Varias personas, buenas personas, muchas de ellas muy comprometidas con la fe, con el Evangelio, me han hecho saber -en estos últimos días- de su preocupación por lo que han escuchado y escuchan en los medios de comunicación acerca de la carta que el papa Francisco le envió a Hebe de Bonafini, la titular de Madres de Plaza de Mayo.
No es para menos. En la mañana de este viernes, en la radio Cadena 3, en el programa que conduce Miguel Clariá, un periodista de ese medio dijo que el Papa era “el jefe de la oposición”. Luego, fue el locutor y uno de los dueños de esa emisora Mario Pereyra, quien dijo que “el Papa se ha sectorizado”; y el corresponsal de ese medio en Buenos Aires se preguntó, con ironía, si la Iglesia “irá a la marcha de (Hugo) Moyano”.
La de “jefe de la oposición” es la misma frase que años atrás le aplicaban a Bergoglio, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner, Horacio Verbitsky y varios de los entonces funcionarios y militantes del gobierno kirchnerista, algunos de los cuales hoy están detenidos o procesados acusados por casos de presunta corrupción.
Pero ahora son periodistas y comunicadores (sobre todo los que tienen una coincidencia político-ideológica con el actual Gobierno) los que están señalando que Bergoglio es el jefe de la oposición; oposición al gobierno de Macri -se entiende-, cuando, en realidad, la oposición a Macri son los kirchneristas, los mismos que decían que Bergoglio era su principal opositor.
Suele ocurrir con toda mirada ideológica de la realidad que en sus extremos esa mirada termina coincidiendo. Por ejemplo, en que la preocupación del capitalismo y del marxismo termina siendo el dinero y no la persona.
Por eso es entendible que haya confusión respecto de algunas de las actitudes del Papa, sobre todo en las que se refieren a las derivadas de su agenda privada, y a las cuales nos “asomamos” por lo que otros dicen, informan o muestran de sus experiencias personales y privadas con Francisco.
Vale no perder de vista en este punto, sobre todo los que tenemos fe, que la confusión es una de las principales armas del maligno.
Pero para poner las cosas en su justo lugar, primero hay que repasar bien los hechos y contexto. Casi todos sabemos quién es Hebe de Bonafini: una mujer ahora mayor, que por diversas circunstancias de la vida ha padecido lo peor que le puede suceder a una mujer que es madre: que le maten a un hijo o hija. A Hebe de Bonafini le secuestraron y le asesinaron dos hijos.
En el medio de esta tragedia (a la par de la tragedia de la Patria) esta mujer fundó Madres de Plaza de Mayo con el objetivo de reclamar lo que toda madre, en su lugar, buscaría: encontrar a sus hijos. Nunca lo logró. Y su vida, como la de tantas otras quedó marcada para siempre por ese dolor. ¿Cómo juzgar a una persona que ha padecido eso? ¿Qué haría el propio Jesús ante una persona con una cruz semejante? ¿Qué harías vos?
A los “normales” se nos hace difícil actuar como Jesús. Estamos automáticamente predispuestos a pensar que si nos encontráramos con Hebe de Bonafini, lo primero que haríamos sería reclamarle que no use al Papa; que en lugar de divivir al país contribuya para unir a los argentinos; y hasta alguno sucumbiría a la tentación de reclamarle por la ideología de sus hijos desaparecidos.
Siempre estamos más preparados para juzgar a los otros que para amar y comprender. Es por estas tentaciones y tendencias que en esta época de Cuaresma la liturgia reitera varias veces la frase del Señor “misericordia quiero y no sacrificio” (Mateo 12,7). Con “misericordia quiero y no sacrificio”, Jesús nos pide amor y perdón en serio, no sólo rito vacío para la autorreferencialidad.
El papa Francisco, que actúa siempre con un ojo en el Evangelio escrito y el otro en el Evangelio encarnado, busca esto con Hebe de Bonafini. Incluso hasta asumir el riesgo del Buen Pastor que deja las 99 ovejas del rebaño para ir en busca de la oveja perdida. Resulta conmovedor leer el pasaje del Evangelio de San Lucas, capítulo 12, y trazar un paralelismo con esta actitud del Papa que los medios de comunicación y los más “importantes” periodistas califican de “operación política”.
Por las dudas, la resumo aquí:
“Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido’. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».
No podemos saber si el proceso que abrió el Papa terminará o no en la conversión de Hebe de Bonafini. Pero sí sabemos, lamentablemente, que nadie en Argentina ha expresado esa “alegría santa” de la que habla Jesús por la posibilidad. Casi todos los “comunicadores” han pasado por alto el detalle de que Hebe de Bonafini le pidió perdón a Francisco (Leer aquí). Y sabemos los cristianos, o deberíamos saberlo, que el perdón siempre abre caminos.
Lo que sí sabemos, porque también somos muy distintos de Dios en eso de que Él se olvida de nuestras ofensas, que Hebe de Bonafini hizo de su dolor de madre un gran resentimiento social, y que desde ese resentimiento maltrató a toda aquella persona o institución que no respondía a su propia concepción de la realidad. Así fue que escuchamos y padecimos sus diatribas (incluso contra la Iglesia y contra el propio Bergoglio). Diatribas que en los últimos 30 años los políticos de turno (y algunos medios de comunicación) usaron para sus propios intereses, a veces ponderándola como el gran ejemplo indiscutido que no es, o como la gran culpable de todos los males argentinos que tampoco es.
Para Jorge Bergoglio, para el Papa Francisco, Hebe de Bonafini es, en primer lugar, una madre a la que le asesinaron dos hijos. Y eso determina a Bergoglio. Cualquier persona doliente “le puede” al Papa -como dirían hoy los más jóvenes-. Nos lo dice siempre el padre Ángel Rossi, uno de los que más lo conoce.
Por eso comete la “imprudencia” del Buen Pastor, que deja las 99 ovejas restantes para ir en busca de la perdida. “¿Cómo va a recibir a esa mujer?”, nos sale preguntarnos. “¿Cómo va a dejar que lo use de esa manera? ¿Cómo no piensa en el escándalo que provocará?”.
Somos como el “hermano mayor” de la parábola del Hijo pródigo (cfr. Lc. 15,11-23). El que se enoja con el Padre y le recrimina su gesto de misericordia y de alegría para con “aquel otro” que se gastó todo y que seguramente lo va a volver a engañar. Ese hijo que está seguro de haber sido siempre fiel, de no haber pecado nunca, no hace más que engañarse a sí mismo con el argumento de estar protegiendo al Padre.
Hay mucho de Evangelio en la vida de Bergoglio-Francisco, sólo que nos cuesta verlo. Porque quienes nos cuentan las noticias sobre el Papa (la mayoría surgidas de quienes lo quieren utilizar) no conocen el Evangelio.
No estarían obligados a conocerlo si no hablaran y analizaran a alguien que es, por sobre todas las cosas, un hombre religioso que vive del Evangelio, y al que le preocupa más el Evangelio y el prójimo que su propia imagen y “liderazgo”.
Por eso, lo miran a Bergoglio como una materia más de las que están acostumbrados a examinar todos los días: presidentes, diputados, ministros, jueces…. Por eso nos dicen y machacan con que Bergoglio “es peronista”. Eso les simplifica el trabajo. Ellos saben que los peronistas son y actúan así. Entonces le adjudican a Bergoglio todas las mañas de la dirigencia peronista. Y acomodan todo lo que hace o dice el Papa en relación con la Argentina -incluso lo que ni dice ni hace él sino otros- a esa concepción.
Por eso es que tenemos que redoblar el esfuerzo en estos tiempos complicados: tratar de descubrir cuánto de Evangelio hay en cada gesto y cada palabra de Francisco que te cuentan los que no lo quieren. Busquemos la verdad en serio. No el pensamiento periodístico formateado. Así entenderemos que en la famosa carta a Hebe de Bonafini, que filtró Bonafini, el Papa no la compara a ella con Jesús, sino que la consuela en su situación de calumniada (a la que Bonafini aludió en la carta que ella le había enviado), con el argumento pastoral de que también a Jesús lo calumniaron. Sin mala intención de por medio, resulta obvio que la alusión del Papa a Jesús es para todo aquel que se siente calumniado, no sólo para Hebe de Bonafini que se lo ha explicitado.
Por último, también hay que decir que ya no hay vuelta atrás con este desafío. Los que no lo quieren al Papa seguirán con la cantinela desde la ignorancia o desde la mala intención. Colaboran -sin saberlo- con otro paralelismo bíblico que explica y explicará la relación de Francisco con la Argentina: “Nadie es profeta en su tierra” (Mc. 6,4).
No se dan cuenta, pero los periodistas y las corporaciones mediáticas anti Francisco son instrumentos de un mal que busca convencer de que el Papa no es creíble, no es confiable…cuando su mensaje de profundo humanismo, de paz, de solidaridad y de respeto a la creación es uno de los pocos hoy que resuena y se valora en el resto del mundo.
Lamentablemente, el periodismo y las empresas periodísticas no se arrepienten. Conforman el único sector del país que no ha hecho un mea culpa por sus contribuciones a las tragedias pasadas y presentes de la Argentina.
Es paradójico, pero su problema es mesiánico, cuando lo que más le achacan a la Iglesia es creer en el Mesías: periodistas y corporaciones querían un Papa que sea un mesías para la Argentina (¡somos tan buenos los argentinos que lo merecemos!). Un papa que mejore ¡por fin! este país. Y como no lo hace, es el gran culpable. Nuestro gran chivo expiatorio.
Está claro que, fiel reflejo del Evangelio, el papa Francisco nos interpela y nos exige respuestas que están alejadas de la tentación de sentirnos aceptados, elogiados y reconfortados con nosotros mismos. ¡Hagamos lío!
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