20/01/2016 – En aquel tiempo entró Jesús otra vez en la sinagoga y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenía la parálisis: “Levántate y ponte ahí en medio”. Y a ellos les preguntó: “¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?” Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: “Extiende el brazo”. Lo extendió y quedó restablecido. En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.
San Marcos 3, 1-6
“Oh, Espíritu Santo Paráclito, (…) haz fuerte y continua la oración que elevamos en nombre del mundo entero; apresura para cada uno de nosotros el tiempo de una profunda vida interior; impulsa nuestro apostolado, que quiere llegar a todos los hombres y a todos los pueblos. (…) Mortifica nuestra presunción natural, y llévanos a las regiones de la santa humildad, del verdadero temor de Dios y de la generosa valentía. Que ningún vínculo terreno nos impida cumplir nuestra vocación; que ningún interés, por nuestra indolencia, disminuya las exigencias de la justicia; y que ningún cálculo reduzca los espacios inmensos de la caridad en las estrecheces de los pequeños egoísmos. Que en nosotros todo sea grande: la búsqueda y el culto de la verdad; la disposición al sacrificio hasta la cruz y la muerte; y, por último, que todo corresponda a la extrema oración del Hijo al Padre celestial; y a la efusión que de ti, oh Espíritu Santo de amor, el Padre y el Hijo quisieron hacer sobre la Iglesia y sobre sus instituciones, sobre cada alma y sobre los pueblos” (Discursos, mensajes y coloquios, IV, p. 350).
A Jesús solo lo mueve el bien. Una vez más el evangelio cuestiona las leyes, estructuras. Para Jesús lo importante es el hombre. Que este tenga vida total y en abundancia. “La gloria de Dios es el hombre viviente” dice el catecismo. Esto es determinante y definitivo.
Para hacer el bien no hay espacio cerrado, no hay hora determinada, no hay límite. A veces nos regimos por las leyes, por las observancias. Nos duele quebrantar la ley pero cuantas veces dejamos morir, no hacemos el bien que podemos por no ir en contra de la ley.
Este fariseísmo que aparece en el evangelio de hoy se encuentra muchas veces en nuestras acciones cotidianas. Con éstas palabras el Señor nos indica como tenemos que pararnos frente a las necesidades de los demás. La pregunta es siempre “¿Hacer el bien o el mal?.
Jesús resume todo en un solo mandamiento: un amor a Dios que se debe manifestar en el amor al prójimo. Jesús no multiplicó los mandamientos, nos dió la parte esencial para vivirlos.
San Pablo dice en su carta a los Corintios:
” Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.”
” Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe.
Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.
Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.”
No pocas veces la multiplicación de mandamientos pueden ser una excusa para no ocuparnos de las necesidades de los hermanos. Es por esto o ante esto Jesús nos da un ejemplo de vida. Él, frente a un grupo de personas con el corazón cerrado, que se autoreferencia, un corazón que se pudre y se muere.
La pregunta que nos hacemos es la misma que Jesús les hace a los fariseos “¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿Salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?” Esto traducido en los gestos que tenemos al alcance de las manos, esos que dejamos de hacer por vergüenza o por egoísmo. Esos que quedan solo en buenas intenciones.
La palabra de hoy tiene el poder de derribar esos muros y llevarnos de las buenas intenciones al gesto concreto.
Hoy la invitación está en ponerle rostro, a salir y dar el paso para hacer una obra de bien que te está esperando en esa o esas personas.
¡Buen día! Mientras compartimos la catequesis junto al padre Daniel Cavallo te invitamos a que nos cuentes:¿A quién en concreto podés ayudar hoy? ¡Ponele rostro a los gestos de este día! Posted by Radio María Argentina on miércoles, 20 de enero de 2016
¡Buen día! Mientras compartimos la catequesis junto al padre Daniel Cavallo te invitamos a que nos cuentes:¿A quién en concreto podés ayudar hoy? ¡Ponele rostro a los gestos de este día!
Posted by Radio María Argentina on miércoles, 20 de enero de 2016
La mano que simboliza el trabajo, la creatividad, la iniciativa está atrofiada. Es este hombre enfermos que hoy es tocado y sanado por la gracia de Jesús.
Jesús al curarlo lo impulsa a moverse, a dar un paso, a extender su manos sanando así sus miedos y su inseguridad. Devolviéndole la confianza a quien había leído su corazón. Lo hace experimentar la confianza, la fe en que todo es posible con y desde la fuerza de Dios.
El relato que hoy se nos propone en el primer testamento es el encuentro entre David y Goliat. Ante el filisteo que cree poder vencer, que está seguro de sí mismo es derrotado ante David, un simple y humilde pastor.
Esto nos hace pensar en ¿cuántos Goliat ha enfrentado o nos tocará enfrentar en la vida? Si estamos solo es posible que surja el miedo, la desconfianza. Pero si al igual que David ponemos nuestra confianza en Dios hace que esa situación que nos hacía sentir impotente, ante Su presencia se desploma, se desgrana.
Hacer el bien siempre nivela para arriba. Nos permite ejercitar un corazón que sin medidas hace el bien llevándonos a la santidad. Hacer el bien nos santifica.
Una conducta que a veces pude parecer perezosa o adormecida. Que tal vez opta por el mal o la indiferencia es reformada cuando nos involucramos, cuando buscamos a conciencia elegir hacer el bien. Esto nos acerca a Dios.
Hay una propuesta que nos invita a imitar a Dios y de este modo ensanchar nuestro corazón haciéndolo magnanimo. Que las buenas intenciones se traducen en hechos concretos.
Ésta propuesta del evangelio nos viene bien para no desanimarnos. sobre todo cuando caemos en esos pozo de negros pensamientos y preguntas tales como “¿De que me sirve hacer el bien si el mal lleva la delantera”. Nosotros , en Cristo, sabemos que solo la caridad salvará el mundo.
A lo mejor a lo largo d nuestra vida hemos encontrado a muchos que se dicen cristianos pero que a la hora de actuar se comportan como verdaderos fariseos. Parecen estrellas que brillan en un momento en el cielo y luego se precipitan. Es que si el cimiento no es Dios y solo es la persona misma, todo se desploma, se cae.
Persona a persona 127. Hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino. 128. En esta predicación, siempre respetuosa y amable, el primer momento es un diálogo personal, donde la otra persona se expresa y comparte sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón. Sólo después de esta conversación es posible presentarle la Palabra, sea con la lectura de algún versículo o de un modo narrativo, pero siempre recordando el anuncio fundamental: el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su amistad. Es el anuncio que se comparte con una actitud humilde y testimonial de quien siempre sabe aprender, con la conciencia de que ese mensaje es tan rico y tan profundo que siempre nos supera. A veces se expresa de manera más directa, otras veces a través de un testimonio personal, de un relato, de un gesto o de la forma que el mismo Espíritu Santo pueda suscitar en una circunstancia concreta. Si parece prudente y se dan las condiciones, es bueno que este encuentro fraterno y misionero termine con una breve oración que se conecte con las inquietudes que la persona ha manifestado. Así, percibirá mejor que ha sido escuchada e interpretada, que su situación queda en la presencia de Dios, y reconocerá que la Palabra de Dios realmente le habla a su propia existencia. 129. No hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable. Se transmite de formas tan diversas que sería imposible describirlas o catalogarlas, donde el Pueblo de Dios, con sus innumerables gestos y signos, es sujeto colectivo. Por consiguiente, si el Evangelio se ha encarnado en una cultura, ya no se comunica sólo a través del anuncio persona a persona. Esto debe hacernos pensar que, en aquellos países donde el cristianismo es minoría, además de alentar a cada bautizado a anunciar el Evangelio, las Iglesias particulares deben fomentar activamente formas, al menos incipientes, de inculturación. Lo que debe procurarse, en definitiva, es que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura. Aunque estos procesos son siempre lentos, a veces el miedo nos paraliza demasiado. Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia.
127. Hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana. Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino.
128. En esta predicación, siempre respetuosa y amable, el primer momento es un diálogo personal, donde la otra persona se expresa y comparte sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón. Sólo después de esta conversación es posible presentarle la Palabra, sea con la lectura de algún versículo o de un modo narrativo, pero siempre recordando el anuncio fundamental: el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su amistad. Es el anuncio que se comparte con una actitud humilde y testimonial de quien siempre sabe aprender, con la conciencia de que ese mensaje es tan rico y tan profundo que siempre nos supera. A veces se expresa de manera más directa, otras veces a través de un testimonio personal, de un relato, de un gesto o de la forma que el mismo Espíritu Santo pueda suscitar en una circunstancia concreta. Si parece prudente y se dan las condiciones, es bueno que este encuentro fraterno y misionero termine con una breve oración que se conecte con las inquietudes que la persona ha manifestado. Así, percibirá mejor que ha sido escuchada e interpretada, que su situación queda en la presencia de Dios, y reconocerá que la Palabra de Dios realmente le habla a su propia existencia.
129. No hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable. Se transmite de formas tan diversas que sería imposible describirlas o catalogarlas, donde el Pueblo de Dios, con sus innumerables gestos y signos, es sujeto colectivo. Por consiguiente, si el Evangelio se ha encarnado en una cultura, ya no se comunica sólo a través del anuncio persona a persona. Esto debe hacernos pensar que, en aquellos países donde el cristianismo es minoría, además de alentar a cada bautizado a anunciar el Evangelio, las Iglesias particulares deben fomentar activamente formas, al menos incipientes, de inculturación. Lo que debe procurarse, en definitiva, es que la predicación del Evangelio, expresada con categorías propias de la cultura donde es anunciado, provoque una nueva síntesis con esa cultura. Aunque estos procesos son siempre lentos, a veces el miedo nos paraliza demasiado. Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia.
Presentar la obra de Dios, el acompañar, cuanto bien podemos hacer en esto.
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