Solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista

miércoles, 24 de junio de 2015
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Juan el Bautista es el único santo al cual se le celebra la fiesta el día de su nacimiento. San Juan Bautista nació seis meses antes de Jesucristo (de hoy en seis meses – el 24 de diciembre – estaremos celebrando el nacimiento de Jesús). Juan, primo de Jesús, nació por intervención de Dios, fruto de Zacarías e Isabel.

Juan fue un gran profeta, el último del Antiguo Testamento y con el que se inicia el Nuevo Testamento. Será la voz que grita en el desierto “preparen los caminos del Señor”, con una fuerte llamada a la conversión y a un bautismo penitencial.

Para San Juan Pablo II “San Juan Bautista es ante todo modelo de fe. Siguiendo las huellas del gran profeta Elías, para escuchar mejor la palabra del único Señor de su vida, lo deja todo y se retira al desierto, desde donde dirigirá  la invitación a preparar el camino  del  Señor (cf. Mt 3, 3 y paralelos).

Es modelo de humildad, porque a cuantos lo consideran no sólo un profeta, sino incluso el Mesías, les responde:  “Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias” (Hch 13, 25).

Es modelo de coherencia y valentía para defender la verdad, por la que está dispuesto a pagar personalmente hasta la cárcel y la muerte.”

El profeta del fuego*

“Solo, sin casa, sin tienda, sin criados, sin nada suyo fuera de lo que llevaba encima. Envuelto en una piel de camello, ceñido por un cinturón de cuero; alto, adusto, huesudo, quemado por el sol, peludo el pecho, la cabellera larga cayéndole por las espaldas, la barba cubriéndole casi el rostro, dejaba asomar, bajo las cejas selvosas, dos pupilas relampagueantes e hirientes, cuando de la escondida boca brotaban las grandes palabras con las que Dios hablaba en él. Este magnético habitante de las selvas, solitario como un yogi, que despreciaba los placeres como un estoico, aparecía a los ojos de los bautizados como la última esperanza de un pueblo desesperado.

Juan, quemado su cuerpo por el sol del desierto, quemada su alma por el deseo del reino, es el anunciador, el fuego. En el Mesías que va a llegar ve al señor de la llama. Sí, si todos los profetas eran fuego, Juan lo era mucho más, puesto que era más que un profeta (Mt 11,9), como más tarde dirá Cristo sin rodeo alguno. “No ha nacido hombre más grande que este sobre la tierra”.

Juan, el que quema con su palabra, nos invita a descubrir los fuegos que hay escondidos dentro nuestro con los que Dios clama para llevar al mundo una presencia luminosa que guía y conduce. Hay dentro de nosotros un fuego que arde y que el Señor ha puesto con la gracia de profetismo que recibimos en el bautismo. Ese fuego quema lo que en nosotros necesita ser purificado y a al vez se hace palabras para anunciar a otros sobre los tiempos nuevos que vienen.”

*San Juan el Bautista, en palabras de Martín Descalzo