22/12/2014 – El Papa Francisco se dirigió a las personas que trabajan en la Ciudad del Vaticano, acompañados por sus familias. Unas cinco mil personas que llenaban la Sala Pablo VI, en donde el Papa inició por saludar a los trabajadores italianos, “que son la gran mayoría”, porque Italia, ha dicho el Papa ha puesto su laboriosidad y ha dado a la Iglesia tantos santos, papas, misioneros, artistas etc. Pero también a los presentes de otras nacionalidades.
Les recordó que esta mañana, se dirigió a los mandos de la Curia Romana, y les exhortó a meditar ese texto tomándolo como indicación para un examen de conciencia en este tiempo de Adviento. Les invitó también a aprovechar este período para confesarse.
El Papa precisó que “no quise pasar este segunda Navidad en Roma, sin saludar a aquellos que trabajan en la Curia y que no se les ven” los que “se llaman los ‘desconocidos’”, los jardineros, los ascensoristas, los porteros, etc. Y destacó la importancia de cada uno de ellos “como un mosaico rico de fragmentos”.
Recordó la frase de San Pablo cuando habla de los miembros del cuerpo, que cada uno tiene su función.«Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros».
Añadió que losmiembros del cuerpo que parecen más débiles son los más necesarios, “pensemos a los ojos” dijo.
“Queridos colaboradores, pensando a las palabras de San Pablo y a ustedes, y a las personas que hacen parte de la curia, quise elegir la palabra ‘cuidar’. O sea, “mirar con atención al que necesita cuidados, me viene en la mente la imagen de una mamá que cura a su hijo, sin mirar el reloj, no se lamenta por haberlo cuidado toda la noche, “quiere verlo sanado, cueste lo que cueste”.
Permítanme a exhortarlos a transformar esta Navidad en una verdadera Navidad, sanando las heridas o faltas, por ello “les invito a cuidar vuestra vida espiritual, la relación con Dios, porque esa es la columna vertebral”. Porque un cristiano que no se nutre con la palabra de Dios, se seca, marchita.
Cuidar vuestra vida familiar, dando no solamente dinero, pero también tiempo, atención, amor; cuidar las relaciones con los otros, transformando las palabras en obras buenas; cuidar vuestro hablar, evitando las palabras vulgares. Usar el aceite del corazón, medicando y la que nos procuraron los otros.
Cuidar el propio trabajo, con animo y competencia. Cuidarse de la envidia y del odio; del rencor que nos lleva a la venganza; de la pereza que nos lleva a la eutanasia fundamental; de la soberbia que nos lleva a la desesperación.
Y el Santo Padre les confió a los presentes: “Sé que a veces para mantener el trabajo se puede hablar mal de alguien para protegerse”, pero al final, recordemos, acabaremos todos destruidos. Pedir al Señor que nos de la gracia de mordernos la lengua a tiempo, para no decir palabras que después nos dejan la boca amarga”.
Invitó también a cuidar a los más débiles, a los enfermos, a los ancianos, a los sin techo. Y que esta Navidad “no sea nunca una fiesta del consumismo comercial, del descarte y los superfluo. E invitó a cada uno de los presentes a ‘pensar qué tiene que empeñarse más’. Porque “la familia es un tesoro, los hijos son un tesoro”. Y dirigió una pregunta que los papás jóvenes: ‘¿Tengo tiempo para jugar con mis hijos, o siempre estoy ocupado?’. ¡”Esto es sembrar futuro!”, dijo.
Hacia el final de sus palabras les indicó “Queridos colaboradores imaginémonos si cada uno de nosotros cuidara la propia relación con Dios y los otros”, recordó la regla en el sermón de la montaña, la ley de los profetas que decía no hacer a los otros lo que uno no quiere que le hagan. E invitó a encontrar “en la humildad nuestra fuerza y tesoro”.
“Esta es la verdadera Navidad”, la fiesta de la Navidad de Dios que se vuelve esclavo, que sirve en la mesa, que se revela a los pequeños y se esconde a los sapientes. Sobretodo la fiesta de la Paz, traída por el Niño Jesús, paz sobre la tierra, a los hombres de buena voluntad, la paz que necesita nuestro entusiasmo, nuestra atención para calentar los corazones fríos, para iluminar a los rostros apagados con la luz del rostro de Jesús.
El santo padre al concluir el mensaje les pidió a todos los presentes: “Perdón por las faltas mías y de mis colaboradores que hacen tanto mal, y dan mal ejemplo. Perdónenos”.
Y se despidió deseándoles un “Buena Navidad” y pidió: “Por favor recen por mi”. A continuación se acercó a los presentes en la sala en donde se vivieron momentos de profunda alegría y entusiasmo, entre saludos y besos a algunos niños.
En otro de sus encuentros, el Papa enumeró las 15 “enfermedades” que acechan a la Iglesia y a la Curia romana, como el “alzheimer espiritual”, “el sentirse inmortal” “la mundanidad y el exhibicionismo” o “la vanagloria”. Francisco aprovechó el tradicional encuentro en la sala Clementina para felicitar la Navidad a los miembros de la Curia romana, que gestionan el Gobierno de la Iglesia, para advertirles del catálogo de los males que deben evitar.
Francisco comenzó diciendo que “sería bonito pensar que la Curia romana es un pequeño modelo de Iglesia” y agregó que “un miembro de la Curia que no se alimenta cotidianamente con el alimento (de Dios) se convierte en un burócrata”.
Y después ante los cardenales presidentes de los varios dicasterios que conforman la Curia fue enumerando una a una las 15 enfermedades y comenzó por la de “sentirse inmortal o indispensable”.
“Una Curia que no hace autocrítica y no se actualiza y no intenta mejorar es un cuerpo enfermo”, e invitó a los presentes a visitar los cementerios para ver los nombres de tantas personas “que se creían inmortales, inmunes e indispensables”. Para Francisco, “esto deriva de la patología del poder, del complejo de sentirse un elegido y del narcisismo”.
Otras enfermedades de este catálogo de males de la Curia es el “excesivo trabajo”; el “endurecimiento mental y espiritual”, que “impide llorar con los que lloran y alegrarse con los que se alegran”; “la excesiva planificación” y “la enfermedad de la mala colaboración”.
También destacó el “alzheimer espiritual”, que se observa en “quien ha perdido la memoria de su encuentro con el Señor y depende sólo de sus propias pasiones, caprichos y manías y construye a su alrededor muros y costumbres”.
Otro de los males que enumeró el papa fue el de la “rivalidad y la vanagloria”, que surge “cuando la apariencia y el color de los vestidos y las insignias de honor se convierten en el objetivo primario de la vida”.
“La enfermedad de la esquizofrenia existencial”, está presente en los que viven “una doble vida fruto de la hipocresía típica del mediocre” y afecta a aquellos que “han abandonado el servicio pastoral sólo para hacer los asuntos burocrático”, agrego.
“Las habladurías y los cotilleos”, son otra de las enfermedades citadas por el papa, así como la de “divinizar a los jefes”, al ser “víctimas del carrerismo y del oportunismo” pensando sólo a lo que se debe obtener y no a lo que se debe ofrecer”.
Además citó “la enfermedad de la indiferencia hacia los demás”; la de la “cara fúnebre”, pues el religioso “debe ser una persona amable, serena y entusiasta y alegre que transmite alegría”, dijo.
“Qué bien hace una buena dosis de humorismo”, agregó el Papa Bergoglio. La enfermedad de “acumular bienes materiales”, la de pertenecer “a círculos cerrados y la de la “mundanidad y el exhibicionismo”, concluyeron la lista.
El papa Francisco también quiso recordar que un día leyó que “los sacerdotes son como los aviones que son noticia cuando sólo cuando se caen”.
Entonces subrayó que, sin embargo, “hay muchos que vuelan”, pero que “muchos critican, pero pocos rezan por ellos”. Y concluyó advirtiendo: “Cuánto mal puede causar un solo sacerdote que cae a todo el cuerpo de la Iglesia”.
Zenit / Religión Digital / Rome Reports
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