La pobreza que tiene a Dios como única riqueza

viernes, 8 de noviembre de 2019
image_pdfimage_print

11/10/2019 – Compartimos la reflexión del día nro 2 de nuestro camino de Consagración a María:

“Después de que los ángeles se volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha dado a conocer.» Fueron apresuradamente y hallaron a María y a José con el recién nacido acostado en el pesebre. Entonces contaron lo que los ángeles les habían dicho del niño. Todos los que escucharon a los pastores quedaron maravillados de lo que decían. María, por su parte, guardaba todos estos acontecimientos y los volvía a meditar en su interior. Después los pastores regresaron alababando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, tal como los ángeles se lo habían anunciado.

                                                                                                                                            Lc 2, 15 -20

 

María guarda en su corazón las riquezas que Dios le comunica en su misión de ser Madre de Jesús. Los secretos que Dios quiere revelarnos para las misiones que nos confía necesitan de ese vaciamiento y pobreza de ponerlo todo en Dios.

La pobreza de María no es dejadez. Esa pobreza y austeridad es desde la dignidad, supone contar con lo que a uno le hace falta para hacer lo que tiene que hacer. La pobreza no es un valor que se explica en si mismo. Es un valor relativo quiere decir está en “relación a”. No se puede categorizar a las personas o a las circunstancias de más o menos pobres si no se tiene en cuenta esta referencia a Dios, que a cada uno le pide una determinada misión, un rol en el camino, un servicio.

El secreto de la pobreza del corazón de María es Dios. Dios es la razón de su pobreza, el que está firme en lo más hondo de su corazón, el que le da razón de ser a sus alegrías, a sus consuelos, a sus esperanzas. La pobreza es para María un desapego de su Hijo que está dedicado a las cosas del Padre. Es el Padre el que marca el rumbo. Él ocupa el centro de la vida familiar. María comienza a vivir a partir del regalo del Reino el don de la familia de Nazaret.

El Papa Francisco nos dice:

“Sólo la belleza de Dios puede atraer. El camino de Dios es el de la atracción. A Dios, uno se lo lleva a casa. Él despierta en el hombre el deseo de tenerlo en su propia vida, en su propio hogar, en el propio corazón. Él despierta en nosotros el deseo de llamar a los vecinos para dar a conocer su belleza. La misión nace precisamente de este hechizo divino, de este estupor del encuentro.”