Papa Francisco cumple 25 años como obispo y lo celebró con una misa

martes, 27 de junio de 2017
image_pdfimage_print

0000226488

27/06/2017 – Junto a los cardenales presentes en Roma, Papa Francisco presidió una misa en ocasión del XXV aniversario de su Ordenación Episcopal en la Capilla Paolina del Palacio Apostólico, también conocida como la “Capilla de las Lágrimas” ya que es el lugar donde el nuevo Papa va a llorar, inmediatamente después de ser elegido y antes de presentarse al pueblo en la Plaza de San Pedro.

En la primera Lectura hemos escuchado como continúa el diálogo entre Dios y Abram, aquel diálogo que comenzó con aquel “Vete. Vete de tu tierra…” (Gén 12,1). Y en esta continuación del diálogo, encontramos tres imperativos: “¡Levántate!”, “¡Mira!” “¡Espera!” Tres imperativos que marcan el camino que debe recorrer Abram y también el modo de hacer, la actitud interior: levántate, mira, espera.

“¡Levántate!” Levántate, camina, no estés detenido. Tú tienes un deber, tú tienes una misión y debes cumplirla en camino. No permanezcas sentado: levántate, en pie. Y Abram comenzó a caminar. En camino, siempre. Y el símbolo de esto es la tienda. Dice el Libro del Génesis que Abram andaba con la tienda y cuando se detenía tenía la tienda. Abram jamás hizo una casa para sí mismo, mientras existía este imperativo: “¡Levántate!” Solamente construyó un altar: la única cosa. Para adorar a Aquel que le ordenaba levantarse, estar en camino, con la tienda. “¡Levántate!”

“¡Mira!” Segundo imperativo. “Alza ahora tus ojos y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y hacia el sur, y hacia el oriente y hacia el occidente”. (Gén 13,14). Mira. Mira el horizonte, no construyas muros. Mira siempre. Y sigue adelante. Y la mística del horizonte es que cuanto más se va adelante, el horizonte está siempre más lejos. Ir más allá con la mirada, ir más allá, adelante, caminando pero hacia el horizonte.

Tercer imperativo: “¡Espera!” Está ese diálogo hermoso: “Tú me has dado tanto, pero el heredero será este doméstico” – “El heredero saldrá de ti, nacerá de ti. ¡Espera! (cfr. Gén 15,3-4). Y esto, dicho a un hombre que no podía tener herencia, ya sea por su edad que por la esterilidad de la esposa. Pero será “de ti”. Y tu herencia  – de ti – será “como el polvo de la tierra. Si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada”. (Gén 13,16). Y un poco más adelante: “Mira ahora los cielos y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Así será tu descendencia”. Y Abram creyó y el Señor se lo contó por justicia (cfr Gén 15,5-6). En la fe de Abram inicia aquella justicia que Paolo mencionará más adelante en la explicación de la justificación. “¡Levántate! ¡Mira!” – el horizonte, nada de muros, el horizonte – “¡Espera!” Y la esperanza es sin muros, es puro horizonte.

Pero cuando Abram fue llamado, tenía más o menos nuestra edad: estaba por pensionarse, por jubilarse para descansarse… Comenzó a aquella edad. Un hombre anciano, con el peso de la vejez, aquella vejez que trae los dolores, las enfermedades… Pero tú, como si fueras un jovencito, ¡levántate, ve, ve! Como si fueras un scout: ¡ve! Mira y espera. Y esta Palabra de Dios es también para nosotros, que tenemos una edad que es como aquella de Abram… más o menos. Hay algunos jóvenes aquí, pero la mayoría de nosotros tiene esta edad. Y a nosotros el Señor hoy nos dice lo mismo: “¡Levántate, mira, espera!” Nos dice que no es la hora de encerrar nuestra vida, que no cerremos nuestra historia, que no resumamos nuestra historia. El Señor nos dice que nuestra historia está abierta todavía: está abierta hasta el final, está abierta con una misión. Y con estos tres imperativos nos indica la misión: “¡Levántate!” “¡Mira!” “¡Espera!

Alguien que no nos quiere dice que somos la gerontocracia de la Iglesia. Es una mofa del destino. No entiende lo que dice. No somos ancianos: somos abuelos. Y si no sentimos esto, debemos pedir la gracia de sentirlo. Abuelos a los cuales nuestros nietos miran. Abuelos que deben darles un sentido de la vida, con nuestra experiencia. Abuelos no encerrados en la melancolía de nuestra historia, sino abiertos para dar esto. Y para nosotros, este “levántate, mira, espera” se llama “soñar”. Nosotros somos abuelos llamados a soñar y a dar nuestro sueño a la juventud de hoy: lo necesitan. Porque ellos tomarán de nuestros sueños la fuerza para profetizar y llevar adelante su deber.

Me viene en mente aquel pasaje del Evangelio de Lucas (2,21-38), de Simón y Ana: dos abuelos. Pero ¡cuánta capacidad de soñar tenían estos dos! Y todo este sueño lo contaron a San José, a la Virgen, a la gente… Y Ana iba hablando de aquí para allá y decía: “¡Es Él, es Él!” Y contaba el sueño de su vida. Y esto es lo que hoy el Señor nos pide: que seamos abuelos. Que tengamos la vitalidad de dar a los jóvenes, porque los jóvenes lo esperan de nosotros. Que no nos cerremos, que demos lo mejor de nosotros: ellos esperan de nuestra experiencia, de nuestros sueños positivos para llevar adelante la profecía y el trabajo.

Pido al Señor para que nos dé a todos nosotros esta gracia. También para aquellos que todavía no son abuelos: vemos el presidente de los obispos del Brasil: es un jovencito, ¡pero llegarás! La gracia de ser abuelos, la gracia de soñar, y dar este sueño a nuestros jóvenes: lo necesitan.

Al finalizar la Santa Misa y antes de la bendición, el Pontífice expresó su agradecimiento con estas palabras:

Quiero agradecerles a todos ustedes por las palabras que me ha dirigido el cardenal Sodano, decano, con el nuevo vice-decano que está a lado de él – ¡felicitaciones!

Agradecerles por esta oración común en este aniversario, pidiendo el perdón por mis pecados y la perseverancia en la fe, en la esperanza, en la caridad.

Les agradezco tanto por esta compañía fraternal y pido al Señor que los bendiga y los acompañe en el camino del servicio a la Iglesia. Muchas gracias.