03/09/2014 – El Papa Francisco reunió, como cada miércoles en la plaza de San Pedro, a miles de fieles venidos de todas las partes del mundo, con ocasión de la audiencia general. A las 9.45, cuando algunos peregrinos ya llevaban tiempo esperando entusiasmados, el Papa ha entrado en la plaza en el jeep descubierto. Y así, el Santo Padre ha recorrido los pasillos saludando de cerca a los fieles, bendiciendo y tomando y acariciando con sus manos a los niños que le acercaban hasta el papamóvil. Las banderas y pañoletas de colores se agitaban al paso del jeep y todos coreaban ¡Viva el Papa! cuando veían de cerca al Pontífice.
‘La Iglesia como madre’, ha sido la reflexión de esta mañana del Santo Padre, continuando con la serie de catequesis dedicadas a la Iglesia. Ha indicado también que “con el trabajo no se juega” porque de éste depende la dignidad de tantas personas. Y a las parejas de recién casados les ha felicitado porque: “Hay que ser valientes para casarse hoy”. Ha encomendado también a los muertos de la Segunda Guerra Mundial, a los cristianos de Irak les ha dicho que la Iglesia está orgullosa de ellos.
A continuación, el texto del resumen hecho por el Papa en español:
“Queridos hermanos y hermanas: Nadie se hace cristiano a sí mismo, nacemos y crecemos en la fe dentro del pueblo de Dios. Por eso decimos que la Iglesia es madre, porque nos da a vida en Cristo y nos hace vivir junto a otros hermanos en la comunión del Espíritu Santo. El modelo de la maternidad de la Iglesia es la Virgen Madre. El nacimiento de Jesús en el seno de María como primogénito de muchos hermanos es como el preludio de la vida nueva que reciben los cristianos en el bautismo. La Iglesia también es madre porque nos cuida como hijos y nos indica el camino de la salvación. Nos alimenta y nos sostiene con los sacramentos; nos ilumina con la luz del Evangelio, orientándonos al bien y animándonos en los momentos de oscuridad y nos defiende de las asechanzas del maligno, exhortándonos a la vigilancia para no sucumbir a sus seducciones. Queridos hermanos, no olvidemos que la Iglesia somos todos los bautizados, y que su maternidad se expresa también en nuestra capacidad de acoger, de perdonar, de infundir ánimo y esperanza”.
“Queridos hermanos y hermanas: Nadie se hace cristiano a sí mismo, nacemos y crecemos en la fe dentro del pueblo de Dios. Por eso decimos que la Iglesia es madre, porque nos da a vida en Cristo y nos hace vivir junto a otros hermanos en la comunión del Espíritu Santo.
El modelo de la maternidad de la Iglesia es la Virgen Madre. El nacimiento de Jesús en el seno de María como primogénito de muchos hermanos es como el preludio de la vida nueva que reciben los cristianos en el bautismo.
La Iglesia también es madre porque nos cuida como hijos y nos indica el camino de la salvación. Nos alimenta y nos sostiene con los sacramentos; nos ilumina con la luz del Evangelio, orientándonos al bien y animándonos en los momentos de oscuridad y nos defiende de las asechanzas del maligno, exhortándonos a la vigilancia para no sucumbir a sus seducciones.
Queridos hermanos, no olvidemos que la Iglesia somos todos los bautizados, y que su maternidad se expresa también en nuestra capacidad de acoger, de perdonar, de infundir ánimo y esperanza”.
Luego, el Santo Padre saludó a los peregrinos de lengua española, “en particular a los grupos provenientes de España, México, Cuba, Costa Rica, Guatemala, Colombia, Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos a invocar la intercesión maternal de María y aprender de ella esa ternura que nos permite ser testigos de la maternidad de la Iglesia. Muchas gracias”.
Asimismo, en las palabras dirigidas a los peregrinos de lengua árabe, “en particular a los procedentes de Irak”, el Santo Padre ha indicado: “La Iglesia es Madre y como todas las madres sabe acompañar al hijo necesitado, levantar al hijo caído, curar el enfermo, buscar al perdido y agitar al dormido y también defender a los hijos indefensos y perseguidos”. Por eso, ha proseguido, “hoy quisiera asegurar especialmente a estos últimos, la cercanía: porque están en el corazón de la Iglesia; la Iglesia sufre con vosotros y está orgullosa de vosotros; sois su fuerza y el testimonio concreto y auténtico de su mensaje de salvación, de perdón y de amor. Abrazo a todos, a todos”.
En el saludo a los peregrinos de lengua polaca, Francisco ha recordado que en diferentes ciudades de Polonia se recuerda el 75º aniversario del inicio de la segunda guerra mundial. Así, ha encomendado “a la misericordia de Dios a aquellos que han perdido la vida por amor a la patria y a los hermanos, e invocamos el don de la paz para todas las naciones de Europa y del mundo, por intercesión de María, Reina de la Paz”.
También esta mañana, el Papa lanzó un llamamiento a favor de la dignidad del trabajo. Francisco ha expresado su preocupación por la grave situación que están viviendo muchas familias de la ciudad de Terni a causa de los proyectos de la empresa Thyssenkrupp. “Una vez más dirijo un sentido llamado, para que no prevalezca la lógica del beneficio, sino la de la solidaridad y de la justicia. Al centro de toda cuestión, también de la laboral, esté siempre la persona y su dignidad. ¡Con el trabajo no se juega! Quien quita el trabajo que sepa que quita la dignidad de la persona”, ha exclamado el Santo Padre.
Finalmente, después de los saludos dirigidos a los peregrinos en las distintas lenguas, Francisco ha saludado especialmente a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. “Queridos jóvenes, especialmente a los confirmandos de Luca acompañados por el arzobispo, volviendo después de las vacaciones a las actividades diarias habituales, retomad también el ritmo regular de vuestro diálogo íntimo con Dios, difundiendo su luz entorno a vosotros. Vosotros, queridos enfermos, encontrad apoyo en el Señor Jesús, que continúa su obra de redención en la vida de cualquier hombre. Y vosotros, queridos recién casados, un esfuerzo por mantener un contacto vivo con Dios, para que vuestro amor sea cada vez más verdadero y duradero”. Y ha añadido: “¡Ellos son valientes, hay que ser valiente para casarse hoy!”.
Este es el texto completo de la audiencia sobre “La Iglesia es madre y tiene como modelo la maternidad de María”:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En las catequesis anteriores hemos tenido la posibilidad de subrayar diversas veces que uno no se vuelve cristiano por sí mismo, con las propias fuerzas, de manera autónoma, ni siquiera en un laboratorio, sino que uno es generado y hecho crecer en la fe en el interior de ese gran cuerpo que es la Iglesia. En este sentido la Iglesia es realmente madre. Nuestra Madre Iglesia. ¡Es lindo decirlo así! Una madre que nos da la vida en Cristo y que nos hace vivir junto a los otros hermanos en la comunión del Espíritu Santo. En esta maternidad la Iglesia tiene como modelo a la Virgen María, el modelo más bello y más alto que pueda haber. Es lo que las primeras comunidades cristianas ya dejaron claro y el Concilio Vaticano II ha expresado de manera admirable. La maternidad de María es seguramente única, singular, y se cumplió en la plenitud de los tiempos, cuando la Virgen dio a luz al Hijo de Dios, concebido por obra del Espíritu Santo. Y aún así, la maternidad de la Iglesia se pone justamente en continuidad con la de María, como su prolongación en la historia. La Iglesia, en la fecundidad del Espíritu, sigue generando nuevos hijos en Cristo, siempre escuchando la Palabra de Dios y en la docilidad a su designio de amor. La Iglesia es madre, el nacimiento de Jesús en el seno de María, de hecho es el preludio del renacer de cada cristiano en el seno de la Iglesia, desde el momento que Cristo es el primogénito de una multitud de hermanos. Jesús es nuestro primer hermano, nacido de María y es modelo, y todos nosotros hemos nacido de la Iglesia. Entendemos entonces cuanto sea profunda la relación que une a María y a la Iglesia: mirando a María descubrimos el rostro más bello y tierno de la Iglesia; mirando a la Iglesia reconocemos los trazos sublimes de María. ¡Nosotros cristianos no somos huérfanos, tenemos una mamá, tenemos una madre y esto es grande, no somos huérfanos. La Iglesia es Madre, María es madre! La Iglesia es nuestra madre porque nos ha hecho nacer con el bautismo. Y cada vez que bautizamos a un niño, se vuelve hijo de la Iglesia, entra dentro de la Iglesia. Y desde aquel día, como mamá cuidadosa nos hace crecer en la fe y nos indica con la fuerza de la palabra de Dios el camino de la salvación, defendiéndonos del mal. La Iglesia ha recibido de Jesús el tesoro precioso del Evangelio, no para tenérselo para sí, sino para donarlo generosamente a los otros, como hace una mamá. En este servicio de evangelización, la maternidad de la Iglesia se manifiesta de manera peculiar, empeñada como una madre, ofreciendo a sus hijos el nutrimiento espiritual que alimenta y hace fructificar la vida cristiana. Todos por lo tanto estamos llamados a acoger con mente y corazón abiertos la palabra de Dios que la Iglesia cada día nos da, porque esta Palabra tiene la capacidad de cambiarnos desde el interior. Solamente la palabra de Dios tiene esta capacidad, de cambiarnos bien desde dentro, desde sus raíces más profundas. Solamente la palabra de Dios tiene este poder ¿y quién nos da esta palabra de Dios? la Madre Iglesia. Nos alimenta desde niños con esta palabra y nos hace crecer con esta palabra. ¡Y esto es grande, es la madre Iglesia que con la palabra de Dios nos cambia desde dentro! La palabra de Dios que nos da la Madre Iglesia nos transforma y vuelve nuestra humanidad no palpitante según la mundanidad de la carne, sino según el Espíritu. En su atención materna, la Iglesia se esfuerza en demostrar a los creyentes el camino que hay que recorrer para vivir una existencia fecunda de alegría y de paz. Iluminados por la luz del Evangelio y sostenidos por la gracia de los sacramentos, especialmente la eucaristía, nosotros podemos orientar bien nuestras decisiones y cruzar con coraje y esperanza los momentos de oscuridad y los senderos más tortuosos. Porque en la vida los hay. El camino de la salvación, a través de los cuales la Iglesia nos guía y nos acompaña con la fuerza del Evangelio y el apoyo de los sacramentos, nos da la capacidad de defendernos del mal. La Iglesia tiene el coraje de una madre que siente del deber de defender a los propios hijos de los peligros que derivan de la presencia de satanás en el mundo, para llevarlos al encuentro con Jesús. Una madre siempre defiende a sus hijos. Esta defensa consiste también en exhortar a la vigilancia: vigilar contra el engaño y la seducción del maligno. Porque si bien Dios ha vencido a satanás, éste vuelve siempre con sus tentaciones; nosotros lo sabemos, todos nosotros somos tentados y hemos sido tentados. Depende de nosotros no ser ingenuos. Él viene y ‘como león rugiente gira buscando a quien devorar’. Y nosotros no tenemos que ser ingenuos, sino vigilar y resistir firmes en la fe. Resistir con los consejos de la madre, resistir con la ayuda de la Madre Iglesia, que como buena madre acompaña a sus hijos en los momentos difíciles. Queridos amigos esta es la Iglesia, es la Iglesia que amamos todos. Esta es la Iglesia que yo amo. Es una madre que se toma a pecho el bien de los propios hijos y es capaz de dar la vida por ellos. No tenemos que olvidarnos entretanto que la Iglesia, no son los curas ni nosotros los obispos. La Iglesia somos todos, ¿de acuerdo? Todos somos hijos pero también madre de otros cristianos. Todos los bautizados, hombres y mujeres, juntos somos la Iglesia. Cuántas veces en nuestra vida no damos testimonio de esta maternidad de la Iglesia, de este coraje materno de la Iglesia. Cuántas veces somos cobardes. !Y no! Encomendémonos a María porque Ella nos enseñe como madre de nuestro hermano primogénito, Jesús, nos enseñe a tener su mismo espíritu materno hacia nuestros hermanos, con la capacidad sincera de acoger, de perdonar, de dar fuerza y de infundir confianza y esperanza. Esto es lo que hace una mamá. Gracias
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En las catequesis anteriores hemos tenido la posibilidad de subrayar diversas veces que uno no se vuelve cristiano por sí mismo, con las propias fuerzas, de manera autónoma, ni siquiera en un laboratorio, sino que uno es generado y hecho crecer en la fe en el interior de ese gran cuerpo que es la Iglesia. En este sentido la Iglesia es realmente madre. Nuestra Madre Iglesia. ¡Es lindo decirlo así! Una madre que nos da la vida en Cristo y que nos hace vivir junto a los otros hermanos en la comunión del Espíritu Santo.
En esta maternidad la Iglesia tiene como modelo a la Virgen María, el modelo más bello y más alto que pueda haber. Es lo que las primeras comunidades cristianas ya dejaron claro y el Concilio Vaticano II ha expresado de manera admirable.
La maternidad de María es seguramente única, singular, y se cumplió en la plenitud de los tiempos, cuando la Virgen dio a luz al Hijo de Dios, concebido por obra del Espíritu Santo.
Y aún así, la maternidad de la Iglesia se pone justamente en continuidad con la de María, como su prolongación en la historia. La Iglesia, en la fecundidad del Espíritu, sigue generando nuevos hijos en Cristo, siempre escuchando la Palabra de Dios y en la docilidad a su designio de amor. La Iglesia es madre, el nacimiento de Jesús en el seno de María, de hecho es el preludio del renacer de cada cristiano en el seno de la Iglesia, desde el momento que Cristo es el primogénito de una multitud de hermanos. Jesús es nuestro primer hermano, nacido de María y es modelo, y todos nosotros hemos nacido de la Iglesia. Entendemos entonces cuanto sea profunda la relación que une a María y a la Iglesia: mirando a María descubrimos el rostro más bello y tierno de la Iglesia; mirando a la Iglesia reconocemos los trazos sublimes de María. ¡Nosotros cristianos no somos huérfanos, tenemos una mamá, tenemos una madre y esto es grande, no somos huérfanos. La Iglesia es Madre, María es madre!
La Iglesia es nuestra madre porque nos ha hecho nacer con el bautismo. Y cada vez que bautizamos a un niño, se vuelve hijo de la Iglesia, entra dentro de la Iglesia. Y desde aquel día, como mamá cuidadosa nos hace crecer en la fe y nos indica con la fuerza de la palabra de Dios el camino de la salvación, defendiéndonos del mal.
La Iglesia ha recibido de Jesús el tesoro precioso del Evangelio, no para tenérselo para sí, sino para donarlo generosamente a los otros, como hace una mamá.
En este servicio de evangelización, la maternidad de la Iglesia se manifiesta de manera peculiar, empeñada como una madre, ofreciendo a sus hijos el nutrimiento espiritual que alimenta y hace fructificar la vida cristiana.
Todos por lo tanto estamos llamados a acoger con mente y corazón abiertos la palabra de Dios que la Iglesia cada día nos da, porque esta Palabra tiene la capacidad de cambiarnos desde el interior. Solamente la palabra de Dios tiene esta capacidad, de cambiarnos bien desde dentro, desde sus raíces más profundas.
Solamente la palabra de Dios tiene este poder ¿y quién nos da esta palabra de Dios? la Madre Iglesia. Nos alimenta desde niños con esta palabra y nos hace crecer con esta palabra. ¡Y esto es grande, es la madre Iglesia que con la palabra de Dios nos cambia desde dentro!
La palabra de Dios que nos da la Madre Iglesia nos transforma y vuelve nuestra humanidad no palpitante según la mundanidad de la carne, sino según el Espíritu.
En su atención materna, la Iglesia se esfuerza en demostrar a los creyentes el camino que hay que recorrer para vivir una existencia fecunda de alegría y de paz. Iluminados por la luz del Evangelio y sostenidos por la gracia de los sacramentos, especialmente la eucaristía, nosotros podemos orientar bien nuestras decisiones y cruzar con coraje y esperanza los momentos de oscuridad y los senderos más tortuosos. Porque en la vida los hay.
El camino de la salvación, a través de los cuales la Iglesia nos guía y nos acompaña con la fuerza del Evangelio y el apoyo de los sacramentos, nos da la capacidad de defendernos del mal. La Iglesia tiene el coraje de una madre que siente del deber de defender a los propios hijos de los peligros que derivan de la presencia de satanás en el mundo, para llevarlos al encuentro con Jesús.
Una madre siempre defiende a sus hijos. Esta defensa consiste también en exhortar a la vigilancia: vigilar contra el engaño y la seducción del maligno. Porque si bien Dios ha vencido a satanás, éste vuelve siempre con sus tentaciones; nosotros lo sabemos, todos nosotros somos tentados y hemos sido tentados.
Depende de nosotros no ser ingenuos. Él viene y ‘como león rugiente gira buscando a quien devorar’. Y nosotros no tenemos que ser ingenuos, sino vigilar y resistir firmes en la fe. Resistir con los consejos de la madre, resistir con la ayuda de la Madre Iglesia, que como buena madre acompaña a sus hijos en los momentos difíciles.
Queridos amigos esta es la Iglesia, es la Iglesia que amamos todos. Esta es la Iglesia que yo amo. Es una madre que se toma a pecho el bien de los propios hijos y es capaz de dar la vida por ellos. No tenemos que olvidarnos entretanto que la Iglesia, no son los curas ni nosotros los obispos. La Iglesia somos todos, ¿de acuerdo? Todos somos hijos pero también madre de otros cristianos. Todos los bautizados, hombres y mujeres, juntos somos la Iglesia. Cuántas veces en nuestra vida no damos testimonio de esta maternidad de la Iglesia, de este coraje materno de la Iglesia. Cuántas veces somos cobardes. !Y no!
Encomendémonos a María porque Ella nos enseñe como madre de nuestro hermano primogénito, Jesús, nos enseñe a tener su mismo espíritu materno hacia nuestros hermanos, con la capacidad sincera de acoger, de perdonar, de dar fuerza y de infundir confianza y esperanza. Esto es lo que hace una mamá. Gracias
Zenit / Rome Reports
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