06/03/2017 – En el 1º encuentro del Curso Radial de Catequesis brindado por ISCA (Instituto Superior de Catequesis) y Radio María, sobre Identidad y misión del catequista buscamos profundizar en la identidad y la espiritualidad de los agentes de pastoral dedicados a la catequesis en nuestras comunidades.
El P. Alejandro Puiggari, Laura De Isla y Silvia Cavadini presentan al catequista como : Forjador de comunidades / Portador y dador de la Buena Noticia / Compañero de camino y Narrador y comunicador.
En este primer encuentro proponemos profundizar sobre la propia identidad (el Ser) del catequista y su misión. El catequista es convocado para una tarea específica en la Iglesia que debe estar articulada a las otras tareas pastorales.
En una segunda parte profundizamos sobre: El encuentro del catequista con la Palabra y el encuentro del catequista con la comunidad.
Cuando uno pregunta en cualquier encuentro a los catequistas ¿qué necesitan? La respuesta se repite: Formación, acompañamiento y recursos… Pero lo esencial es profundizar en el SER del catequista:
«el catequista es alguien que reconoce y da gracias por las maravillas que Dios hace en su vida y le manifiesta al otro la certeza de que Dios obra maravillas en su vida también» (sic Hna Beatriz Casiello, curso sobre pedagogía catequística en la Casa Salesiana)
El punto de partida de todo catequista es la experiencia de encuentro e intimidad con el Señor que toma la iniciativa amorosamente. Y desde allí El Señor, camino verdad y Vida fecunda nuestra vida y lo que hacemos. Eso es lo que nos hace mejores “pedagogos” es decir: acompañamos el camino del crecimiento en la fe de los hermanos.
La tarea del catequista, por eso decimos que es: TESTIMONIO de haber sido “visitado” por el Señor y ANUNCIO de que el Señor quiere seguir visitando a todos en su pueblo. Es el testimonio de su vida el que hace creíble el anuncio.
Decimos que la Revelación es matriz de la catequesis ¿qué significa eso?:
Dios sale al encuentro de los hombres como amigo por amor toma la iniciativa.
Es así como les dice a los hombres quién es y cómo es.
Es una iniciativa de amor que anticipa la Salvación.
¿Y de qué modo nos habla? En la historia
En la Escritura: los autores sagrados narran la historia de un pueblo elegido por Dios, un pueblo que se ha encontrado con el Señor y que ha hecho una alianza de amor. Ellos dan testimonio de esa historia de salvación que no es perfecta: hay infidelidades, rupturas, enojos, pero la misericordia del Señor siempre permanece.
Los catequistas somos parte de esa cadena de testigos y por eso nuestra tarea es acompañar a los hermanos en el camino de maduración en la fe, facilitando su encuentro con el Señor de la historia.
La Historia es historia de salvación, nuestra historia personal y comunitaria también Dios habló y sigue hablando hoy a los hombres y a los pueblos. El catequista ayuda a los demás a “leer” la historia personal como historia de Salvación con su mensaje ACTUAL y NUEVO. Por eso decimos que el catequista debe desarrollar la capacidad de escucha renovada para … – mirar los signos del paso de Dios por la historia – acompañar a los hermanos a escudriñar los signos y descubrir el MENSAJE de salvación para la actualidad y poder dar respuesta desde la FE – Interpretar la propia historia como historia de Salvación, importante tarea porque es lo que le da sentido a la vida.
Nosotros también, como el pueblo elegido, podemos narrar nuestras historias de vida personal y comunitaria identificando en ellas: Éxodo y alianza Destierro y regreso Liberación y encuentro Pascua y Resurrección
Un fecundo ejercicio que podemos hacer venciendo una RESISTENCIA que a veces se nos presenta que es asumir la historia como catequistas tal cual es para transformarla o resignificarla a la luz de la fe.
Así nos enseña el documento Juntos para una evangelización permanente (JEP nº 50, CEA 1988):
«La Catequesis es un camino de crecimiento y maduración de la fe en un contexto comunitario – eclesial que da sentido a la vida. En efecto, por medio de la catequesis todos los hombres pueden captar el plan de Dios Padre –centrado en la Persona de Jesucristo– en su propia vida cotidiana. Además pueden descubrir el significado último de la existencia y de la historia.»
Podemos dar un paso más e intentar bucear en la Palabra un texto que identifique el camino que hemos recorrido. Personalmente hay un texto que resonó fuerte cuando me entregaron el título de catequista:
« Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente.» (Mt 10, 7-8)
Nuestras comunidades también pueden hacer la experiencia de memoria del corazón y descubrir el paso de Dios por su historia. Recordamos un texto que el Directorio Catequístico General no ofrece cuando comienza la parte dedicada a la pedagogía de la Fe: «¡Y yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos! Pero ellos no reconocieron que yo los cuidaba. Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer.» (Os 11, 3-4)
¿De qué manera Dios habla con nosotros? Hechos y palabras, … signos de un lenguaje que tenemos que intentar desentrañar.
El Señor interviene en nuestra vida de distintas maneras y a través de distintas mediaciones que debemos interpretar. En este sentido la Iglesia habla de interpretar los signos de los tiempos, ya que el Señor ha elegido la lógica de la encarnación para salvarnos, y eso nos obliga a afirmar con certeza que Él está hoy actuando también.
En nuestra realidad cotidiana, insertos en una comunidad concreta, hemos recibido el LLAMADO a ser catequistas (y ya vimos que el Señor se vale de distintas mediaciones para ello)… ¿quién nos llamó? Con certeza decimos que nos ha llamado el Señor para que continuemos su misión construyendo el Reino.
Es importante que podamos prestarle oídos al llamado y descubrir las mediaciones que Él usa para acercarse a nosotros.
Somos CONVOCADOS, llamados
Para una MISIÓN específica en la comunidad eclesial
Podemos recurrir a la Palabra para ver el llamado a Jeremías en Jer 1, 4-10 y como el profeta:
«La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: “Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado, te había constituido profeta para las naciones”. Yo respondí: “¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven”. El Señor me dijo: “No digas: Soy demasiado joven, porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor –“. El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: “Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar”.»
Él también nos dice a nosotros… Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía. Dios da el primer paso en una iniciativa amorosa, es decir que el catequista no “se ofrece” como voluntario para una tarea sino que responde desde su libertad al llamado de Dios, con todo lo que implica. Es un llamado que afecta al «ser» más que al «hacer».
Cualquiera de nosotros, frente a la llamada, podría decir: “Mira que no sé hablar”. Es una llamada desproporcionada y frente a ella: nuestro asombro, nuestro temor y nuestro límite.
Frente al llamado tocamos nuestra pequeñez, como dice Jeremías: Soy demasiado joven… pero lo único que puede calmar esta inquietud es la confianza en que Dios camina con nosotros. Su acompañamiento no anula lo que somos y queremos hacer sino que le da plena realización. ¡Todo es gracia! Y con su Gracia podemos.
El Señor nos tranquiliza… Yo pongo mis palabras en tu boca… por eso siempre decimos que llevamos un tesoro en vasijas de barro
«El auténtico cristiano es constitucionalmente un “evangelio vivo”. No es, pues, el perezoso discípulo de una doctrina lejana en el tiempo y extraña a la realidad que vive; no es el mediocre repetidor de fórmulas carente de garra sino el convencido y tenaz defensor de la contemporaneidad de Cristo y de la incesante novedad del Evangelio, siempre dispuesto, ante cualquiera y ante todo momento, de dar razón de la esperanza que alimenta en el corazón. (cf. I Pe 3, 15).» (JUAN PABLO II, en «L’Osservatore Romano» del 29/4/84, p. 3)
SER CATEQUISTA ES UNA VOCACIÓN especial en la Iglesia. Somos llamados a un ministerio especial. (VOCACIÓN – BAUTISMO – sacerdocio común). Necesita arraigar en un carisma propio: la capacidad de ayudar a los otros a crecer en la FE. Este carisma o capacidad es don del Espíritu que nos mueve a asumir la tarea… tendremos que poner lo nuestro en el compromiso de la FORMACIÓN para asumir la tarea con responsabilidad por haber recibido ese don especial. Algunos sienten directamente el llamado a la tarea… otros son “pescados” por un párroco en apuros y luego profundizan en la vocación, otros han descubierto la vocación en la oración…. es una necesidad interior de comunicar su experiencia de Dios… TODOS DEBEN FORMARSE EN EL SABER HACER catequístico pero la raíz está en el SER y en el SABER ESTAR.
El P. Alejandro Puiggari, Mariana Nuzzi y Laura de Isla
TEXTO PARA REFLEXIONAR:
Terminamos este tema mirando a la Virgen Madre, ella llena del Espíritu Santo también dio testimonio de las maravillas de Dios en su vida cuando pronunció su Magnificat, y a ella le encomendamos todo lo que somos y hacemos:
En el Magníficat María celebra la obra admirable de Dios (Juan Pablo II, Audiencia general , 6//11/1996) (Lectura: Lc 1,46-48)
1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el júbilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo en la historia.
Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos del alma humana.
Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: “Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava” (Lc 1, 4648). Probablemente, el término griego ταπείνωσς estÁ tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel. Con él se señalan la “humillación” y la “miseria” de una mujer estéril (cf. 1 S 1, 11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías.
2. Las palabras “desde ahora me felicitaran todas las generaciones” (Lc 1, 48) toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María “dichosa” (Lc 1, 45). El cántico, con cierta audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret.
3. “El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1, 4950).
¿Que son esas “obras grandes” realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.
En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, para el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc 1, 37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.
4. “Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 5153).
Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37).
Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón.
5. Por último, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: “Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre” (Lc 1, 5455).
María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes.
El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos que están en su origen, revelando en la “llena de gracia” el inicio de una intervención divina que va más allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo.
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