Madre, que al contemplarte podamos dejarnos habitar por la presencia de la Buena Noticia de la que sos portadora y así, en cada momento, ser para el hermano:
una mirada tierna que descubra la belleza escondida, una palabra de esperanza en el sin sentido, consuelo en el agobio y en el dolor, una mano extendida que invite a levantarse y ponerse en camino, un abrazo cálido que cubra y reciba la herida;
una voz que anuncie: “No temas, la paz esté contigo;
un corazón que sea el hogar donde cada uno pueda descansar, un pie que peregrine hasta donde el Espíritu nos quiera llevar.
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“Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se llena de gozo en Dios mi salvador”, (Lc. 1,…
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