24/05/2021 – “Es el tiempo del Paráclito, el tiempo de la libertad de corazón en el Paráclito”. Así lo afirmó el Papa Francisco al celebrar la Santa Misa en la Solemnidad de Pentecostés, en el Altar de la Confesión de la Basílica Vaticana.
El Papa comenzó su homilía con la promesa de Jesús a sus discípulos citada en el Evangelio de San Juan, capítulo 15, versículo 26.
Es el tiempo, dijo el Santo Padre sí, del Paráclito, del Espíritu Santo “el don definitivo, el don de los dones” prometido por Jesús:
“Paráclito. Acojamos hoy esta palabra, que no es fácil de traducir porque encierra varios significados. Paráclito quiere decir esencialmente dos cosas: Consolador y Abogado.”
El Paráclito, nuestro Consolador y Abogado “El Paráclito es el Consolador”, explicó Francisco. Todos nosotros, especialmente en los momentos difíciles como el que estamos atravesando debido a la pandemia, – dijo – buscamos consolaciones. Pero frecuentemente recurrimos sólo a las consolaciones terrenas, que desaparecen pronto, son consolaciones del momento. Jesús, en cambio, “nos ofrece hoy la consolación del cielo, el Espíritu, la ‘fuente del mayor consuelo'”.
La diferencia con las consolaciones de este mundo, es que estas últimas son como los analgésicos: “dan un alivio momentáneo, pero no curan el mal profundo que llevamos dentro”; “evaden, distraen, pero no curan de raíz”; “calman superficialmente, en el ámbito de los sentidos y difícilmente en del corazón”. Esto porque “sólo quien nos hace sentir amados tal y como somos da paz al corazón”. El Espíritu Santo, “ternura misma de Dios, que no nos deja solos”, añadió, actúa así: «entra hasta el fondo del alma», pues como Espíritu obra en nuestro espíritu. Visita lo más íntimo del corazón como «dulce huésped del alma».
Tal como escribía san Buenaventura, recordó el Pontífice, el Espíritu «lleva mayor consolación donde hay mayor tribulación”
“El Paráclito, además, es el Abogado”, “nuestro” abogado, siguió explicando el Papa. En el contexto histórico de Jesús, – dilucidó – el abogado no desarrollaba sus funciones como hoy, más que hablar en lugar del imputado, normalmente estaba junto a él y le sugería al oído los argumentos para defenderse. Y el Paráclito, “Espíritu de la Verdad” que no nos reemplaza, sino que nos defiende de las falsedades del mal inspirándonos pensamientos y sentimientos, lo hace así. Y lo hace, subrayó el Santo Padre, “con delicadeza, sin forzarnos”: se propone, pero no se impone.
“El espíritu de la falsedad, el maligno, por el contrario, trata de obligarnos, quiere hacernos creer que siempre estamos obligados a ceder a las sugestiones malignas y a las pulsiones de los vicios.”
El Papa propuso, entonces, “acoger” tres sugerencias típicas del Paráclito, que son “antídotos básicos contra sendas tentaciones, hoy muy extendidas”. El primer consejo del Espíritu Santo, es “vive el presente”, no el pasado o el futuro, pues, el Paráclito afirma “la primacía del hoy contra la tentación de paralizarnos por las amarguras y las nostalgias del pasado, como también de concentrarnos en las incertidumbres del mañana y dejarnos obsesionar por los temores del porvenir”. Tal como nos recuerda el Espíritu, “no hay otro tiempo mejor para nosotros” que “la gracia del presente”:
El Paráclito también aconseja “buscar el todo”, no la parte, continuó diciendo el Papa. Esto porque “el Espíritu no plasma individuos cerrados, sino que nos constituye como Iglesia en la multiforme variedad de carismas, en una unidad que no es nunca uniformidad”.
“El Paráclito impulsa a la unidad, a la concordia, a la armonía en la diversidad. Nos hace ver como partes del mismo cuerpo, hermanos y hermanas entre nosotros. ¡Busquemos el todo! El enemigo quiere que la diversidad se transforme en oposición, y por eso la convierte en ideologías. Hay que decir “no” a las ideologías y “sí” al todo.”
Finalmente, el tercer “gran consejo” del Paráclito es “Pon a Dios antes que tu yo”. Se trata, puntualizó Francisco, del “paso decisivo” de la vida espiritual, “que no es una serie de méritos y de obras nuestras, sino humilde acogida de Dios”.
Oración al Paráclito Así, el Sucesor del Apóstol Pedro concluyó la homilía con una oración, para que cada discípulo del Señor, – sugiere quien escribe – guarde en su corazón:
“Espíritu Santo, Espíritu Paráclito, consuela nuestros corazones. Haznos misioneros de tu consolación, paráclitos de misericordia para el mundo. Abogado nuestro, dulce consejero del alma, haznos testigos del hoy de Dios, profetas de unidad para la Iglesia y la humanidad, apóstoles fundados sobre tu gracia, que todo lo crea y todo lo renueva. Amén.”
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