26/12/2017 – El viernes 22 de diciembre, en una Catedral de Córdoba repleta, fue la ceremonia de ordenación episcopal del sacerdote Roberto Pío Álvarez, más conocido como el “padre Chobi”, Obispo Titular de Sozópoli de Emimonto y auxiliar de Comodoro Rivadavia. La ceremonia fue presidida por el Arzobispo de Córdoba Monseñor Carlos Ñáñez y como obispos co consagrantes Mons. Pedro Javier Torres, y Mons. Ricardo Seirutti, Obispos Auxiliares de Córdoba. También participaron de la celebración otros 13 obispos.
En la Homilía, el Arzobispo de Córdoba se refirió cariñosamente hacia Monseñor Álvarez, expresándole que “la Iglesia nos recuerda con cierta solemnidad que el episcopado no es un honor, sino un servicio“.
Además el Arzobispo invocó a los Santos y Beatas cordobeses, afirmando que el ejemplo elocuente de San José Gabriel del Rosario Brochero, de la Beata Madre María del Tránsito y de la Beata Catalina de María lo inspiren y su intercesión lo ayuden en su nuevo ministerio.
Gracias por estar. Si estuviera solo, sólo me miraría y me acusaría mis inconsistencias, mis fragilidades, mis pecados. Sólo estando ustedes tiene algo de sentido. En la fe, el objetivo del ministerio y en la confianza en el Papa es donde asiento mi sí.
Estos días he pensado en 3 cosas. El Padre Rovai nos enseñaba que “todo ministerio nace del costado abierto de Jesús”. En la ordenación diaconal, el “Hora” (Horacio Álvarez), mi primo, el mejor cura del mundo, me regaló una estampita que decía que la palabra más elocuente y definitiva del Padre ha sido el silencio escandaloso de la cruz. Hace muchos años, rezando el texto del Getsemaní, encontré que algunos dicen que Marcos cuando arma ese relato lo hace en base al sacrificio de Isaac. Cuando Marcos escribe, en su contexto vital, ha crecido mucho la figura de Isaac por sobre la de Abraham porque todo el mundo se pregunta este pobre chico qué hizo cuando llegó el momento y su papá lo empezó a atar. ¿Qué pasó en el momento antes de que llegara el cuchillo y después el fuego? Abraham llevaba el fuego y el cuchillo e Isaac llevaba la leñita. Todos los judíos de la época se preguntan qué paso, y así nace una tradición que está en el Talmud que dice que Isaac cuando se dio cuenta, en vez de salir corriendo le dijo a Abraham “Átame bien papá”, el Aquedah de Isaac. “Átame bien papá no vaya a ser que por el instinto vital me defienda y el sacrificio no sea puro”.
Y yo realmente tengo que agradecer a mi familia, la Iglesia, porque a lo largo de los años de cura me ha ido atando para que yo no me defendiera porque sino hubiera salido rajando muchas veces. Cuando hago memoria digo, la Iglesia me ató en Villa del Dique a entender que a veces la vida no se maneja entre blancos y negros sino con grises, y que hay gente, curas, que a veces hacen lo que pueden y sin embargo hacen presente al reino y a Jesús.
Me ató en Santa Mónica al discernimiento comunitario, sufrido, vivido, gozado y también sangrado.
Me ató en Río Ceballos a la experiencia de familia, de comunidades eclesiales de base, de trabajos con matrimonios. Me empezó a atar a la vida de fraternidad con otros curas, impensado antes, y nos fuimos dando cuenta que no es sólo compartir una agenda, o no chocarse en la tarea, y me ató a la lectio comunitaria, a la revisión de vida, a la corrección fraterna. Me fue atando a muchos curas en ese camino que en un momento de su vida decidieron, o se dieron cuenta, o no sé que pasó, que tenían que seguir a Jesús en otro camino.
Me ató en Cosquín a muchos dolores. Me ató a la violencia de género. Me ató a tantas mujeres violentadas, golpeadas. Me ató a los más pobres. Me ató a la desnutrición, me ató a la necesidad de estimulación temprana, a la educación. Me ató a la música nuestra.
Por eso yo digo recen para que nunca me desate, recen para que siempre me quede atado (y ahora que necesito estar más atado por los vientos de Comodoro), que me ate a esas cosas que Dios me vaya poniendo en el camino.
Por eso muchas gracias a esas Parroquias, al obispo que me mandó ahí y que me hizo estudiar. Yo se lo debo todo a la Iglesia diocesana.
Y por último, el texto que elegí, que es el último del evangelio de Marcos, no el canónico sino el redaccional, como Marcos lo quiso terminar y que tiene que ver con este grito “díganle que Él va primero a Galilea y allí lo verán” dado por mujeres. Las mujeres cuando superan el miedo le gritan la pascua a la Iglesia, a los varones, y yo en estos 19 años de cura me he sentido tan acompañado por la mujer y particularmente por la vida religiosa. Antes de terminar quería rezar un Avemaría pensando en ustedes, las religiosas que me han acompañado: las fundaciones cordobesas, las Teresas, las Esclavas, las Franciscanas, las Carmelitas, las de Sagrada Familia de Urgel, las Concepcionistas y así podría seguir porque me he sentido muy mimado siempre y siempre me han anunciado la Pascua. Por todo eso muchas gracias y ayúdenme y recen para que nunca me desate aunque eso signifique el sacrificio.
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