Beata Laura Vicuña

viernes, 22 de enero de 2016
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22/01/2016 – Laura Vicuña nació en Santiago, Chile, el 5 de abril de 1891.  Su padre fue Don José Domingo Vicuña quien pertenecía a una familia de la aristocracia criolla chilena, de gran influencia política y alto nivel social. Su madre, Doña Mercedes del Pino, era de una familia humilde. Esta diferencia causó tensión familiar desde el principio.

Los grandes amores de Laura fueron Jesús Sacramentado y María Auxiliadora. Es criada en la espiritualidad Salesiana. Muy devota de Santo Domingo Savio, a quien se parece en su amor puro a Jesús y a la Virgen y por morir tan joven como él.

Ante una revolución  en Chile, la familia Vicuña, por estar con el gobierno, debe huir de la capital y refugiarse a 500 km. Pronto su padre muere y queda su madre con dos niñas, Laura (con dos años) y Julia, en la indigencia. A raíz de ésta situación, su madre decide la emigración a la Argentina. El viaje fue muy difícil y Doña Mercedes no tenía donde estar. Se junta en unión libre con Manuel Mora. En 1900 Laura es internada en el colegio de las Hermanas Salesianas de María Auxiliadora en el colegio de Junín de los Andes. Pronto se destaca por su devoción. Su sueño era ser religiosa.

Cuando escucha de una maestra que a Dios le disgustan mucho los que conviven sin casarse, la niña cae desmayada de espanto. En la próxima clase, cuando la maestra  habla otra vez de unión libre, la niña empieza a palidecer. Laurita sentía muchísimo dolor de solo pensar que Dios es ofendido por nuestros actos. Todo este panorama que le presentó su maestra le hizo comprender la situación en que vivía su madre: en concubinato. Lejos de resentirse contra ella, decidió entregar su vida a Dios por su salvación.

Laura le contó su decisión al confesor, el Padre Crestanello, salesiano. El le dice: “Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptarte tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto”. Esto no movió para nada la voluntad de la niña. Recibió la comunión a los diez años. Ese día se ofreció a Dios y fue admitida como “Hija de María”.

Mora trató de manchar la virtud de Laura pero ella se resistió, por lo que fue echada de la casa, a dormir a la intemperie. Después de esto, Mora no quiso pagarle la escuela pero las hermanas la aceptaron gratuitamente. Un día, cuando la niña volvió a su casa, Mora le dio a Laura una paliza salvaje.

A causa de una inundación en el colegio, Laura pasó muchas horas con los pies en el agua helada, ayudando a salvar a las más pequeñas. Como consecuencia se enfermó de los riñones con grandes dolores. La madre se la llevó a su casa pero no se recuperó.

Laura le dijo a su madre: “mamá, la muerte está cerca, yo misma se la he pedido a Jesús. Le he ofrecido mi vida por ti, para que regreses a El”. Le pide que abandone a Mora y se convierta. Ella le promete cumplir su deseo. Siguió orando y ofreciendo sus sufrimientos intensos por su madre. “Señor: que yo sufra todo lo que a Ti te parezca bien, pero que mi madre se convierta y se salve”.

Sus palabras al entrar en agonía fueron las siguientes: “Mamá, desde hace dos años ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para obtener que tu no vivas más en unión libre. Que te separes de ese hombre y vivas santamente”. Mamá: ¿antes de morir tendré la alegría de que te arrepientas, y le pidas perdón a Dios y empieces a vivir santamente?” “¡Ay hija mía! Exclamó doña Mercedes llorando, ¿entonces yo soy la causa de tu enfermedad y de tu muerte? Pobre de mí ¡Oh Laurita, qué amor tan grande has tenido hacia mí! Te lo juro ahora mismo. Desde hoy ya nunca volveré a vivir con ese hombre. Dios es testigo de mi promesa. Estoy arrepentida. Desde hoy cambiará mi vida”.

Laura mandó llamar al Padre Confesor. “Padre, mi mamá promete solemnemente a Dios abandonar desde hoy mismo a aquel hombre”. Madre e hija se abrazan y lloraron.

Desde aquel momento el rostro de Laura se tornó sereno y alegre. Había cumplido su misión en la tierra. Había sido instrumento fiel de la Divina Misericordia. Había triunfado el amor. Recibió la unción de los enfermos y el viático. Besó repetidamente el crucifijo. A su amiga que rezaba junto a ella le dice: ¡Que contenta se siente el alma a la hora de la muerte, cuando se ama a Jesucristo y a María Santísima! Lanza una última mirada a la imagen de la Virgen que está frente a su cama y exclama: “Gracias Jesús, gracias María”, y muere dulcemente. Era el 22 de enero de 1904.

La madre tuvo que cambiarse de nombre y salir disfrazada de aquella región para verse libre del hombre que la perseguía. Y el resto de su vida llevó una vida santa.

Laura Vicuña ha hecho muchos milagros.  El Papa Juan Pablo II la declaró Beata en 1988. Sus restos están en el Colegio María Auxiliadora de Bahía Blanca Argentina.

El verdadero rostro de Laura 

El diario “El Mercurio”, de Chile, dio a conocer una foto real de la beata en febrero de 2010 que hasta ese momento era representada con rasgos europeos que, tras una larga investigación, resultan no responder a su verdadero aspecto.

El periodista Gustavo Villavicencio señaló que las salesianas argentinas sospechaban de que la imagen divulgada de la joven beata, fallecida apenas a los 12 años, podía no ser la verdadera; especialmente tras la publicación del libro “Conocimiento de Laura Vicuña” (1990), del padre Ciro Brugna.

En sus páginas aparece una fotografía de un grupo de alumnas del Colegio María Auxiliadora, de Junín de los Andes (Argentina), en la que aparece la beata con rasgos distintos a los delineados por un artista italiano.

“Nosotras sabíamos que esta imagen nunca había tenido repercusión; es por eso que las salesianas argentinas y chilenas, a principios del año pasado, encargamos un estudio a Carabineros de Chile, que comprobó científicamente el rostro verdadero de la beata. Nunca nos cuadró la niña con zapatos de charol y cuidadoso peinado, con la imagen de niña patagónica de aquel entonces”, señaló la hermana Elda Scalco, directora del Centro de Espiritualidad Salesiana de Junín de los Andes.

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Fuentes: corazones.org y aciprensa