02/11/2018 – El Papa Francisco celebró la Santa Misa en el cementerio Laurentino de Roma, como motivo de la conmemoración de todos los Fieles Difuntos.
La misma se trata de una fiesta litúrgica que responde a una larga tradición de fe en la Iglesia: orar por aquellos fieles que han acabado su vida terrena y que por tanto, han trascendido el misterio de la muerte, que da inicio a un misterio aún mayor: el de la vida eterna.
Junto con el Santo Padre concelebraron el Vicario de Roma, Cardenal Angelo de Donatis, el Obispo Auxiliar del sector sur, Mons. Paolo Lojudice, y el capellán de la Iglesia de Jesús Resucitado, ubicada dentro del cementerio, Mons. Claudio Palma.
El Laurentino es el cuarto cementerio romano en el que el Pontífice, celebra la Misa de los difuntos. En los años 2013, 2014 y 2015 la celebración eucarística tuvo lugar en el cementerio monumental del Verano. En 2016 en el cementerio de Prima Porta, y en 2017 en el cementerio americano de la localidad de Nettuno (al sur de la capital italiana).
En esta ocasión, el Sucesor de Pedro visitó también el Jardín de los Ángeles, un espacio creado en el año 2012 dedicado especialmente en memoria de los bebés no nacidos.
Un año más y como es ya habitual desde el inicio de su Pontificado, Francisco oró por el eterno descanso de quienes han abandonado este mundo, e hizo especial hincapié en que contemplando el misterio de la resurrección de Jesús, el cristiano tiene la certeza de que la muerte no es el final; sino un paso más hacia la vida plena junto al Padre.
En su homilía pronunciada de manera espontánea, el Papa señaló que, “la liturgia de hoy es realista, es concreta. Nos enmarca en las tres dimensiones de la vida, dimensiones que hasta los niños entienden: el pasado, el futuro, el presente. Hoy es un día de memoria del pasado, un día para recordar a aquellos que han caminado antes que nosotros, incluso nos han acompañado, nos han dado vida. Recordar, hacer memoria. La memoria es lo que hace fuerte a un pueblo, porque se siente arraigada en un camino, arraigada en una historia, arraigada en un pueblo. La memoria nos hace comprender que no estamos solos, somos un pueblo: un pueblo que tiene historia, que tiene pasado, que tiene vida. Memoria de muchos que han compartido un viaje con nosotros, y están aquí. No es fácil de recordar. Nosotros muchas veces, estamos cansados de volver atrás y pensar en lo que pasó: en mi vida, en mi familia, en mi gente. Pero hoy es un día de memoria, la memoria que nos lleva a las raíces: a mis raíces, a las raíces de mi pueblo”.
Y también hoy, dijo el Papa Francisco, es un día de esperanza: la segunda lectura nos ha mostrado lo que nos espera. El Cielo nuevo, la tierra nueva y la ciudad santa de Jerusalén, nueva, hermosa. “La imagen que nos hace comprender lo que nos espera es la siguiente: La vi descender del cielo, descender de Dios, dispuesta como una novia adornada para su esposo”. Se espera la belleza. Memoria y esperanza, esperanza de encontrarnos, esperanza de llegar donde está el amor que nos creó, donde está el amor que nos espera: el amor del Padre.
Y entre la memoria y la esperanza está la tercera dimensión, precisa el Pontífice, la del camino que debemos tomar y que hacemos. ¿Y cómo recorrer este camino sin equivocarnos? ¿Cuáles son las luces que me ayudarán a no equivocarme? ¿Cuál es el navegador que Dios mismo nos ha dado para no equivocarnos? Estas son las bienaventuranzas que Jesús nos enseñó en el Evangelio. Estas Bienaventuranzas – mansedumbre, pobreza de espíritu, justicia, misericordia, pureza de corazón – son las luces que nos acompañan para no equivocarnos: este es nuestro presente”.
“Pidamos hoy al Señor que nos conceda la gracia de no perder nunca la memoria, de no ocultar nunca nuestra memoria, la memoria de una persona, la memoria de una familia, la memoria de un pueblo. Que nos conceda la gracia de la esperanza, porque la esperanza es un don suyo: saber esperar, mirar al horizonte, no permanecer cerrados frente a un muro. Siempre mirar al horizonte y esperar. Y nos dé la gracia de comprender cuáles son las luces que nos acompañarán en el camino para no equivocarnos, y así llegar a donde nos esperan con tanto amor”.
“En este cementerio están las tres dimensiones de la vida: la memoria, la vemos allí; la esperanza, la celebraremos ahora en la fe, no en la visión; y las luces que nos guían en el camino para no equivocarnos, las hemos escuchado en el Evangelio: son las Bienaventuranzas”
“En la visita al Cementerio, de nuestros hermanos y hermanas fallecidos, renovamos nuestra fe en Cristo, muerto, sepultado y resucitado para nuestra salvación”, afirmando que con esta certeza pedimos al Padre por todos nuestros seres queridos que han dejado este mundo.
“Abre los brazos de tu misericordia, y recíbelos en la gloriosa asamblea de la Santa Jerusalén. Conforta a cuantos atraviesan el dolor de la muerte con la certeza de que los muertos viven en ti”, concluyó Francisco invocando a la Santísima Virgen María como signo de luz, “para que con su intercesión sostenga nuestra fe, para que ningún obstáculo pueda hacernos desviar del camino que conduce a hacia el Padre”.
Fuente: Vatican News
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