25/02/2016 – Dentro de las verdades que forman parte de nuestra vida esta esta realidad de nuestra condición pecadora y frágil que Ignacio viene a mostrarnos al principio para ser redimidos en Cristo. “Él cargó sobre sí nuestras culpas” como dice el profeta Isaías que recordamos en la Pascua. Jesús en la cruz nos regala esa oportunidad. En la cruz y frente a la cruz pedimos dolor por nuestros pecados.
Del punto 55 al 61 del libro de los Ejercicios Ignacianos aparece lo que se llama “El proceso de los pecados actuales”. Se trata de caer en la cuenta del pecado o pecados actuales – sean graves, sean leves o simples imperfecciones- que más nos impiden, aquí y ahora –en este momento de la vida- en nuestra relación personal con Dios nuestro Señor.
Si uno compara esta meditación con las que venimos haciendo en relación a la “vergüenza y confusión de mí mismo” es un paso más en esta condición. Las lagrimas, cuando vienen por la gracia de Dios, son un elemento purificador. San Ignacio cuenta en su biografía en varias oportunidades de “abundantes y crecidas lágrimas” que sus biógrafos aclaran que eran tantas que por ahí debía interrumpir la misa y que pasados los años lo iba encegueciendo. No son lagrimas de culpa, sino gracia de Dios, que nos va tomando el corazón y nos va partiendo el corazón duro.
Por la importancia que las lagrimas tienen para el proceso, Ignacio dice que podemos hacer alguna penitencia para que aparezca la intensa contrición de los pecados. Podemos distinguir entre mortificación y penitencia. En el lenguaje teresiano la mortificación es la muerte a sí mismo y a los propios gustos para que sea la voluntad de Dios. Es la capacidad para no dejarse llevar por el primer impulso interior y estarse humildemente a la expectativa de la obra de Dios. Ese es un proceso de mortificación, de morir a sí mismo. La penitencia, en cambio, dice Herraíz García, son gestos externos que nos ayudan a poder ir exteriormente manifestando nuestra vinculación con el querer de Dios renunciando a gustos y placeres que son legítimos pero queremos privarnos como gesto para no querer seguir sólo nuestro querer. No es siempre, sino en alguna ocasión puntual.
El tiempo de Cuaresma es propicio para ello y nos ayuda mucho, en ese sentido, para evitar algunos gustos que saludablemente disfrutamos. Cada uno sabrá cómo y de qué manera en la privación de algún gusto puede colaborar para ir entendiendo que los caminos de Dios no siempre van directamente en relación a nuestros gustos primeros. El Papa Francisco contó en varias oportunidades que no siempre su primer impresión o impulso era lo más indicado. Por eso siempre necesitamos tener la discreción y discernimiento para sabernos dar cuenta cómo y por dónde nos conduce.
El objetivo de la reflexión de hoy no es prepararse a la confesión general. Lo que queremos hacer es profundizar sobre el peso que el pecado tiene, no por la culpa, sino por el significado que tiene. Por eso pedimos dolor intenso por las ofensas.
Para profundizar en la magnitud del pecado se pide que repasemos tiempos y lugares donde negué a Dios y allí darme cuenta y tomar conciencia que el pecado tiene que ver con cosas concretas, lugares específicos, problemáticas donde mi vida no alcanzó a dar respuesta a mi condición de hijo. Donde no pude señorear la vida y me vi esclavizado de mí mismo, con desórdenes en mi comportamiento o porque no supe establecer los vínculos de alianza con mis hermanos. No es que hemos cometido pecados, sino que somos pecadores, es una constante. Ignacio nos quiere detener en éstas realidades concretas de nuestro pecado para entrar en ésta dimensión en la que nos llama a tener “dolor intenso y lagrimas por los muchos pecados con los que ofendí al Señor”. Pedimos esta gracia contemplando al Cristo de la cruz.
Para tener este dolor y lágrimas de los pecados, puede ayudar mirar de año en año o de etapa en etapa de la vida.
Mirar el lugar y la “casa” donde he habitado; segundo, la conversación que he tenido con otros; el oficio con el que he vivido. Puede ayudar leer despacio la carta a las 7 Iglesias en el Apocalípsis 2,1-23. Allí la comunidad de Juan regala una exhortación de Dios y el arrepentimiento. Podemos quedarnos con una de estas cartas, en la que encontremos más significado y gusto, y allí quedarnos y ahondar pidiendo “dolor y lágrimas por los pecados con que he ofendido a Dios”.
El número 7 significa plenitud y universalidad, por lo tanto, están escritas también para nosotros. Se trata de leerlas intentando descubrir qué parte de ellas, o cuál, ha sido escrita para mí “ejercitante del siglo XXI”. Aquí el Señor por un lado reconoce el camino recorrido y también exhorta para corregir lo que todavía falta ajustar para que el vínculo de alianza sea aún mejor.
Muchos confesores, solemos invitar a los penitentes, a que antes de comenzar a expresar sus faltas, digamos por qué querríamos darle gracias a Dios. Es una manera de entrar al ámbito del pecado por ésta puerta, para después sí a la luz de la obra de Dios, poder ver con claridad desde Él lo que en nosotros no ha sido una respuesta fiel por lo cual merece ser confesado y reparado. Ahí pedimos “dolor y abundantes lágrimas porque por mí va Cristo a la cruz”.
Para logar el objetivo de ésta meditación (dolor y lágrimas por mis muchos pecados con los que he ofendido a Cristo), San Ignacio propone 4 consideraciones:
+ Considerar, primero, el proceso de los pecados, es a saber, traer a la memoria todos los pecados de la vida, mirando de año en año o de tiempo en tiempo; para lo cual aprovechan tres cosas: la primera, mirar el lugar y la casa adonde he habitado; la segunda, la conversación que he tenido con otros; la tercera, el oficio en que he vivido.
+ Ponderar los pecados mirando la fealdad y malicia de cada pecado mortal. No es sólo ponerle nombre sino darme cuenta y considerar (sin enredarme en la culpa) la significación y consecuencias que puede tener esa falta cometida. Puede ser en lo que generó a mi alrededor, sea en el entorno familiar, social, o en lo personal. El pecado básicamente lo que hace es desequilibrarnos y nos nos permite estar puestos en el misterio de la alianza de comunión con el Señor. Estamos siempre amenazados por ello. ¿Cómo reaccionar entonces? Con mucha paciencia y mucho volver a comenzar, hasta que la naturaleza vaya creando una segunda naturaleza y podemos encontrar un nuevo modo.
+ Mirar quién soy yo, el que peca; tomar conciencia de mi pequeñez viendo quién soy en comparación de todos los hombres que existen han existido y existirán (¡uno entre miles y miles de millones!); 2º considerar qué cosa son todos los hombres juntos (los que existen, han existido y existirán) en comparación de todos los ángeles y santos del paraíso; 3º considerar qué cosa es todo lo creado (el universo entero) en comparación de Dios; pues yo solo ¿qué puedo ser?; 4º, mirar toda mi corrupción y fealdad corpórea; 5º, mirarme como una llaga y postema, de donde han salido tantos pecados y tantas maldades y ponzoña tan torpísima.
Es darse a sí mismo la conciencia de que en nosotros hay una realidad de la condición pecadora que si no nos damos cuenta nos lleva por caminos que no queremos. Es un hacernos reaccionar para salir de la ingenuidad de creer que el mal no existe y que no hay pecado en un “relativismo del absoluto”.
+ En cuarto lugar: considerar quién es Dios, contra quien he pecado, según sus atributos, comparándolos a sus contrarios en mí: su sabiduría a mi ignorancia, su omnipotencia a mi flaqueza, su justicia a mi iniquidad, su bondad a mi malicia. Él es Creador, Padre, Salvador, Sabiduría, Omnipotencia, Verdad, etc.
+ En quinto lugar: admirarme con crecido afecto. Como por ejemplo, “¡Qué grande Dios! Cuánta grandeza y te detenés en mi pequeñez”, “¡Cuánto amor tuyo que creando toda la creación te detenés todo el tiempo conmigo!”
Terminar el ejercicio con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor porque me a dado vida hasta ahora, proponiendo enmienda con su gracia para adelante.
1- Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.
2- “Traer la historia” (EE 102) Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir de los datos. Ayudará leer detenidamente y varias veces el pasaje que quiero contemplar: Apocalípsis 2,1-23.
Leer tratando de descubrir cuál de estas cartas – o qué parte de ellas- ha sido escrita para mí.
3- Composición de lugar (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.
4- Formular la petición (EE 104) La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.
Pedir crecido e intenso dolor y lágrimas de mis pecados
5- Reflectir para sacar algún provecho significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.
6- Coloquio a partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.
7- Exámen de la oración
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