«Nos puede hacer bien un poco de silencio, y mirarla a ella, mirarla mucho y calmadamente, y decirle como hizo aquel otro hijo que la quería mucho:
«Mirarte simplemente, Madre, dejar abierta sólo la mirada; mirarte toda sin decirte nada, decirte todo, mudo y reverente.
No perturbar el viento de tu frente; sólo acunar mi soledad violada, en tus ojos de Madre enamorada y en tu nido de tierra trasparente.
Las horas se desploman; sacudidos, muerden los hombres necios la basura de la vida y de la muerte, con sus ruidos.
Mirarte, Madre; contemplarte apenas, el corazón callado en tu ternura, en tu casto silencio de azucenas» (Himno litúrgico)
Y en este estar mirándola, escuchar una vez más que nos vuelve a decir: «¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿qué entristece tu corazón?». «¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?»»
Papa Francisco en la basílica de Guadalupe, Ciudada de México
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