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Del 16 al 20 de septiembre, en San Rafael, luego de misa de 19hs, te invitamos a descubrir cuál es la voluntad de Dios para tu vida. Los Ejercicios Espirituales, que serán predicados por el Padre Javier Soteras, son una buena ocasión para “buscar y hallar la voluntad de Dios” y nos ofrecen la oportunidad de escuchar el llamado a la conversión de la propia vida. En este 4 día nos adentramos en el grito de Jesús.
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: “Elí, Elí, lemá sabactani”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: “Está llamando a Elías”. En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían: “Espera, veamos si Elías viene a salvarlo”. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz: “Elí, Elí, lemá sabactani”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: “Está llamando a Elías”. En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber.
Pero los otros le decían: “Espera, veamos si Elías viene a salvarlo”. Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente.
Mateo 27, 45- 53
Mateo y Marcos trasmiten el grito de Jesús, en una mezcla de hebreo y arameo y lo traducen después al griego. “Elí, Elí, lemá sabactani” Esta plegaria de Jesús ha llevado una y otra vez a los cristianos a reflexionar, cómo puede el hijo de Dios ser abandonado por Dios y las reflexiones en torno a esto han sido varias. Sin embargo hay una que particularmente da crédito Benedicto XVI y en y a la cual nosotros vamos a prestar atención.
En estudios eruditos se ha tratado de reconstruir la exclamación de Jesús, de modo que por un lado pudiera ser malentendida como el grito hacia Elías y por el otro que fuera la exclamación de abandono del Salmo 22, No es un grito cualquiera de abandono. Jesús en el fondo está recitando el gran Salmo de Israel, afligido, que asume de este modo en sí todo el tormento, no solo de Israel sino de todos los hombres que sufren en este mundo.
Cuántas veces nosotros vemos la realidad que nos circunda, situaciones de indignidad humana, laceración, dolor, asedia, tristeza, angustia, soledad, abandono, ruptura, violencia, agresividad, exclusión, marginalidad, injusticia y decimos: Dios dónde está? Pareciera – siguiendo la reflexión de Benedicto – que Jesús ha querido llegar hasta este punto de los infiernos humanos, donde el grito por la presencia del Padre se hace un clamor con dolor y lágrimas.
Jesús lleva ante el corazón de Dios mismo, el grito de angustia del mundo atormentado por las ausencias de Dios. El grito de Jesús viene a romper el velo del templo donde alguna vez al año entraba el sacerdote para entrar el santo de los santos, como que el misterio de Dios estaba escondido. Ahora el misterio de Dios viene a hacerse manifiesto porque se rasga el velo que oculta lo que está escondido, y así también, si cada uno de nosotros es un templo donde Dios quiere hacerse manifiesto, es por la unión de nuestros dolores, angustias y tristezas, las que unidas a la cruz de Jesús viene a abrir y despertar la vida que está escondida y dormida. De eso se trata, es un grito que despierta de lo antiguo a un Dios que quiere hacerse presente de una manera nueva. El templo se rasgó, se abrió el velo y apareció el rostro del Dios verdadero que venía siendo manifestado y de algún modo escondido. Es el Dios ausente en el corazón de tantos hombres que sufren sin sentido al que queremos hacer presente.
Necesitamos del grito de Cristo para que sea un grito confiado, esperando en Dios la entrega de lo que no tiene respuesta, de lo que no tiene luz, de lo que no tiene sentido, de lo que no tiene horizonte, porque al final – dice la palabra – Jesús expiró, es decir, se entregó. Es un grito que no queremos que sea de puño cerrado sino de mano abierta que pide explicación con la certeza que va a recibir la respuesta a lo que pide aunque la mano abierta y el grito expresen lo que le sale al hombre en lo más hondo de su dolor, al mismo tiempo por ser abierta y por elevarse al cielo no deja de tener respuesta al Dios que quiere mostrar el verdadero rostro de lo humano en Cristo y por eso es Cristo que dejamos que nuestros gritos se hagan sinfonía con el suyo, y lejos de parecernos una voces sin consonancia, cuando expresamos nuestro dolor y nuestro sufrimiento en Cristo, el desconcierto comienza a concertarse y las voces comienzan a articularse en una sinfonía sacada desde lo más doloroso y triste, de lo más duro y difícil de sobrellevar y cargar que a todos nos pasa. A veces con cosas simples se pueden hacer cosas muy ricas, frente al griterío de la humanidad hoy en Cristo deja de ser una desconcertante manera de no saber para donde ir ante tanta desesperación para que todo se cambie en una esperanza en la entrega. Es en la entrega donde está la esperanza, no solamente gritar, no solamente expresar lo que mas hondamente nos duele sino hacerlo en la confianza con la que Jesús termina por romper el espacio que escondía el rostro del Dios verdadero detrás del velo, y eso muy sencillamente y muy simplemente por la ofrenda y la entrega..
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Así grita Jesús, haciéndose eco del Salmo 22: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás lejos de mi clamor y mis gemidos? Te invoco de día, y no respondes, de noche, y no encuentro descanso; y sin embargo, tú eres el Santo, que reinas entre las alabanzas de Israel. En ti confiaron nuestros padres: confiaron, y tú los libraste; clamaron a ti y fueron salvados, confiaron en ti y no quedaron defraudados. Pero yo soy un gusano, no un hombre y el pueblo me desprecia; los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: “Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto”
Los orantes del Antiguo Testamento y la palabra de los Salmos no corresponde a un sujeto individual cerrado en sí mismo, son palabras personales, sí, que han ido surgiendo en el forcejeo con Dios pero palabras a las que están asociadas todos los que sufren, todo Israel y más aún toda la humanidad entera que lucha, por eso estos Salmos abrazan el pasado, el presente y el futuro y de ahí que la expresión de Jesús sea antigua, sea presente, sea de mañana. Estar en el presente del dolor de Jesús que siente el abandono y el grito habla de eso y lleva el don de ser escuchada con las oraciones de tanto grito y de tanta expresión de lo más hondo de las heridas de tantos hermanos. Esta expresión es corporativa – dijo Benedicto XVI – y tal vez justamente en la patrística y tal vez en San Agustín cómo es el cuerpo todo el que reza cuando Cristo reza. Cristo ora a la vez, cabeza y cuerpo, ruega como cabeza como aquel que nos une a todos en un sujeto común y nos acoge a todos en sí. Y ora como cuerpo en el sentido de que tiene presente la lucha de todos nosotros, nuestras propias voces, nuestras tribulaciones, nuestras esperanzas, nosotros mismos somos orantes de este Salmo, somos orantes de este Cristo que ora en la Cruz. El grito de Jesús en la cruz, el grito de la humanidad, nuestros gritos que buscan respuesta, una sinfonía de voces que exclama al Padre para que se abra el templo y aparezca el Dios que está escondido dando respuesta al hombre que no encuentra respuesta en el sí mismo y que se ve agobiado por tanto dolor.
Al final del grito de Jesús, hay un suspiro, hay una entrega y una ofrenda, es como nos pasa a nosotros después de una descarga de profunda tensión, todos los dolores están allí presentes, los de la humanidad que él ha cargado con tanta tensión, ha liberado la fuerza con su grito y se ha entregado. Jesús expiró y en ese expirar se abrió el velo del templo, y Jesús nos regala la posibilidad de penetrar en el misterio.
Nosotros muchas veces en nuestras búsquedas, hasta que no llegamos al límite de la circunstancia, no entendemos de que se trata lo que estamos buscando. Las situaciones en el límite nos ponen de cara a lo mejor que está por aparecer de nosotros mismos. Muchas veces, también sacan lo peor de nosotros, pero siempre que uno lo hace con actitud de entrega aparece lo mejor, por eso la invitación sería: dejar que lo que estamos viviendo por más doloroso que sea, por lo más duro que nos parezca, por más amenazante que resulte, llegue hasta el límite pero con una actitud confiada, una actitud de abandono, para que aparezca lo que está detrás de lo que nos resulta incomprensible en el dolor que sentimos por enfermedad, por pérdidas, por situaciones de procesos difíciles, no frenar los procesos de dolor, no mitigarlos sí orientarlos, claramente el dolor encuentra su lugar en la cruz y en la forma de vivir esa cruz. Hoy es la respuesta a la gran pregunta de la humanidad, qué sentido tiene el sufrimiento cuando fuimos hechos para la alegría, qué sentido tiene el dolor si fuimos hechos para el gozo, qué sentido tiene la muerte cuando fuimos hechos para la vida. En la cruz está el sentido y en el expirar de Jesús que es un acto profundo de entrega y de confianza.
Dios nos abre el camino a la pregunta de qué hay detrás de “el velo se rasgó” ante la entrega de Jesús se abrió el misterio, lo escondido comienza a aparecer y el verdadero rostro de lo que buscábamos comienza a manifestarse. Es la entrega en el límite, el dejarse llevar, el dejar que fluya sobre el límite lo nuevo que vendrá, lo que está por aparecer. Si sabemos que estamos en las manos de Dios seguro que detrás de lo que no sabemos cómo es hay algo mejor de lo que hasta aquí fue, aún aunque eso se traduzca bajo el signo de la muerte, la eternidad nos espera.
Esta perspectiva de la mirada sobre el sufrimiento nos tiene que ayudar a sobrellevar la propia carga y la propia cruz con mayor decisión y mayor determinación, con mayor entusiasmo y mayor fuerza.
No hay posibilidad de crecimiento, de madurez, de desarrollo si la humanidad no atraviesa por este lugar donde Jesús ha marcado el rumbo en la cruz. De hecho es el rumbo que él les dice a los discípulos cuando los llama para ir detrás de él, el que quiera seguirme que cargue con su cruz y me siga porque este es el rumbo.
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