12/06/2017 – El consuelo es un don de Dios y un servicio a los demás. De modo que nadie puede consolarse a sí mismo autónomamente, puesto que de lo contrario termina mirándose al espejo. Lo expresó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Francisco añadió que para experimentar el consuelo hay que tener un corazón abierto, es decir, el corazón de los pobres de espíritu, y no el corazón cerrado de los injustos.
El Papa reflexionó acerca del significado del consuelo al que se refiere San Pablo. Y dijo que su primera característica es el hecho de no ser “autónomo”: “La experiencia del consuelo, que es una experiencia espiritual, siempre tiene necesidad de una alteridad para ser plena: nadie puede consolarse a sí mismo, nadie. Y quien trata de hacerlo, termina mirándose al espejo, se mira al espejo, trata de alterarse a sí mismo, de aparecer. Se consuela con estas cosas cerradas que no lo dejan crecer y el aire que respira es ese aire narcisista de la autorreferencialidad. Éste es el consuelo falseado que no deja crecer. Y esto no es el consuelo, porque está cerrado, le falta una alteridad”.
En el Evangelio – recordó el Papa – se encuentra a tanta gente así. Por ejemplo, los Doctores de la Ley, “llenos de su propia suficiencia”, el rico Epulón que vivía de fiesta en fiesta pensando que así se sentía consolado, o el que mejor expresa esta actitud que corresponde a la oración del fariseo ante el altar que dice: “Te doy gracias, porque no soy como los demás”. “Este se miraba al espejo – notó Francisco –, “miraba su propia alma falseada de ideologías y agradecía al Señor”. Por tanto, Jesús hace ver esta posibilidad de ser gente que con este modo de vivir “jamás llegará a la plenitud, al máximo a la ‘ampulosidad’”, es decir, a la vanagloria.
El consuelo, para que sea verdadero, tiene necesidad de una alteridad. Ante todo se recibe porque “es Dios quien consuela”, quien da este “don”. Después, el verdadero consuelo madura también en otra alteridad, la de consolar a los demás. “El consuelo es un estado de paso del don recibido al servicio donado”, explicó el Santo Padre:
“El consuelo verdadero tiene esta doble alteridad: es don y servicio. Y así, si yo dejo entrar el consuelo del Señor como don es porque tengo necesidad de ser consolado. Estoy necesitado: para ser consolado es necesario reconocer que se está necesitado. Sólo así el Señor viene, nos consuela y nos da la misión de consolar a los demás. Y no es fácil tener el corazón abierto para recibir el don y hacer el servicio, las dos alteridades que hacen posible el consuelo”.
Por lo tanto – dijo el Papa – se necesita un corazón abierto y para serlo se debe tener “un corazón feliz”. Y precisamente el Evangelio del día, de las Bienaventuranzas, dice “quiénes son los felices, quiénes son los bienaventurados”:
“Los pobres, el corazón se abre con una actitud de pobreza, de pobreza de espíritu. Los que saben llorar, los mansos, la mansedumbre del corazón; los hambrientos de justicia, los que luchan por la justicia; los que son misericordiosos, los que tienen misericordia a los demás; los puros de corazón; los agentes de paz y los que son perseguidos por la justicia, por el amor a la justicia. Así el corazón se abre y el Señor viene con el don del consuelo y la misión de consolar a los demás”.
En cambio son “cerrados” los que se sienten “ricos de espíritu, es decir, “suficientes”, “los que no tienen necesidad de llorar porque se sienten justos”, los violentos que no saben qué es la mansedumbre, los injustos que realizan injusticias, los que carecen de misericordia, y que jamás tienen necesidad de perdonar porque no sienten que deban ser perdonados, “aquellos sucios de corazón”, los “operadores de guerras” y no de paz y aquellos que jamás son criticados o perseguidos porque no les importa de las injusticias hacia las demás personas. “Estos – dijo el Papa al concluir – tienen un corazón cerrado”: no son felices porque no puede, obtener el don del consuelo para después dárselo a los demás.
Fuente: Radio Vaticana
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