En el día del Papa, rezamos por Francisco, y celebramos la catolicidad de la Iglesia

lunes, 29 de junio de 2020
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Cada 29 de junio, con motivo de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, estamos invitados a meditar en el misterio del sucesor del primer pontífice, que es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad tanto de los obispos como de los fieles.

La solemnidad de San Pedro y San Pablo tiene una larguísima historia, con un primer registro documental que la reconoce ya en el año 258, cuando ya se celebraba la memoria de los dos Apóstoles en la “Vía Apia ad Catacumbas”, en lo que hoy es las afueras de Roma. Aparentemente, en un 29 de junio fueron trasladados los restos de los dos más grandes apóstoles a ese lugar. Más tarde, los restos fueron restituidos a sus anteriores lugares de descanso: los de San Pedro a la Basílica Vaticana y los de san Pablo la iglesia que está en la Vía Ostiensis.

A lo largo de la historia, la Iglesia ha dedicado esta jornada a meditar en el ministerio del sucesor de Pedro, el “vicario de Cristo”, el “Romano Pontífice”, que como obispo de Roma es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los demás obispos del mundo, como de todos los fieles.

La oración por el Papa

El Papa es Pastor de toda la Iglesia y tiene potestad plena, suprema y universal, y más allá de las circunstancias históricas de algunas de las personas que fueron elegidas en estos dos mil años de historia, los papas siempre han contado con la oración del pueblo fiel de Dios.

En los Hechos de los Apóstoles se relata que en los orígenes de la Iglesia, cuando Pedro fue encarcelado, toda la primera comunidad cristiana oraba insistentemente por él (cfr. Hc 12, 59). Desde entonces se conserva esa necesidad que se expresa en las misas de todo el mundo y a través de instituciones que dedican tiempo, esfuerzo y devoción a rezar y a alentar la oración por el Papa.

Como escribió hace siglos, San Ignacio de Antioquía, cuando oramos por el Sucesor de Pedro que “preside la caridad de todas las Iglesias”, pedimos que la Iglesia se mantenga fiel a su magisterio, para que, como los primeros cristianos, vivamos como hermanos arraigados firmemente en el amor y en la caridad.