivaciones del martirio “in odium fidei” no podían ser aplicadas a su caso. Pero habían servido para llevar a los altares en 2010 a Jerzy Popieluszko, el sacerdote de 37 años asesinado por un comando de los servicios de seguridad en la Polonia comunista de 1984.
Ahora parece haber llegado el momento también para Óscar Arnulfo Romero. Solo hay que esperar. Y no habrá que esperar mucho, si se tiene en cuenta que para la beatificación de los mártires no se requiere la verificación canónica de un milagro realizado por su intercesión.
Fuente: Vatican Insider
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