1/04/2020 – Hace 500 años, se celebraba por primera vez la eucaristía en suelo argentino en Puerto San Julián en la Provincia de Santa Cruz. El Papa Francisco con motivo de esta celebración, envió un mensaje de tres carillas, a través del obispo de Río Gallegos, Monseñor García Cuerva.
“Me hubiera gustado ir, pero los acompaño desde acá, con el corazón”, dijo el Papa Francisco quien también tuvo en cuenta en su mensaje la gran celebración que la Diócesis de Río Gallegos venía preparando y que tuvo que ser cancelada por el coronavirus.
“Querido hermano, si bien estarás celebrando físicamente solo, tu pueblo, nuestro pueblo argentino, te estará acompañando. Me contaste que el mantel del altar está realizado con las intenciones que fueron recogiendo durante todos estos meses con participación de gente de todo el país. Es el santo pueblo fiel de Dios que sabe siempre rebuscárselas para estar cerca del Señor; que, inclusive en medio de las restricciones e impedimentos, busca la manera de escabullirse para «tocar su manto», ofrecer su vida, poner en el altar sus historias para que Jesús las unja con la gracia de su bendición. Me uno también desde aquí, como hijo y parte de este Pueblo de Dios que da gracias y celebra la fidelidad del Señor” cierra su misiva el Papa argentino.
“Animarnos a construir la civilización del amor” dijo Monseñor García Cuerva al celebrar los 500 años de la primera misa en suelo argentino
Casa Santa Marta, 31 de marzo de 2020 Querido hermano, Gracias por invitarme a estar más cerca de Ustedes en este día que recordamos la primera Eucaristía celebrada en vuestras tierras. Me contaron que trabajaron duro, con fuerza y mucha ilusión. Querían que la alegría y el festejo por el don recibido no quedara limitado a unos pocos, sino que pudiera hacerse eco y alcanzar los distintos rincones del País. Sé que por la situación dolorosa y angustiante que golpea tantas regiones del mundo y a la que no son ajenos, tuvieron que cancelar la celebración como la habían preparado. De repente, fuimos todos sorprendidos por una pandemia que nos desconcertó y movilizó a cambiar nuestras actividades y prioridades. Estamos como los discípulos de Emaús, caminando con «el semblante triste» por lo que sucede, intranquilos por cómo se desarrollará y preocupados por las consecuencias que dejará. Qué bien que nos hace en este contexto decir suplicantes como ellos: «quédate con nosotros, porque ~arde y el día se acaba» Señor (Le. 24, 29). La presencia de Jesús en la Eucaristía que, silenciosa y discretamente, nos acompaña desde hace más de 500 años, es el sacramento de la alianza que Dios quiso sellar con su pueblo, con nuestro pueblo: Él está en medio nuestro alentando el caminar. Esta certeza que heredamos de nuestros padres y abuelos, es la reserva espiritual que acompañó, moldeó y forjó el alma de nuestra Nación y que queremos que geste también el futuro de nuestros hijos y nietos. Alimento de vida en momentos de carestía y tribulación; y canasta rebosante de las alegrías y gozos que tejieron nuestra historia. En estos momentos donde el contacto viene medido y evitado, es imprescindibles que podamos rememorar y aprender ese sentir eucarístico que sólo el Señor nos puede enseñar. No dejemos que la fiesta se apague, no perdamos la oportunidad de asumir y acoger nuestro presente como un tiempo propicio de gracia y salvación con todo el empeño que esto significa. Hoy como ayer siguen resonando en los distintos pueblos, parroquias, capillas, hospitales, colegios, casas, ciudades y barriadas las palabras del Señor «hagan esto en memoria mía» (Le. 22, 19). Es su pueblo sacerdotal que continúa la multiplicación de los panes para que a nadie le falte el alimento que da vida. Es su pueblo sacerdotal que sabe «amar al prójimo como a sí mismo» (Mt. 22, 39) ingeniándose creativamente para que nadie quede al costado del camino. «Hagan esto en memoria mía» nos dice el Señor: es el memorial de su amor misericordioso que continúa a levantar al caído, liberar al cautivo y al oprimido, dar vista a los ciegos y proclamar un año de gracia en el Señor (Cfr. Le. 4, 16-21). Es el memorial de su compasión que se entrega como pan de reconciliación para achicar y sanar las heridas que dividen, enfrentan y dispersan. Es el memorial de su esperanza que nos regala la posibilidad, desde todo lo que nos diferencia, de sentirnos parte viva de un pueblo, de su pueblo. Es querer tomar parte en ese sueño de Dios que nos hermana e invita a inquietarnos santamente para que nadie viva en soledad, sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, una comunidad de fe que los abrace y un horizonte de sentido y de vida (cfr. Evangelii Gaudium, 49). «Hagan esto en memoria mía» es participar en ese sacrificio de comunión que nos invita a reconocer que no somos solamente pasibles afectados de un problema que nos rodea sino potenciales promotores de un bien que nos apremia. «Hagan esto en memoria mía» es dejarse tomar, bendecir y entregar como pan partido y compartido para la vida del mundo (cfr. Juan Pablo 11, Sacramentum Caritatis, 88). Querido hermano, si bien estarás celebrando físicamente solo, tu pueblo, nuestro pueblo argentino, te estará acompañando. Me contaste que el mantel del altar está realizado con las intenciones que fueron recogiendo durante todos estos meses con participación de gente de todo el país. Es el santo pueblo fiel de Dios que sabe siempre rebuscárselas para estar cerca del Señor; que, inclusive en medio de las restricciones e impedimentos, busca la manera de escabullirse para «tocar su manto», ofrecer su vida, poner en el altar sus historias para que Jesús las unja con la gracia de su bendición. Me uno también desde aquí, como hijo y parte de este Pueblo de Dios que da gracias y celebra la fidelidad del Señor. Que el Señor los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y, por favor, te pido que no se olviden de rezar y hacer rezar por mí. Fraternalmente
Casa Santa Marta, 31 de marzo de 2020
Querido hermano,
Gracias por invitarme a estar más cerca de Ustedes en este día que recordamos la primera Eucaristía celebrada en vuestras tierras. Me contaron que trabajaron duro, con fuerza y mucha ilusión. Querían que la alegría y el festejo por el don recibido no quedara limitado a unos pocos, sino que pudiera hacerse eco y alcanzar los distintos rincones del País. Sé que por la situación dolorosa y angustiante que golpea tantas regiones del mundo y a la que no son ajenos, tuvieron que cancelar la celebración como la habían preparado. De repente, fuimos todos sorprendidos por una pandemia que nos desconcertó y movilizó a cambiar nuestras actividades y prioridades.
Estamos como los discípulos de Emaús, caminando con «el semblante triste» por lo que sucede, intranquilos por cómo se desarrollará y preocupados por las consecuencias que dejará. Qué bien que nos hace en este contexto decir suplicantes como ellos: «quédate con nosotros, porque ~arde y el día se acaba» Señor (Le. 24, 29). La presencia de Jesús en la Eucaristía que, silenciosa y discretamente, nos acompaña desde hace más de 500 años, es el sacramento de la alianza que Dios quiso sellar con su pueblo, con nuestro pueblo: Él está en medio nuestro alentando el caminar.
Esta certeza que heredamos de nuestros padres y abuelos, es la reserva espiritual que acompañó, moldeó y forjó el alma de nuestra Nación y que queremos que geste también el futuro de nuestros hijos y nietos. Alimento de vida en momentos de carestía y tribulación; y canasta rebosante de las alegrías y gozos que tejieron nuestra historia.
En estos momentos donde el contacto viene medido y evitado, es imprescindibles que podamos rememorar y aprender ese sentir eucarístico que sólo el Señor nos puede enseñar. No dejemos que la fiesta se apague, no perdamos la oportunidad de asumir y acoger nuestro presente como un tiempo propicio de gracia y salvación con todo el empeño que esto significa.
Hoy como ayer siguen resonando en los distintos pueblos, parroquias, capillas, hospitales, colegios, casas, ciudades y barriadas las palabras del Señor «hagan esto en memoria mía» (Le. 22, 19). Es su pueblo sacerdotal que continúa la multiplicación de los panes para que a nadie le falte el alimento que da vida. Es su pueblo sacerdotal que sabe «amar al prójimo como a sí mismo» (Mt. 22, 39) ingeniándose creativamente para que nadie quede al costado del camino. «Hagan esto en memoria mía» nos dice el Señor: es el memorial de su amor misericordioso que continúa a levantar al caído, liberar al cautivo y al oprimido, dar vista a los ciegos y proclamar un año de gracia en el Señor (Cfr. Le. 4, 16-21). Es el memorial de su compasión que se entrega como pan de reconciliación para achicar y sanar las heridas que dividen, enfrentan y dispersan. Es el memorial de su esperanza que nos regala la posibilidad, desde todo lo que nos diferencia, de sentirnos parte viva de un pueblo, de su pueblo. Es querer tomar parte en ese sueño de Dios que nos hermana e invita a inquietarnos santamente para que nadie viva en soledad, sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, una comunidad de fe que los abrace y un horizonte de sentido y de vida (cfr. Evangelii Gaudium, 49). «Hagan esto en memoria mía» es participar en ese sacrificio de comunión que nos invita a reconocer que no somos solamente pasibles afectados de un problema que nos rodea sino potenciales promotores de un bien que nos apremia. «Hagan esto en memoria mía» es dejarse tomar, bendecir y entregar como pan partido y compartido para la vida del mundo (cfr. Juan Pablo 11, Sacramentum Caritatis, 88).
Querido hermano, si bien estarás celebrando físicamente solo, tu pueblo, nuestro pueblo argentino, te estará acompañando. Me contaste que el mantel del altar está realizado con las intenciones que fueron recogiendo durante todos estos meses con participación de gente de todo el país. Es el santo pueblo fiel de Dios que sabe siempre rebuscárselas para estar cerca del Señor; que, inclusive en medio de las restricciones e impedimentos, busca la manera de escabullirse para «tocar su manto», ofrecer su vida, poner en el altar sus historias para que Jesús las unja con la gracia de su bendición. Me uno también desde aquí, como hijo y parte de este Pueblo de Dios que da gracias y celebra la fidelidad del Señor.
Que el Señor los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y, por favor, te pido que no se olviden de rezar y hacer rezar por mí.
Fraternalmente
Franciscus
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