Son un disparate; el mejor desastre. Apasionados. Con la fugaz aventura de volver castillos los ranchos, terrazas los balcones. Esos que te bajan las estrellas; es más sano pensar que fueron puestos por Dios que por la vida; o la casualidad, o el patético destino.
Vienen a dar lo que, a veces, no sabemos dar. Enseñan con abrazos, con gestos cercanos. Sanan con una mirada, alegran con una palabra. Sostienen con el hombro lo que se nos derrumba. ¿Quiénes son? No sé. ¿Qué son? Seguro que hermanos. Esos ángeles que le llaman amigos.