12/11/2019 – Compartimos la reflexión número 3 de nuestro camino de consagración a María, en el marco del Año Jubilar de la Obra de María:
“Entraron en la ciudad y subieron a la habitación superior de la casa donde se alojaban. Allí estaban Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelotes, y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos perseveraban juntos en la oración en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.” Hech 1, 14
“Entraron en la ciudad y subieron a la habitación superior de la casa donde se alojaban. Allí estaban Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago, hijo de Alfeo, Simón el Zelotes, y Judas, hijo de Santiago. Todos ellos perseveraban juntos en la oración en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.”
Hech 1, 14
Ella nació pobre, vivió pobre y dejó este mundo siendo pobre. Desde la categoría social podríamos decir que vivió en el Israel de su tiempo en un grupo que Dios se recogió para sí como un resto fiel al que se reconoce bajo la espiritualidad de los pobres de Yavé, los Anawin.
Esto Dios lo previó para que pudiera manifestarse en medio de ellos con toda su riqueza, es desde ese lugar de pertenencia donde María canta las grandezas del Señor, Él ha mirado su pequeñez, su pobreza y su austeridad. Todos alaban y bendicen a María en ella el poderoso hizo grandes cosas.
El pueblo de Nazaret es una aldea simple y sencilla. Tan simple y tan sencilla que los geógrafos del tiempo de Jesús no logran ubicarla en su mapa.
La frase de Natanael muestra esa condición de pobreza de Nazaret: “¿acaso puede salir algo bueno de Nazaret?” Jn 1 ,42. María pertenecía a un poblado perdido que no gozaba de muy buena reputación. Su corazón sintoniza con el corazón de sus hijos que viven en ese mismo estilo en el que ella vive. Los que caminan por la vida confiados en Dios.
En la casa de María, aún cuando sea humilde y sencilla, vive siempre la dignidad, la limpieza, el arreglo, el decoro y el detalle. Austeridad con dignidad, vivir desprendidos y en intimidad de vínculos con Dios. Cuando no es así, sucede como dice Jesús: es muy difícil que un rico entienda de qué se trata el Reino de los cielos porque hay otras cosas que tiene apegadas al corazón y no puede comprender este mensaje de totalidad y absoluto que lleva la vida toda.
“Una imagen de Iglesia que me complace es la de pueblo santo, fiel a Dios. Es la definición que uso a menudo y, por otra parte, es la de la Lumen Gentium en su número 12. La pertenencia a un pueblo tiene un fuerte valor teológico: Dios, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana. Dios entra en esta dinámica popular».
«El pueblo es sujeto. Y la Iglesia es el pueblo de Dios en camino a través de la historia, con gozos y dolores. Sentir con la Iglesia, por tanto, para mí quiere decir estar en este pueblo. Y el conjunto de fieles es infalible cuando cree, y manifiesta esta infalibilidad suya al creer, mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo que camina. Esta es mi manera de entender el “sentir con la Iglesia” de que habla san Ignacio. Cuando el diálogo entre la gente y los obispos y el Papa sigue esta línea y es leal, está asistido por el Espíritu Santo. No se trata, por tanto, de un sentir referido a los teólogos”
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