03/04/2019 – “Cristo vive. Él es nuestra esperanza y la juventud más hermosa de este mundo. Todo lo que toca se hace joven, se hace nuevo, se llena de vida. Por lo tanto, las primeras palabras que quiero dirigir a cada joven cristiano son: ¡Él vive y te quiere vivo!”.
Así comienza la Exhortación Apostólica Postsinodal “Cristo vive” del Papa Francisco, firmada el lunes 25 de marzo en la Santa Casa de Loreto y dirigida “a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios”. En el documento, (texto original) compuesto por nueve capítulos divididos en 299 párrafos, el Santo Padre explica que se dejó “inspirar por la riqueza de las reflexiones y diálogos del Sínodo” de los jóvenes, celebrado en el Vaticano en octubre de 2018.
Compartimos un breve resumen de cada uno de los capítulos.
Francisco recuerda que “en una época en que los jóvenes contaban poco, algunos textos muestran que Dios mira con otros ojos” y presenta brevemente figuras de jóvenes del Antiguo Testamento: José, Gedeón, Samuel, el rey David, Salomón y Jeremías, la joven sierva hebrea de Naamán y la joven Rut. Luego pasamos al Nuevo Testamento.
El Papa explica además que “Jesús, el eternamente joven, quiere darnos un corazón siempre joven” y añade: “Notamos que a Jesús no le gustaba que los adultos miraran con desprecio a los más jóvenes o los mantuvieran a su servicio de manera despótica. Al contrario, preguntaba: “El que es mayor entre vosotros, se hace como el más joven” (Lc 22,26). Para él, la edad no establecía privilegios, y que alguien fuera más joven no significaba que valiera menos. En este contexto, Francisco afirma: “No hay que arrepentirse de gastar la propia juventud en ser buenos, en abrir el corazón al Señor, en vivir de otra manera”.
Asimismo, el Sucesor de Pedro aborda el tema de los años de juventud de Jesús y recuerda la historia evangélica que describe al Nazareno “en su adolescencia, cuando regresó con sus padres a Nazaret, después de que lo perdieron y lo encontraron en el Templo”. No debemos pensar, escribe Francisco, que “Jesús era un adolescente solitario o un joven que pensaba en sí mismo. Su relación con la gente era la de un joven que compartía la vida de una familia bien integrada en el pueblo”, “nadie lo consideraba extraño o separado de los demás”.
El Papa señala que el adolescente Jesús, “gracias a la confianza de sus padres… se mueve libremente y aprende a caminar con todos los demás”. Estos aspectos de la vida de Jesús, no deben ser ignorados en la pastoral juvenil, “para no crear proyectos que aíslen a los jóvenes de la familia y del mundo, o que los conviertan en una minoría seleccionada y preservada de todo contagio”. En cambio, se necesitan “proyectos que los fortalezcan, los acompañen y los proyecten hacia el encuentro con los demás, el servicio generoso y la misión”.
“Jesús no les ilumina a ustedes jóvenes, desde lejos o desde fuera, sino desde su propia juventud, que comparte con ustedes y en él se reconocen muchos rasgos típicos de los corazones jóvenes”, argumenta el Pontífice: “cerca de Él podemos beber de la verdadera fuente, que mantiene vivos nuestros sueños, nuestros planes, nuestros grandes ideales, y que nos lanza al anuncio de una vida digna de ser vivida”.
El Santo Padre vuelve entonces a una de sus enseñanzas más queridas y explica que la figura de Jesús debe ser presentada de una manera atractiva y eficaz: “Por eso, la Iglesia no debe estar demasiado concentrada en sí misma, sino que debe reflejar sobre todo a Jesucristo. Esto significa que debe reconocer humildemente que algunas cosas concretas deben cambiar”.
No podemos limitarnos a decir, -continúa explicando Francisco-, que los jóvenes son el futuro del mundo: “son el presente, lo enriquecen con su aportación”. Por eso es necesario escucharlos, aunque “a veces prevalece la tendencia a dar respuestas preenvasadas y recetas preparadas, sin dejar que las preguntas de los jóvenes surjan en su novedad y capten su provocación”.
“Hoy los adultos corremos el riesgo de hacer una lista de desastres, de defectos en la juventud de nuestro tiempo… ¿Cuál sería el resultado de esta actitud? Una distancia cada vez mayor. Quien está llamado a ser padre, pastor y guía juvenil debe tener la capacidad de identificar caminos donde otros sólo ven muros, es saber reconocer posibilidades donde otros sólo ven peligros. Esta es la mirada de Dios Padre, capaz de valorar y alimentar las semillas del bien sembradas en los corazones de los jóvenes. Por lo tanto, el corazón de cada joven debe ser considerado tierra sagrada”, asevera el Papa invitando también a no generalizar, porque “hay una pluralidad de mundos juveniles”.
Refiriéndose a “los deseos, las heridas y los descubrimientos”, Francisco habla de la sexualidad:
“En un mundo que sólo hace hincapié en la sexualidad, es difícil mantener una buena relación con el propio cuerpo y vivir en paz las relaciones afectivas. También por esta razón la moralidad sexual es a menudo la causa de incomprensión y alejamiento de la Iglesia percibida como un espacio para el juicio y la condena, a pesar de que hay jóvenes que quieren discutir estos temas”. Ante el desarrollo de la ciencia, de las tecnologías biomédicas y de las neurociencias, el Papa recuerda que pueden hacernos olvidar que la vida es un don, “que somos seres creados y limitados, que podemos ser fácilmente explotados por los que tienen el poder tecnológico”.
La exhortación se centra entonces en el tema del “entorno digital”, que ha creado “una nueva forma de comunicación” y que “puede facilitar la circulación de información independiente”. En muchos países, la web y las redes sociales son ya un lugar indispensable para llegar e implicar a los jóvenes. Pero es también un territorio de soledad, manipulación, explotación y violencia, hasta el caso extremo de la red oscura. Los medios digitales pueden exponerlos al riesgo de adicción, aislamiento y pérdida progresiva de contacto con la realidad concreta.
El Obispo de Roma presenta a continuación “los migrantes como paradigma de nuestro tiempo”, y recuerda a los muchos jóvenes que participan en la migración. “La preocupación de la Iglesia concierne en particular a quienes huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución política o religiosa, de las catástrofes naturales debidas también al cambio climático y a la extrema pobreza: los jóvenes están en busca de una oportunidad, sueño de un futuro mejor”.
Por otra parte, el Papa habla de los abusos contra los niños e hizo suyo el compromiso del Sínodo de adoptar medidas rigurosas de prevención y expresó su gratitud “a quienes tienen el valor de denunciar el mal que han sufrido”. El Pontífice recuerda que, “gracias a Dios,” los sacerdotes que han sido culpables de estos horribles crímenes no son la mayoría, sino que ésta, está formada por aquellos que ejercen un ministerio fiel y generoso”.
Sin embargo, el abuso no es el único pecado en la Iglesia. “Nuestros pecados están ante los ojos de todos, se reflejan sin piedad en las arrugas del rostro milenario de nuestra Madre”, pero la Iglesia no recurre a ninguna cirugía estética, “no tiene miedo de mostrar los pecados de sus miembros”. “Recordemos, sin embargo, no abandonar a la Madre cuando está herida”. Este momento oscuro, con la ayuda de los jóvenes, “puede ser realmente una oportunidad para una reforma de importancia de época, para abrirse a un nuevo Pentecostés”.
En este punto, el Papa anuncia a todos los jóvenes tres grandes verdades. La primera: “Dios que es amor” y por tanto “Dios te ama, no lo dudes nunca”.
La segunda verdad es que “Cristo te salva”. “Nunca olvides que Él perdona setenta veces siete. Vuelve a llevarnos sobre sus hombros una y otra vez”. Jesús nos ama y nos salva porque “sólo lo que amamos puede salvarse; sólo lo que abrazamos puede ser transformado”.
La tercera verdad es que “Él vive“: “Debemos recordar esto porque corremos el riesgo de tomar a Jesucristo sólo como un buen ejemplo del pasado, como un recuerdo, como alguien que nos salvó hace dos mil años. Esto no nos haría ningún bien, nos dejaría como antes, no nos liberaría. Si Él vive, esto es una garantía de que el bien puede entrar en nuestras vidas. Entonces podemos dejar de quejarnos y mirar hacia adelante, porque con Él siempre podemos mirar hacia adelante”.
“El amor de Dios y nuestra relación con el Cristo vivo no nos impiden soñar, no nos piden que estrechemos nuestros horizontes. Al contrario, este amor nos estimula, nos estimula, nos proyecta hacia una vida mejor y más bella”, subraya el Papa en este capítulo.
Francisco invita a los jóvenes a no observar la vida desde el balcón, a no pasar la vida frente a una pantalla, a no ser reducidos a vehículos abandonados y a no mirar al mundo como turistas: “¡Deja que te escuchen! ¡Aleja los miedos que te paralizan! ¡vive!; -escribe el Santo Padre- alentándolos a “vivir el presente” disfrutando con gratitud de cada pequeño don de la vida sin “ser insaciables” y “obsesionados con los placeres sin límite”.
Y por ello, les propone que vayan más allá de los grupos de amigos y construyan la amistad social, buscando el bien común.
“La enemistad social destruye. Y una familia es destruida por la enemistad. Una aldea es destruida por la enemistad. El mundo es destruido por la enemistad. Y la mayor enemistad es la guerra. Hoy vemos que el mundo está siendo destruido por la guerra. Porque somos incapaces de sentarnos y hablar. Los jóvenes están llamados a ser misioneros valientes, testimoniando en todas partes el Evangelio con su propia vida, lo que no significa hablar de la verdad, sino vivirla”.
Igualmente, Francisco reconoce que le duele “ver que algunos proponen a los jóvenes construir un futuro sin raíces, como si el mundo empezara ahora”. Si alguien “te hace una propuesta y te dice que ignores la historia, que no atesores la experiencia de los ancianos, que desprecies todo lo que ha pasado y que mires sólo hacia el futuro que te ofrece, ¿no es ésta una forma fácil de atraerte con su propuesta de hacerte hacer solo lo que él te dice? Esa persona necesita que estés vacío, desarraigado, desconfiado de todo, para que puedas confiar sólo en sus promesas y someterte a sus planes. Así funcionan las ideologías de colores diferentes, que destruyen (o de-construyen) todo lo que es diferente y de esta manera pueden dominar sin oposición”.
Los manipuladores utilizan también la adoración de la juventud: “El cuerpo joven se convierte en el símbolo de este nuevo culto, por lo que todo lo que tiene que ver con ese cuerpo es idolatrado y deseado sin límites, y lo que no es joven se mira con desprecio. Pero esta es un arma que acaba degradando en primer lugar a los jóvenes”.
“Hoy se promueve una espiritualidad sin Dios, una afectividad sin comunidad y sin compromiso con los que sufren, un miedo a los pobres vistos como seres peligrosos, y una serie de ofertas que pretenden hacerles creer en un futuro paradisíaco que siempre se postergará para más adelante”, escribe Francisco exhortando a los jóvenes a no dejarse dominar por esta ideología que conduce a “auténticas formas de colonización cultural” que erradica a los jóvenes de las afiliaciones culturales y religiosas de las que proceden y tiende a homogeneizarlos transformándolos en “sujetos manipulables en serie”.
Lo fundamental es “tu relación con los ancianos”, que ayuda a los jóvenes a descubrir la riqueza viva del pasado, en su memoria.
Hablando de sueños y visiones, Francisco observa: “Si jóvenes y viejos se abren al Espíritu Santo, juntos producen una maravillosa combinación. Los ancianos sueñan y los jóvenes tienen visiones”. Por lo tanto, es necesario “arriesgar juntos, caminar juntos jóvenes y viejos”.
El Papa explica que la pastoral juvenil ha sido asaltada por los cambios sociales y culturales y que “los jóvenes, en sus estructuras habituales, a menudo no encuentran respuestas a sus preocupaciones, a sus necesidades, a sus problemas y a sus heridas”.
Por ello, la pastoral juvenil sólo puede ser sinodal, es decir, capaz de configurar un “camino común”, e implica dos grandes líneas de acción: la primera es la investigación y la segunda el crecimiento.
Para la primera, Francisco confía en la capacidad de los propios jóvenes para encontrar formas atractivas de invitar: “Sólo tenemos que estimular a los jóvenes y darles libertad de acción”. Más importante aún es que “cada joven encuentre el valor de sembrar el primer anuncio en esa tierra fértil que es el corazón de otro joven”.
En cuanto al crecimiento, advierte sobre proponer a los jóvenes afectados por una intensa experiencia de Dios “encuentros de “formación” en los que sólo se abordan cuestiones doctrinales y morales ”. El resultado es que muchos jóvenes se aburren, pierden el fuego del encuentro con Cristo y la alegría de seguirlo”. Si todo proyecto de formación “debe incluir ciertamente una formación doctrinal y moral”, es igualmente importante “que se centre” en el kerigma, es decir, “la experiencia fundadora del encuentro con Dios a través de Cristo muerto y resucitado” y en el crecimiento “en el amor fraterno, en la vida comunitaria, en el servicio”.
La pastoral juvenil “debe ser siempre una pastoral misionera”. Y los jóvenes necesitan ser respetados en su libertad, “pero también necesitan ser acompañados” por adultos, empezando por la familia y luego por la comunidad.
“Lo fundamental es discernir y descubrir que lo que Jesús quiere de cada joven es sobre todo su amistad”. La vocación es una llamada al servicio misionero de los demás, “porque nuestra vida en la tierra alcanza su plenitud cuando se convierte en ofrenda”, resalta la exhortación.
“Para realizar nuestra vocación es necesario desarrollarnos, hacer crecer y cultivar todo lo que somos. No se trata de inventarse, de crearse de la nada, sino de descubrirse a la luz de Dios y de hacer florecer el propio ser”.
Y “este ser para los demás en la vida” de cada joven está normalmente ligado a dos cuestiones fundamentales: la formación de una nueva familia y el trabajo.
En cuanto al amor y la familia, el Papa escribe que los jóvenes sienten fuertemente la llamada al amor y sueñan con encontrar a la persona adecuada con la que formar una familia, y el sacramento del matrimonio envuelve este amor con la gracia de Dios, enraizándolo en Dios mismo. “Dios nos creó sexualmente, él mismo creó la sexualidad, que es su don, y por lo tanto no hay tabúes. Es un don que el Señor da y tiene dos objetivos: amarse unos a otros y generar vida. Es una pasión. El verdadero amor es apasionado”.
Con respecto al trabajo, el Pontífice señala: “Invito a los jóvenes a no esperar vivir sin trabajo, dependiendo de la ayuda de los demás. Esto no es bueno, porque el trabajo es una necesidad, es parte del sentido de la vida en esta tierra, del camino hacia la madurez, el desarrollo humano y la realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre un remedio temporal para las emergencias”.
En este aspecto, el Sucesor de Pedro recuerda que “sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en títeres a merced de las tendencias del momento”.
Se requieren tres sensibilidades de quienes ayudan a los jóvenes en su discernimiento. La primera es la atención a la persona: se trata de escuchar al otro que se nos da a sí mismo con sus propias palabras.
La segunda consiste en discernir, es decir, se trata de captar el punto correcto en el que se discierne la gracia de la tentación. La tercera consiste en escuchar los impulsos que el otro experimenta.
Es la escucha profunda de “donde el otro realmente quiere ir”. Cuando uno escucha al otro de esta manera, “en algún momento debe desaparecer para dejar que siga el camino que ha descubierto. Desaparecer como el Señor desaparece de la vista de sus discípulos”. Debemos “despertar y acompañar los procesos, no imponer caminos”. Y estos son procesos de personas que siempre son únicas y libres.
La exhortación concluye con un profundo deseo del Papa Francisco: “Queridos jóvenes, me alegrará verles correr más rápido que los que son lentos y temerosos. Corran y sean atraídos por ese rostro tan amado, que adoramos en la Sagrada Eucaristía y reconocemos en la carne de nuestro hermano que sufre… La Iglesia necesita de su impulso, de sus intuiciones, de su fe… Y cuando lleguen a donde todavía nosotros no hemos llegado, tengan la paciencia de esperarnos”.
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