19/11/2014 – El Papa sigue con preocupación el alarmante aumento de la tensión en Jerusalén y en otras zonas de Tierra Santa, con episodios inaceptables de violencia que no conservan ni siquiera los lugares de culto. “Aseguro una oración particular por todas las víctimas de tal dramática situación y por los que más sufren las consecuencias. Del profundo del corazón dirijo a las partes implicadas un llamamiento para que se ponga fin a la espiral de odio y violencia y se tomen decisiones valientes para la reconciliación y la paz”, indicó el Santo Padre al finalizar la audiencia. Asimismo, aseguró que “construir la paz es difícil pero vivir sin paz es un tormento”.
Por otro lado, también Francisco recordó que este viernes es la memoria litúrgica de la Presentación de María Santísima al Templo, celebramos la Jornada pro Orantibus, dedicada a las comunidades religiosas de clausura. Es una ocasión oportuna – ha indicado el Papa- para dar las gracias al Señor por el don de tantas personas que, en los monasterios y en las ermitas, se dedican a Dios en la oración y en el silencio que trabaja, reconociéndole ese primado que solo a Él le corresponde. “Doy gracias al Señor por el testimonio de vida de clausura y no dejemos que les falte nuestro apoyo espiritual y material, para cumplir esta importante misión”, ha exhortado Francisco.
Esta mañana, la lluvia ha firmado una tregua y así ha permitido que el buen tiempo acompañe a la audiencia general en la que miles de peregrinos han podido encontrar al santo padre Francisco en la plaza de San Pedro. Con el papamóvil descubierto, el Papa ha recorrido los pasillos de la plaza, con calma, y deteniéndose a saludar a diferentes grupos. Los fieles venidos de todas las partes del mundo gritaban ¡Viva el Papa! ¡Francisco! mientras el Pontífice bendecía a los bebés que se acercaban, y saluda a cuantos con alegría e ilusión han acudido a la plaza para escucharle y verle de cerca.
Tras quince minutos de recorrido, se ha escuchado la Palabra de Dios en las distintas lenguas y el Papa ha dado inicio a su catequesis, centrada hoy en la vocación a la santidad. En el resumen que el Santo Padre hace en español ha indicado: “La catequesis de hoy está centrada en la vocación universal a la santidad. ¿En qué consiste esta vocación y cómo podemos realizarla? La santidad no la obtenemos por nuestras capacidades o cualidades personales. Es ante todo un don de Dios que nos hace el Señor Jesús revistiéndonos de Él mismo. Por lo tanto, la santidad es un descubrirse en plena comunión con Él, en la plenitud de su vida y de su amor. De esta manera, nadie queda excluido de la llamada a la santidad, la cual constituye el carácter distintivo de todo cristiano, urgido a vivirla en el amor y en el testimonio diario, cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el cual se encuentra.
En la Primera Carta de San Pedro escuchamos: ‘Que cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los demás, como buenos administradores de la gracia de Dios’. La llamada a la santidad no es una carga pesada, sino una invitación a vivir con alegría y amor cada momento de nuestra vida, transformándolo al mismo tiempo en un don para las personas que nos rodean. Cada paso hacia la santidad hace a las personas mejores, libres de egoísmo y abiertas a los hermanos y a sus necesidades.
A continuación, ha saludado a los peregrinos de lengua española, en particular “a los grupos provenientes de España, Argentina, México, Costa Rica y República Dominicana, así como a los venidos de otros países latinoamericanos”. Así, ha pedido que “acojamos con alegría la invitación a la santidad y sostengámonos los unos a los otros en este camino que no se recorre en solitario, sino en comunión con aquel único cuerpo que es la Iglesia, la Santa Madre la Iglesia jerárquica”.
Al finalizar, tras los saludos en las distintas lenguas, el Pontífice ha dirigido un pensamiento especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. De este modo, ha recordado que en el mes de noviembre la liturgia nos invita a la oración por los difuntos. “No olvidemos a nuestros seres queridos, los benefactores y todos aquellos que nos han precedido en la fe: la Celebración eucarística es la mejor ayuda espiritual que nosotros podemos ofrecer a sus almas”.
Este es el texto completo de la audiencia general donde el Santo Padre recordó la llamada que todos tenemos a la santidad:
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Un gran don del Concilio Vaticano II ha sido el de haber recuperado una visión de Iglesia fundada en la comunión, y de hacer entendido de nuevo también el principio de la autoridad y de la jerarquía en esta perspectiva. Este nos ha ayudado a entender mejor que todos los cristianos, en cuanto bautizados, tienen igual dignidad delante del Señor y están unidos por la misma vocación, que es la de la santidad. Ahora nos preguntamos: ¿en qué consiste esta vocación universal a ser santos? ¿Y cómo podemos realizarla?
En primer lugar debemos tener muy presente que la santidad no es algo que conseguimos nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras capacidades. La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. En la Carta a los Efesios, el apóstol Pablo afirma que “Cristo ha amado a la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla santa”. Así es, realmente la santidad es el rostro más bello de la Iglesia, el rostro más bello: es descubrirse de nuevo en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor. Se entiende, por tanto, que la santidad no es una prerrogativa solamente de algunos: la santidad es un don que es ofrecido a todos, ningún excluido, por lo que constituye el carácter distintivo de cada cristiano.
Todo esto nos hace comprender que, para ser santos, no es necesario por fuerza ser obispo, sacerdote o religioso… No ¡Todos estamos llamados a ser santos! Muchas veces, antes o después, estamos tentados a pensar que la santidad está reservada solamente a los que tienen la posibilidad de despegarse de los quehaceres diarios, para dedicarse exclusivamente a la oración. ¡Pero no es así! Alguno piensa que la santidad es cerrar ojos, poner cara de estampita, así. No, no es esa la santidad. La santidad es algo más grande, más profundo que nos da Dios.
Es más, es precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día que estamos llamados a ser santos. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra. ¿Eres consagrado, consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu ministerio. ¿Estás casado? Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer, como Cristo ha hecho con su Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con honestidad y competencia tu trabajo ofreciendo tiempo al servicio de los hermanos ‘Pero padre, yo trabajo en una fábrica, yo trabajo como contable, siempre con los números, allí no se puede ser santo’. ¡Sí, se puede! Allí donde trabajas, puedes ser santo. Dios te da la gracia para ser santo Dios se comunica contigo, siempre, en cualquier lugar se puede ser santo. Abrirse a esta gracia que trabaja dentro y nos lleva a la santidad. ¿Eres padre o abuelo? Sé santo enseñando con pasión a los hijos y a los nietos a conocer y a seguir a Jesús. Y es necesaria mucha paciencia para esto, para ser buen padre, o un buen abuelo, una buena madre, una buena abuela, es necesaria mucha paciencia. Y en esta paciencia viene la santidad, ejercitando la paciencia. ¿Eres catequista, educador o voluntario? Sé santo convirtiéndote en signo visible del amor de Dios y de su presencia junto a nosotros. Así es: cada estado de vida lleva a la santidad, siempre. En tu casa, en la calle, en el trabajo, en la Iglesia, en ese momento, en el estado de vida que tienes se ha abierto el camino a la santidad. No os desaniméis de ir sobre este camino, es precisamente Dios quien te da la gracia. Y lo único que pide el Señor es que estemos en comunión con Él y al servicio de los hermanos
En este punto, cada uno de nosotros puede hacer un poco examen de conciencia. Y ahora podemos hacerlo, cada uno se responde así mismo, dentro, en silencio. ¿Cómo hemos respondido hasta ahora a la llamada del Señor a la santidad? ¿Tengo ganas de hacerme un poco mejor, de ser más cristiano, más cristiana? Este es el camino a la santidad. Cuando el Señor nos invita a ser santos, no nos llama a algo pesado, triste. ¡Todo lo contrario! ¡Es la invitación a compartir su alegría, a vivir y a ofrecer con alegría cada momento de nuestra vida, haciéndolo convertirse al mismo tiempo en un don de amor por las personas que están cerca de nosotros. Si comprendemos esto, todo cambia y adquiere un significado nuevo, un significado hermoso, comenzando por las pequeñas cosas de cada día. Un ejemplo: una señora va al mercado a hacer la compra y encuentra a una vecina y empiezan a hablar y después llegan los chismorreos. Y esta señora dice, no, yo no hablaré mal de nadie. Esto es un paso a la santidad, esto te ayuda a ser más santo. Después en tu casa, el hijo te pide hablar un poco de sus cosas fantasiosas, ‘estoy cansado, he trabajado mucho hoy’. Pero tú, acomódate y escucha tu hijo, que lo necesita, te pones cómodo, le escuchas con paciencia. Esto es un paso a la santidad. Después termina el día, estamos todos cansados, pero la oración, hacemos la oración. Eso es un paso a la santidad. Después llega el domingo, vamos a misa a tomar la comunión, a veces una cuando una confesión que nos limpie un poco. Y después la Virgen, tan buena, tan hermosa, tomo el rosario y la rezo. Esto es un paso a la santidad. Y tantos pasos a la santidad, pequeños. Después voy por la calle veo un pobre, un necesitado, me paro y le pregunto algo. Es un paso a la santidad. Pequeñas cosas. Son pequeños pasos hacia la santidad. Cada paso a la santidad nos hará personas mejores, libras del egoísmo y de la clausura en sí mismos, y abiertos a los hermanos y a sus necesidades.
Queridos amigos, en la Primera Lectura de san Pedro se nos dirige esta exhortación: “Cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros, como buenos administradores de una multiforme gracia de Dios. Quien habla, lo haga como con palabras de Dios; quien ejercita un oficio, lo haga con la energía recibida de Dios, para que en todo sea glorificado Dios por medio de Jesucristo”.
¡Es esta la invitación a la santidad! Acojámosla con alegría, y apoyémonos los unos a los otros, porque el camino hacia la santidad no se recorre solos, cada uno por su cuenta no puede hacerlo, sino que se recorre juntos, en ese único cuerpo que es la Iglesia, amada y hecha santa por el Señor Jesús. Vamos adelante con valentía en este camino de la santidad”.
Por otra parte, Francisco está decidido a no dejar solo a Daniel, una de las víctimas de abusos sexuales por parte de una docena de sacerdotes y laicos en la Diócesis española de Granada. Tras la emotiva primera llamada del 10 de agosto, el Papa volvió a telefonear a Daniel el 10 de octubre para invitarlo personalmente a la Comisión Vaticana de Víctimas de Abusos, y también para pedirle perdón por la actuación de Monseñor Francisco Martínez durante la investigación eclesiástica.
Zenit / Religión Digital / Rome Reports
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