26/05/2017 – En torno a las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia católica, profundizamos sobre la condición del hombre varón y mujer y el amor en la reciprocidad en la diferencia al estilo de Dios. Además sobre la naturaleza herida, el pecado, y el modo como Dios nos sale al encuentro.
“Después dijo el Señor Dios: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales de campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre. El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada. Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre». Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne”.
Génesis 2,18-24
Dios, que es amor y el prototipo de comunión, ha creado al hombre como varón y mujer para que conjunta-mente sean imagen de su esencia suya. [369-373,383]
Dios ha hecho al hombre de modo que sea varón o mujer y anhele la plenitud y la totalidad en el encuentro con el otro sexo. Los hombres y las mujeres tienen absolutamente la misma dignidad, pero expresan en el desarrollo creativo de su ser varón o mujer diferentes aspectos de la perfección de Dios.
Dios no es varón ni mujer, pero se ha revelado como padre (Lc 6,36) y como madre (Is 66,13). En el amor del varón y la mujer, especialmente en la comunión del matrimonio, donde varón y mujer se hacen “una sola carne” (Gén 2,24), los humanos pueden intuir algo de la felicidad de la unión con Dios, en la que cada persona encuentra su plenitud definitiva. Así como el amor de Dios es fiel, también el amor del varón y la mujer busca ser fiel; y este amor es creador al modo de Dios, porque del matrimonio brota nueva vida. 260,400-401,416-417. Ser fiel quiere decir que es inalterable, que permanece en el compromiso, y que lo dicho lleva a término.
El amor de Dios nos invita a descubrir en la propia identidad sexual la plenitud a partir del vínculo complementario con el otro sexo, a través del respeto y el compartir.
La Iglesia cree que el hombre y la mujer, en el orden de la Creación, están hechos con necesidad de complementarse y para la relación recíproca, para que puedan dar la vida a sus hijos. Por eso la Iglesia no aprueba las prácticas homosexuales. Pero los cristianos debemos respeto y amor a todos los hombres, con independencia de su orientación sexual, porque todos los hombres son respetados y amados por Dios. [23582359]
No hay ningún hombre sobre la tierra que no proceda de la unión de hombre y mujer. Por eso no podemos hablar de matrimonio homosexual desde la Iglesia, pero sí de unión civil homosexual. Por ello para algunas personas con tendencia homosexual es una experiencia dolorosa no sentirse atraídos eróticamente hacia el otro sexo y tener que echar en falta la fecundidad corporal de su unión, como corresponde en realidad a la naturaleza del hombre y al orden divino de la Creación. Sin embargo, Dios llama con frecuencia por caminos poco comunes: una carencia, una pérdida o una herida -aceptada y consentida- pueden convertirse en el trampolín para lanzarse a los brazos de Dios; de ese Dios que todo lo hace bien y a quien descubrimos aún más grande en la Redención que en la Creación. 415
Dios no quiere que los hombres sufran y mueran. La idea original de Dios para el hombre era el paraíso: la vida para siempre y la paz entre Dios, el hombre y su entorno, entre el hombre y la mujer. [374379,384,400]
A veces sentimos cómo debería ser la vida, cómo deberíamos ser nosotros, pero de hecho vivimos en la discordia con nosotros mismos, estamos determinados por el miedo y por pasiones incontroladas y hemos perdido la armonía original con el mundo y en último término con Dios. En la Sagrada Escritura se expresa la experiencia de esta alienación en el relato del “pecado original”. Adán y Eva tuvieron que abandonar el paraíso, en el que vivían en armonía consigo mismos y con Dios, porque se introdujo el pecado. La fatiga del trabajo, el sufrimiento, la mortalidad y la tentación ante el pecado son señales de la pérdida del paraíso.
En el fondo el pecado es el rechazo de Dios y la negativa a aceptar su amor. Esto se muestra en el desprecio de sus mandamientos. [385390]
El pecado es más que un comportamiento incorrecto; tampoco es una debilidad psíquica. En lo más hondo de su ser, todo rechazo o destrucción de algo bueno es el rechazo del Bien por excelencia, el rechazo de Dios. En su dimensión más honda y terrible, el pecado es la separación de Dios y con ello la separación de la fuente de la vida. Por eso también la muerte es la consecuencia del pecado. Solamente en Jesús comprendemos la inconmensurable dimensión del pecado: Jesús sufrió el rechazo de Dios en su propio cuerpo. Tomó sobre sí la violencia mortal del pecado, para que no nos toque a nosotros. Para ello tenemos la palabra Redención. 224-237,315-318,348-468
El pecado en sentido propio es una culpa de la que hay que responder personalmente. El término “pecado original” no se refiere por tanto a un pecado personal, sino al estado caído de la humanidad en el que nace cada individuo antes de pecar por decisión propia. [388389,402404]
Por pecado original, dice Benedicto XVI, tenemos que entender que “todos llevamos dentro de nosotros una gota del veneno de ese modo de pensar reflejado en las imágenes del libro del GÉNESIS. Esta gota de veneno la llamamos pecado original. [ … ] El hombre no se fía de Dios. Tentado por las palabras de la serpiente, abriga la sospecha de que Dios [ … ] es un competidor que limita nuestra libertad, y que sólo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemos de lado; es decir, que sólo de este modo podemos realizar plenamente nuestra libertad. [ … ] El hombre no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. [ … ] Al hacer esto, se fía de la mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la muerte” (Benedicto XVI, 8.12.2005).
No. Pero el hombre está profundamente herido por el pecado original y tiende a pecar. Sin embargo, con la ayuda de Dios, es capaz de hacer el bien. [405]
No deberíamos pecar en ningún caso. Pero, de hecho, pecamos una y otra vez, porque somos débiles, ignorantes y caemos en la tentación. Por lo demás, un pecado a la fuerza no sería tal pecado, porque el pecado implica siempre la decisión libre.
Dios no se limita a contemplar cómo el hombre se destruye cada vez más a sí mismo y a la creación a través de la reacción en cadena del pecado. Nos envía a Jesucristo, el Salvador y Redentor, que nos arranca del poder del pecado. [410412,420421]
“Nadie me puede ayudar”: esta formulación de la experiencia humana ya no es válida. Llegue a donde llegue el hombre a través de sus pecados, hasta allí ha enviado Dios Padre a su Hijo. La consecuencia del pecado es la muerte (cf. Rom 6,23).
La consecuencia del pecado es sin embargo también la maravillosa solidaridad de Dios, que nos envía a Jesús como amigo y salvador. Por eso al pecado original se le llama también felix culpa: “Oh feliz culpa que mereció tal redentor” (liturgia de la Vigilia Pascual).
Padre Javier Soteras
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