03/12/2019 – Compartimos la reflexión nro 18 de nuestro camino de Consagración a María, en el marco del año jubilar mariano:
“Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador”Lc 1 ,46 -47
Cuando nosotros nos entregamos y nos donamos ,la donación y entrega que hacemos de nuestro ser es alegre y gozosa. Cuando la entrega que hacemos es una entrega en expectativa a recibir algo a cambio la alegría se opaca o desaparece. La entrega generosa, desinteresada es la entrega acompañada por éste don de la alegría y de gozo que contagia.
Cuando María llega a la casa de su prima, su presencia hace que el niño salte de gozo en el seno de Isabel y todo el ambiente se llena de esa alegría. María lo testifica a través del canto del Magníficat.
Todo es alegría. Hay un motor que genera ésta alegría: es la generosidad de su entrega sin reservas y sin esperar nada a cambio porque Dios ha encontrado un corazón donde poder ofrecerse a si mismo en el estilo propio que Dios tiene para ofrecerse hacia dentro del misterio trinitario, es decir donde las personas se dan, el Padre, Hijo y Espíritu Santo a si mismo todas eternamente donándose y recibiéndose mutuamente.
“La parresía es sello del Espíritu, testimonio de la autenticidad del anuncio. Es feliz seguridad que nos lleva a gloriarnos del Evangelio que anunciamos, es confianza inquebrantable en la fidelidad del Testigo fiel, que nos da la seguridad de que nada «podrá separarnos del amor de Dios» (Rm 8,39).”
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