El Resucitado en lo cotidiano

jueves, 19 de septiembre de 2019

En este quinto y último día de ejercicios ignacianos para la vida cotidiana desde San Rafael, el Padre Javier Soteras nos invita a adentrarnos en las huellas que el Resucitado, que prometió estar con nosotros hasta el fin de los tiempos, nos deja en el camino.

 

María estaba llorando fuera, junto al sepulcro. Mientras lloraba se inclinó para mirar dentro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y el otro a los pies. Le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?” Les respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.”

Dicho esto, se dio vuelta y vio a Jesús allí, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella creyó que era el cuidador del huerto y le contestó: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.”

Jesús le dijo: “María”. Ella se dio la vuelta y le dijo: “Rabóni”, que quiere decir “Maestro”. Jesús le dijo: “Suéltame, pues aún no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre, que es Padre de ustedes; a mi Dios, que es Dios de ustedes.”

María Magdalena se fue y dijo a los discípulos: “He visto al Señor y me ha dicho esto.”

Juan 20, 11 – 18

 

Jesús venció la muerte, ¡Resucitó!

Hay dos relatos más de la resurrección de Jesús que nos cuentan acontecimientos semejantes, circunstancias que hablan de lo mismo,  los otros dos textos son: el de los Discípulos de Emaús, Jesús caminado con ellos y la Pesca milagrosa en el Mar de Tiberíades, estos tres textos el de la aparición a María Magdalena, los discípulos de Emaús y Jesús junto al Lago de Tiberíades tienen datos comunes, lo primero es constatar que hay un límite que encuentran los que se están por encontrar con Jesús, en María Magdalena es el llanto, ella llora y en este límite se ve impedida de poder descubrir a Jesús, en los discípulos de Emaús es el semblante triste con el que dice Lucas que ellos van caminando, esto también les impide descubrir al Maestro, en la pesca cuando Jesús está a orillas del lago los discípulos no lo pueden ver porque ha ganado el corazón de ellos el fracaso de una pesca infructuosa durante toda la noche, en los tres casos Jesús está allí pero en el límite de permanecer frente a su propio dolor a ellos les resulta imposible descubrir al Maestro, María llora, los discípulos de Emaús van con la semblante triste y los pescadores sufren las consecuencias dolorosas de una noche infructuosa de pesca en el mar, hay tres límites concretos y tres imposibilidades de descubrir a un Jesús que está allí y ellos no lo pueden ver,

En los tres textos hay algo por lo cual los de Emaús, los que están a la orilla del lago después de la pesca infructuosa y María terminan por descubrir que es el Señor que ha resucitado.

En medio del dolor, la tristeza, la desesperación , la angustia, el fracaso, el llanto los que caminan con Jesús, los que van al Huerto, los que están pescando volviendo a su antiguo oficio no terminan de descubrir que el Señor va con ellos, camina con ellos, comparte con ellos la orilla, está con ellos en el sepulcro vacío, lo que impide ver es la desesperación y la angustia, como nos pasa a nosotros que podemos tener situaciones y motivos más que importantes para estar felices pero hay algo que llevamos dentro que nos impide alegrarnos, el Señor llama a María por su nombre y esto es suficiente para que escuchando ese tono de vos, ese nombre de ella pronunciado por Jesús ella despierte de su mirada un poco turbia por la que no ha podido descubrirlo hasta aquí y le diga Maestro, Señor.

 

El resucitado camina con nosotros cada día

El Señor nos vuelve la memoria afectiva hacia los lugares donde la vida se hace plena para descubrir de una o de otra forma que Él camina con nosotros, que está vivo, que ha resucitado, que no hay motivo para la tristeza y para la angustia. Tres signos bien sencillos, concretos, cotidianos para ellos, la pesca milagrosa, el pan partido y la Palabra proclamada, el nombre pronunciado sobre María.

Cada uno de nosotros tiene una historia de encuentro con Jesús, un lugar, un hecho donde la vida se abrió como vida y el Señor se mostró como Señor de la historia, Señor de la salvación, en esos lugares el Señor se manifiesta para decirnos que Él camina con nosotros y que está a nuestro lado, que ha resucitado, es muy simple, es en lo cotidiano, es sin violentar nuestra vida, es haciéndonos sentir en lo más hondo del corazón que Él está en el mate compartido y en la conversación de la mesa, que Él está en el café con el amigo y en el momento de la oración con la Palabra, que Jesús está vivo allí mientras hacemos las cosas de la casa y Él nos va hablando de la vida en lo nuestro sin violentar Jesús se manifiesta vivo, “No soy un fantasma, soy yo mismo, aquí están mis manos y mis pies, este es mi costado abierto”, les dice a los discípulos “Soy yo, estoy vivo, ¿tienen algo para comer?

Tan simple, sencillo, maravillosamente grande, en lo simple, en lo sencillo en lo cotidiano se muestra Jesús para darle dimensión nueva a lo de todos los días, el Señor no nos quiere haciendo grandes cosas nos quiere haciendo lo de todos los días de una manera grande, es sencillo Jesús, tan cotidiano que los hace volver a los discípulos sobre aquel lugar donde la historia de la salvación para ellos fue el comienzo de un camino nuevo, historia real de salvación, “Vayan a decirles a mis discípulos que en Galilea me encontrarán”.

El Señor recitado viene al encuentro de los discípulos allí donde ellos se encuentran sin cosas espectaculares, metido entre la historia de todos los días, lo que suponía en aquel momento hacer el duelo, ir al sepulcro y buscar el cuerpo, untarlo con los aceites propios con los que se untaban los cuerpos para declarar la inmortalidad, en el ambiente propio de la pesca donde tantos momentos pasaron juntos, en el andar y en el peregrinar, Jesús ha sido eso, un peregrino, como estaba está pero de una manera nueva, el Señor resucitado viene hacia nosotros bajo esas características.

 

 

Al resucitado le pedimos “Quédate  con nosotros”

Cuando Juan en el capítulo 21 dice: “Es el Señor” tiene paz en su corazón, cuando María le dice “Maestro hay alegría, gozo y paz, cuando los discípulos de Emaús descubren en el partir el pan que era Jesús y en la Palabra han descubierto que sus corazones ardían, cuando le piden “Quédate con nosotros” es como cuando uno tiene paz en el corazón y dice no quiero que se vaya este sentir hondo y profundo de serenidad, de armonía, quiero que permanezca para siempre, la paz que Jesús da es una paz que moviliza, es distinta a la paz de los cementerios, la paz del cementerio es la paz de la muerte, la paz que Jesús da es la paz de la vida y pone en contacto con lo que vendrá, cuando esta paz está ausente, cuando nos cuesta encontrarla, cundo hay demasiadas cosas que inquietan nuestro corazón y lo entristecen entonces Jesús toma directamente la iniciativa de comunicarla, “Tengan paz” y muestra de que su paz es movilizante cuando al lado de este mensaje, paz al corazón de ustedes, viene el otro no tengan miedo que soy yo, estoy vivo.

En estos tres textos lo que sigue al encuentro en lo simple, en lo cotidiano con la gracia de la resurrección, la paz y la alegría que Jesús comunica es la misión, en cada uno de estos después de la alegría de Jesús resucitado en el peregrinar, en la pesca y en el rito de ir a llenar de aceite y de ungüento el cuerpo del muerto, lo que reina en el corazón es la paz y esa paz los hace salir a decir a los hermanos que Jesús ha resucitado, la misión nace de la gracia de la resurrección, solo hay misión cuando hay experiencia de resucitado, cuando el encuentro con el resucitado de manera cotidiana nos llena de vida y esa vida no podemos sino anunciarla, comunicarla, hacerle saber a otros que la vida de todos los días no es aburrida, no es tediosa, la vida en Dios es vida que se comunica y que llena de sentido.

 

El Resucitado responde “Yo estaré con ustedes para siempre, hasta el final de los tiempos”

El Jesús de lo cotidiano es un Jesús que nos hace vivir de manera grande lo simple y esto es lo que el mundo necesita encontrar en el matrimonio y en la propia casa, en la educación de los hijos y en el trabajo de todos los días, en la vida compartida con los amigos y en los momentos de recreación, en los tiempos duros de la enfermedad y cuando hay que enfrentar la muerte de un ser querido que Dios está ahí siempre acompañando, hay una palabra que sostiene el peregrinar de los discípulos todo este tiempo “Yo estaré con ustedes para siempre, hasta el final de los tiempos”, es en todo momento, en toda circunstancia, siempre.

Después de cada experiencia de resurrección Jesús pone en situación de misión a los discípulos “No tengan miedo, soy yo”, es lo mismo que decirles salgan del encierro, vayan a decirles a mis hermanos que en Galilea me encontrarán, envía a las mujeres a ese lugar, los de Emaús apenas lo descubrieron al partir el pan se volvieron los once kilómetros que habían recorrido para contarle a los hermanos que el Señor estaba vivo,

 

El resucitado nos envía: La Misión “apacienta mis corderos”

Cuando termina la pesca milagrosa a la orilla del Mar de Tiberíades Jesús se lo lleva aparte a Pedro, lo confirma en la fe redoblando su presencia de amor en su vida y después de tres negaciones y de tres desamores lo reencuentra con una declaración triple de amor y le dice la misión que tiene que cumplir “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas”, “Pedro, ¿me amas? Sí Señor tu sabes que te quiero. Apacienta mis ovejas”.

Es verdad que el mundo de hoy espera el anuncio de Jesucristo, es cierto que la tarea de la nueva evangelización debe estar presente con nuevo ardor, una nueva forma y metodología, pero esto no va a ser posible si no hay primero una experiencia de pascua, de morir con Cristo para resucitar con Jesús, el corazón de la nueva evangelización es la pascua y su fuerza la resurrección, la tarea misional de la Iglesia brota de la experiencia pascual y de la gracia de la resurrección, la gracia de la resurrección acontece en tu vida en lo de todos los días, el que puso su morada entre nosotros, el que se quedó en medio nuestro, el no solamente no escandaliza con su presencia cercana, cotidiana sino que hace que vivamos lo compartido en familia y el encuentro con los amigos en Él de una manera distinta, lo grande del Dios en el que creemos es que lo simple es habitado por su presencia y eso te hace vivir lo más simple como un príncipe hijo del Rey.