13/11/2019 – Seguimos transitando el camino de consagración a María, compartimos la 4ta reflexión:
“Jesús les propuso otra parábola: «Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos: el grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. Es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece, se hace más grande que las plantas de huerto. Es como un árbol, de modo que las aves vienen a posarse en sus ramas.” Mt 13 31-32
“Jesús les propuso otra parábola: «Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos: el grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. Es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece, se hace más grande que las plantas de huerto. Es como un árbol, de modo que las aves vienen a posarse en sus ramas.”
Mt 13 31-32
La obra de Dios es grande y acontece desde una dimensión sorprendentemente sencilla y humilde: como un grano de mostaza que es como la mitad de una cabeza de alfiler, que llega a ser un gran árbol donde se cobijan los pájaros del cielo, como un poco de levadura que una mujer pone en una gran cantidad de harina hasta fermentar toda la masa.
Dios elige lo que no cuenta, lo que el mundo tiene por nada, para confundir a los que piensan que son algo. 1 Cor 1,27 Elige a la humilde servidora del Señor, María para tomar su carne y nacer quedándose en medio de nosotros, elige nacer en Belén la mas pequeña, según el profeta Miqueas, elige Nazaret para en el silencio gestar en treinta años su ministerio público, elige doce hombres sencillos y entre ellos posiblemente al mas frágil, Pedro, para fundar su comunidad, elige la ignominia de la cruz para alcanzarnos la salvación.
Este estilo de amor por lo pequeño nos permite mirar las realidades simples de la vida con los ojos de Dios, de otra manera, dándole otra valoración, nos permite afrontar lo cotidiano lo rutinario desde esa conciencia que lo importante se juega en lo que aparentemente es insignificante. Esa mirada nace de un reconocer que Dios está en medio de lo nuestro, entremezclado en nuestras conversaciones, participando de nuestros anhelos, acompañándonos en nuestras búsquedas, sosteniéndonos en nuestros dolores; Dios está entre las ollas, decía Teresa de Jesús, para significar la presencia casera de un Dios hecho a lo cotidiano y en apariencia insignificante.
“Jesús, el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona, se identifica especialmente con los más pequeños (cf. Mt 25,40). Esto nos recuerda que todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la tierra. Pero en el vigente modelo «exitista» y «privatista» no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida.
Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente, aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo, los toxicó dependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, etc.” E.G 210-211
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