01/02/2017 – Compartimos la catequesis del Papa Francisco en la Audiencia General del día de hoy, donde propuso el tema de la virtud de la esperanza cristiana a la luz del Nuevo Testamento. Y lo hizo a partir de un pasaje de la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, en la que el Apóstol recuerda que somos hijos de la luz, revestidos con la coraza de la fe y del amor, y cubiertos con el casco de la esperanza de la salvación.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En las anteriores catequesis hemos iniciado nuestro recorrido sobre el tema de la esperanza releyendo en esta perspectiva algunas páginas del Antiguo Testamento. Ahora queremos pasar a poner en evidencia la extraordinaria importancia que esta virtud asume en el Nuevo Testamento, cuando encuentra la novedad representada por Jesús y por el evento pascual: la esperanza cristiana. Nosotros cristianos, somos mujeres y hombres de esperanza.
Es esto lo que emerge de modo claro desde el primer texto que ha sido escrito, es decir, desde la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. En el pasaje que hemos escuchado, se puede percibir toda la frescura y la belleza del primer anuncio cristiano. La comunidad de Tesalónica era una comunidad joven, fundada de hace poco; no obstante las dificultades y las diversas pruebas, está enraizada en la fe y celebra con entusiasmo y con alegría la resurrección del Señor Jesús. El Apóstol entonces se alegra de corazón con todos, porque cuantos renacen en la Pascua se convierten de verdad en «hijos de la luz, hijos del día» – así los llama él – (5,5), en virtud de la plena comunión con Cristo.
Cuando Pablo les escribe, la comunidad de Tesalónica ha sido apenas fundada, y sólo pocos años la separan de la Pascua de Cristo; pocos años después, ¡eh! Por esto, el Apóstol trata de hacer comprender todos los efectos y las consecuencias que éste evento único y decisivo, es decir, la resurrección del Señor, comporta para la historia y para la vida de cada uno. En particular, la dificultad de la comunidad no era tanto reconocer la resurrección de Jesús, todos lo creían, sino de creer en la resurrección de los muertos. Si, Jesús ha resucitado, pero los muertos tenían un poco de dificultad.
En este sentido, esta carta se presenta más actual que nunca. Cada vez que nos encontramos ante nuestra muerte, o a aquella de una persona querida, sentimos que nuestra fe es puesta a la prueba. Surgen todas nuestras dudas, toda nuestra fragilidad, y nos preguntamos: “¿De verdad existirá la vida después de la muerte? ¿Podré todavía ver y abrazar a las personas que he amado?”. Esta pregunta me la ha hecho una señora hace pocos días en una audiencia. Me dijo: ¿Encontraré a mis seres queridos? Una incógnita… También nosotros, en el contexto actual, tenemos necesidad de regresar a las raíces y a los fundamentos de nuestra fe, para que así tomemos conciencia de lo que Dios ha obrado por nosotros en Cristo Jesús y que cosa significa nuestra muerte. Todos tenemos un poco de miedo; la muerte, por esta incertidumbre, ¿no? Aquí viene la palabra de Pablo. Me viene a la memoria un viejito, un anciano, bueno, que decía: “Yo no tengo miedo a la muerte. Tengo un poco de miedo verla venir”. Y tenía miedo de esto.
Pablo, ante los temores y las perplejidades de la comunidad, invita a tener firme sobre la cabeza como un yelmo, sobre todo en las pruebas y en los momentos más difíciles de nuestra vida, “la esperanza de la salvación”. Es un yelmo. Es esta la esperanza cristiana. Cuando se habla de esperanza, podemos ser llevados a comprenderla según el significado común del término, es decir, en relación a algo bello que deseamos, pero que puede realizarse o tal vez no. Esperemos que suceda, pero… esperemos, como un deseo, ¿no? Se dice por ejemplo: “¡Espero que mañana haga buen clima!”; pero sabemos que al día siguiente en cambio puede hacer un mal clima… La esperanza cristiana no es así. La esperanza cristiana es la espera de algo que ya ha sido realizada; está la puerta ahí, y yo espero llegar a la puerta. ¿Qué cosa debo hacer? ¡Caminar hacia la puerta! Estoy seguro que llegaré a la puerta. Así es la esperanza cristiana: tener la certeza que yo estoy en camino hacia algo que es y no lo que yo quiero que sea. Esta es la esperanza cristiana. La esperanza cristiana es espera de una cosa que ya ha sido realizada y que ciertamente se realizará para cada uno de nosotros. También nuestra resurrección y aquella de nuestros queridos difuntos, pues, no es una cosa que puede suceder o tal vez no, sino es una realidad cierta, en cuanto está fundada en el evento de la resurrección de Cristo. Esperar pues significa aprender vivir en la espera. Aprender a vivir en la espera y encontrar la vida. Cuando una mujer se da cuenta de estar embarazada, cada día aprende a vivir en la espera de ver la mirada de ese niño que llegará… También nosotros debemos vivir y aprender de estas actitudes humanas y vivir en la espera de mirar al Señor, de encontrar al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende: a vivir en la espera. Esperar significa e implica un corazón humilde, pobre. Solo un pobre sabe esperar. Quien está lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la confianza en ningún otro sino en sí mismo.
Escribe aún Pablo: «Él que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a Él» (1 Tes 5,10). Estas palabras son siempre motivo de grande consolación y de paz. Asimismo para las personas amadas que nos han dejado estamos pues llamados a orar para que vivan en Cristo y estén en plena comunión con nosotros. Una cosa que a mí me toca el corazón es una expresión de San Pablo, siempre dirigida a los Tesalonicenses. A mí me llena de la seguridad de la esperanza. Dice así: «Y así permaneceremos con el Señor para siempre» (1 Tes 4,17). ¡Qué bello! Todo pasa. Pero, después de la muerte, por siempre estaremos con el Señor. Es la certeza total de la esperanza, la misma que, mucho tiempo antes, hacia exclamar a Job: «Yo sé que mi Redentor vive […]. Yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos» (Job 19,25.27). Y así por siempre estaremos con el Señor. ¿Ustedes creen esto? Les pregunto: ¿Creen esto? Más o menos, ¡eh! Pero para tener un poco de fuerza los invito a decirlo tres veces conmigo: “Y así por siempre estaremos con el Señor”. Todos juntos: “Y así por siempre estaremos con el Señor”, “Y así por siempre estaremos con el Señor”, “Y así por siempre estaremos con el Señor”. Y allá, con el Señor, nos encontraremos. Gracias.
Consideramos ahora la virtud de la esperanza a la luz del Nuevo Testamento. La persona de Jesús y su misterio pascual abre para nosotros una perspectiva extraordinaria, como nos lo sugiere la lectura bíblica que acabamos de escuchar. San Pablo escribe a la joven comunidad de Tesalónica, apenas fundada y temporalmente muy cercana al evento de la Resurrección del Señor, y trata de hacerles comprender todos los efectos y las consecuencias que este evento único y decisivo comporta para la historia y la vida de cada uno.
Como entonces, de los muertos. Cada vez que nos enfrentamos a la muerte, ya sea la nuestra o la de un ser querido, sentimos que nuestra fe se tambalea, nos preguntamos si hay vida después de la muerte, o si volveremos a encontrarnos con los que nos han dejado. Pablo, ante las dudas de la comunidad, invita a mantener sólida la «esperanza de la salvación». La esperanza cristiana es esperar en algo que ya se cumplió, pero que debe realizarse plenamente para cada uno de nosotros. Por esto, la esperanza nos exige tener un corazón pobre y humilde, que sepa confiar y esperar sólo en Dios Nuestro Señor.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. Que el Señor Jesús eduque nuestros corazones en la esperanza de la resurrección, para que aprendamos a vivir en la espera segura del encuentro definitivo con él y con todos nuestros seres queridos. Nos acompañe en este camino la presencia amorosa de María, Madre de la esperanza. Muchas gracias.
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