El Adviento es un tiempo para reconocer los vacíos que hay en nuestras vidas y dar lugar a Jesús

martes, 12 de diciembre de 2017
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12/12/2017 – “El Adviento es un tiempo para reconocer los vacíos que hay en nuestras vidas, suavizar la aspereza del orgullo y hacer un lugar en nuestro corazón a Jesús que viene”, palabras del Papa Francisco a la hora del rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro, el domingo 10 de diciembre, II del tiempo de Adviento.

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El domingo pasado hemos iniciado el Adviento con la invitación a vigilar; hoy, segundo domingo de este tiempo de preparación a la Navidad, la liturgia nos indica los contenidos propios: es un tiempo para reconocer los vacíos para colmar en nuestra vida, para allanar las asperezas del orgullo y hacer espacio a Jesús que viene.

El profeta Isaías se dirige al pueblo anunciando el final del exilio en Babilonia y el regreso a Jerusalén. Él profetiza: “Una voz proclama: ¡Preparen en el desierto el camino del Señor! […].”¡Que se rellenen todos los valles!” (40,3). Los valles para rellenar representan todos los vacíos de nuestro comportamiento delante de Dios, todos nuestros pecados de omisión. Un vacío en nuestra vida puede ser el hecho que no rezamos o rezamos poco. El Adviento es entonces el momento favorable para rezar con más intensidad, para reservar a la vida espiritual el puesto importante que le corresponde.

Otro vacío podría ser la falta de caridad hacia el prójimo, sobre todo, hacia las personas más necesitadas de ayuda no sólo material, sino también espiritual. Estamos llamados a estar más atentos a las necesidades de los otros, más cercanos. Como Juan Bautista, en este modo podemos abrir caminos de esperanza en el desierto de los corazones áridos de tantas personas.

“Que se aplanen todas las montañas” (v. 4), exhorta aun Isaías. Los montes y las colinas que deben ser aplanadas son el orgullo, la soberbia, la prepotencia. Donde hay orgullo, donde hay prepotencia, donde hay soberbia no puede entrar el Señor porque aquel corazón está lleno de orgullo, de prepotencia, de soberbia. Por esto, debemos bajar este orgullo.

Debemos asumir actitudes de mansedumbre y de humildad, sin gritar, escuchar, hablar con mansedumbre y así preparar la venida de nuestro Salvador, Él que es manso y humilde de corazón (cfr. Mt 11,29). Después se nos pide que eliminemos todos los obstáculos que ponemos a nuestra unión con el Señor: “¡Que las quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en planicies!” Entonces se revelará la gloria del Señor – dice Isaías – y todos los hombres la verán juntamente» (Is. 40,4-5). Pero estas acciones van realizadas con alegría, porque están finalizadas a la preparación de la llegada de Jesús. Cuando esperamos en casa la visita de una persona querida, predisponemos todo con cuidado y felicidad. Del mismo modo, queremos predisponernos para la venida del Señor: esperarlo cada día con diligencia, para ser colmados de su gracia cuando vendrá.

El Salvador que esperamos es capaz de transformar nuestra vida con su gracia, con la fuerza del Espíritu Santo, con la fuerza del amor. En efecto, el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones el amor de Dios, fuente inagotable de purificación, de vida nueva y de libertad. La Virgen María ha vivido en plenitud esta realidad, dejándose “bautizar” por el Espíritu Santo que la ha inundado de su potencia. Ella, que ha preparado la venida del Cristo con la totalidad de su existencia, nos ayude a seguir su ejemplo y guíe nuestros pasos al encuentro con el Señor que viene.