2º Encuentro: El Catequista, compañero de camino

martes, 14 de marzo de 2017

Amigos16

14/03/2017 – En el 2º encuentro del ciclo radial de Catequesis profundizamos sobre el catequista como compañero de camino. Debajo compartimos el material elaborado por el ISCA (Instituto Superior de Catequesis Argentino)

 

Los cinco puntos de este tema:

1- Compañeros de camino en la fe: ¿compañía o acompañamiento?
2- Dejarse acompañar para poder acompañar a otros
3- El catequista, “socio” del Espíritu
4- Cristo es Camino y los primeros cristianos se llamaron así Hch 9,2
5- Compañero de camino junto a sus interlocutores para llevarlos al encuentro con Jesús – Lc 23

Compañeros de camino en la fe: ¿compañía o acompañamiento?

Vamos al diccionario:

Hacer compañía: presencia de una persona al lado de otra para que no esté sola.
Acompañamiento: acción de estar o ir con alguien. Hace referencia a un proceso. No es una acción puntual sino que se prolonga en el tiempo. Ejemplo: el acompañante terapéutico se prepara largamente para ello.

Nuevamente decimos que no se trata de voluntarismo sino de dejar hacer al Espíritu en nosotros para ser buenos compañeros de camino. Volvemos al diccionario: ser compañero viene de cum: es un prefijo que significa ayudar, cooperar, colaborar; y panis: pan es, en casi todas las culturas del mundo, sinónimo de alimento, de hogar, de trabajo, de reunión familiar. De manera que compañero (el cum-panis) es el que comparte el pan y, si pan es vida, compañero es el que comparte la vida.

Podemos recorrer la letra de la canción “Si quieres, te acompaño en el camino” de Eduardo Meana, para revisar las actitudes de catequista compañero de camino:

Dejarse acompañar para poder acompañar a otros

Nadie puede dar lo que no tiene. Decíamos en el tema anterior que el catequista anuncia «Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos también a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo.» (1Jn 1,3). El catequista solo puede ser compañero de camino si se deja acompañar. El Espíritu anima nuestra tarea, nos conduce.
Dice el Directorio Catequístico General (1997) en el nº 137:

«Uno solo es vuestro Maestro, Cristo » (Mt 23,10). Jesús cuidó atentamente la formación de los discípulos que envió en misión. Se presentó a ellos como el único Maestro y al mismo tiempo amigo paciente y fiel; su vida entera fue una continua enseñanza; estimulándoles con acertadas preguntas les explicó de una manera más profunda cuanto anunciaba a las gentes; les inició en la oración; les envió de dos en dos a prepararse para la misión; les prometió primero y envió después el Espíritu del Padre para que les guiara a la verdad plena y les sostuviera en los inevitables momentos de dificultad. Jesucristo es « el Maestro que revela a Dios a los hombres y al hombre a sí mismo; el Maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, que habla, exige, que conmueve, que endereza, juzga, perdona, camina diariamente con nosotros en la historia; el Maestro que viene y que vendrá en la gloria ». En Jesucristo, Señor y Maestro, la Iglesia encuentra la gracia trascendente, la inspiración permanente, el modelo convincente para toda comunicación de la fe.»

Un modelo de Catequista….compañero del camino… somos “socios” del Espíritu en la tarea de la catequesis. De la lectura del texto podemos extraer algunas actitudes del catequista para acompañar.

En esta clave de acompañamiento podemos detenernos un poco en la relación que tenemos los catequistas que nos reconocemos:

Con Dios ————————– llamados por Él
Con Cristo ———- ————–parte de su misión
Con la Iglesia——————— dentro de la Iglesia
Con el Espíritu ——————- movidos por el Espíritu
Consigo mismo —————— buscando la madurez humana
Con los hermanos ————— servidor de todos
Con otros catequistas ———- en comunión

El catequista, “socio” del Espíritu

Seguimos reflexionando en base al Directorio

«138. En la escuela de Jesús Maestro, el catequista une estrechamente su acción de persona responsable con la acción misteriosa de la gracia de Dios. La catequesis es, por esto, ejercicio de una « pedagogía original de la fe ».

La transmisión del Evangelio por medio de la Iglesia es, ante todo y siempre, obra del Espíritu Santo y tiene en la revelación el fundamento y la norma básica, tal como se decía en el primer tema.

Pero el Espíritu se vale de personas que reciben la misión de anunciar el Evangelio y cuyas capacidades y experiencias humanas entran a formar parte de la pedagogía de la fe.

Es bueno ver cómo Jesús forma a sus discípulos y pensar que también hace eso con nosotros:

  • los cuida y los acompaña como amigo paciente y fiel
  • les enseña con su vida
  • los interpela para explicarles en profundidad sus enseñanzas
  • los envió de dos en dos a prepararse para la misión
  • les promete y envía el Espíritu del Padre para que los guie
  • se presenta ante ellos como el Maestro que salva, santifica y guía
  • camina diariamente con los hombres en la historia

 

Damos un paso más: uno de los dones del Espíritu es el consejo. El catequista también puede hacerlo, a la luz de la Palabra:
Aconsejar: decir a otro lo que debe hacer o lo que es mejor para él.

Según el Cardenal Carlo María Martini,  es una obra de misericordia que intenta mirar con amor la extrema complejidad de las situaciones humanas concretas:

«Aconsejar no es un acto meramente intelectual; es una obra de misericordia que intenta mirar con amor la extrema complejidad de las situaciones humanas concretas. Ciertamente debemos proclamar la exigencia evangélica, pero ésta, si lo es, siempre es compasiva, alentadora, buena, humilde, humana, filantrópica, paciente. Esta característica del acto de aconsejar no la encontramos con tanta frecuencia en la Iglesia. Al contrario, a veces tropezamos con consejos, o incluso decisiones, que carecen del toque de humanidad típico de Jesús. Jesús sabía adaptarse con amor a las situaciones, sabía encontrar el momento adecuado. Si a la hora de aconsejar existe la actitud misericordiosa, se evitarán muchos pseudoconflictos, porque de nada sirve el manto de la justicia si no va acompañado por la virtud de la prudencia. El que aconseja en la comunidad tiene que tener un gran sentido del consejo como don. Si es un don, hay que pedirlo en la oración y no podemos presumir que lo tenemos. Como tal, debemos acercarnos a él con desapego, puesto que no procede de nosotros, sino que nos es dado. El consejo no es un arma de la que puedo servirme para condenar a los demás; es un don que está al servicio de la comunidad, es la misericordia de Dios que actúa a través de mí. Es verdad que pasa por mi racionalidad —la prudencia es la racionalidad de la acción— pero también atraviesa el movimiento amoroso, consolador, del Espíritu Santo, que produce sensibilidad, confianza, caridad.»

(Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997, p8-9)

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Cristo es Camino y los primeros cristianos se llamaron así Hch 9,2

Muchas veces hemos dicho que la catequesis no es dar clase sino que implica un proceso, un itinerario y nuestra tarea como catequistas es acompañara los otros en ese camino.

Camino es el nombre que Jesús se da a sí mismo.

«No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy». Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14, 1-6)

Los discípulos le hacen a Jesús una pregunta vital, una pregunta que todos nos hacemos: ¿cuál es el camino? Y por eso la afirmación categórica del Señor: “Yo soy el camino” Es muy fuerte el término, tanto que los primeros cristianos se llamaban así, como nos lo recuerda el libro de los Hechos:

«Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres.» (Hch 9, 1-2)

“Seguidores del Camino” y es en ese Camino donde Pablo es cautivado por el Señor

Compañero de camino junto a sus interlocutores para llevarlos al encuentro con Jesús

Resuena en nuestro corazón la Palabra y por eso uno de los mejores títulos con que podemos describir lo que somos es: compañeros de camino… del Camino y de los hermanos, en el camino de la fe. Una experiencia difícil pero con la Gracia seguramente que será fecunda y podamos colaborar a continuar el plan de Dios.
Podemos pensar en una analogía comparando esto con el recorrido de una ruta desconocida. Cuando uno transita un largo camino lo va descubriendo de a poco: las curvas, los cruces peligrosos, los lugares más angostos, etc. En el camino encontramos señales que tenemos que atender e interpretar bien. Sabemos adónde queremos llegar pero no conocemos la ruta en su totalidad. “Desde abajo” el camino se presenta incierto, si pudiéramos verlo “desde arriba”, con un drone por ejemplo, veríamos la totalidad de la ruta y la perspectiva es otra totalmente distinta. Entonces lo vemos en plenitud, como una obra acabada y descubrimos el sentido hacia dónde vamos.

Lo mismo pasa con el proyecto de Dios y lo que nosotros vamos construyendo en lo cotidiano. Podemos recordar aquí un hermoso relato adaptado por el Lic Luis M. Benavides de un cuento de autor desconocido:

«El bordado de Dios

Cuando era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de ella y le preguntaba qué estaba haciendo. Ella me respondía que estaba bordando.

Yo observaba el trabajo de mi mamá desde una posición más baja que donde estaba sentada ella, así que siempre me quejaba diciéndole que, desde mi punto de vista, lo que estaba haciendo me parecía muy confuso. Ella me sonreía, miraba hacia abajo y gentilmente me decía:

—Hijo, ve afuera a jugar un rato; cuando haya terminado mi bordado, te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo acabado.
Me preguntaba: ¿por qué ella usaba algunos hilos de colores oscuros? y ¿por qué, desde donde yo estaba, todo me parecía tan desordenado?

Unos minutos más tarde, escuchaba la voz de mi mamá diciéndome:

—Hijo, ven y siéntate en mi regazo.

Yo lo hacía de inmediato. Al instante, me sorprendía y emocionaba al ver la hermosa flor o el bello atardecer en el bordado. ¡No podía creerlo; desde abajo se veía tan confuso! Entonces, mamá me decía:

—Hijo mío, desde abajo se veía confuso y desordenado, pero no te dabas cuenta de que arriba existía un plan. Había un diseño previo, solo lo estaba siguiendo. Ahora míralo desde mi posición y sabrás lo que estaba haciendo…

Muchas veces, a lo largo de los años he mirado al Cielo y he dicho:
—Padre, ¿qué estás haciendo?
Él responde:

—Estoy bordando tu vida.

Entonces yo le replico:

—Pero se ve tan confuso, es un desorden. Los hilos parecen tan oscuros, ¿por qué no son más brillantes?

El Padre parecía decirme:

—Mi niño, ocúpate de tu trabajo y yo, haciendo el mío. Un día te traeré al cielo, te pondré sobre mi regazo y verás el plan desde mi posición. Entonces, entenderás…»

Adaptado de autor desconocido

Ese plan permitido y querido por Dios es para nuestro bien y nuestra salvación. Plan desentrañado en su totalidad solo desde la mirada de su creador. Nosotros, simples agujas entretejiendo hilos enhebrados por Él. ¿Qué dirección seguiremos? ¿Qué camino abandonaremos? Como catequistas ponemos nuestra confianza en el Gran Bordador de nuestra historia, le pedimos la gracia de seguir construyendo el Reino, a veces sin entender que ese diseño está exclusivamente imaginado para cada uno de nosotros, desde toda la eternidad, con un amor perpetuo y fiel.

Con esta confianza asumimos con alegría nuestra misión de ser compañeros de camino de nuestros interlocutores para facilitarles el encuentro con Jesús.

TEXTO PARA REFLEXIONAR:

Carta del arzobispo de Buenos Aires y Primado de la Argentina, cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, a los catequistas

 

“Nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro,
para que se vea bien que este poder extraordinario
no procede de nosotros, sino de Dios.” 2° Corintios 4,7

 

Queridos catequistas:

Durante todo este año, estamos intentando, como Iglesia Arquidiocesana, cuidar la “fragilidad de nuestro pueblo” haciéndolo incluso tema y estilo de la misión arquidiocesana.

En esta línea, quisiera que también el tema de la “fragilidad” esté presente en la carta que año tras año les escribo con motivo de la Fiesta de San Pío X, patrono de los catequistas.

En el 2002 los invitaba a reflexionar sobre la misión del catequista como adorador, como aquél que se sabe ante un misterio tan grande y maravilloso que lo desborda hasta convertirse en plegaria y alabanza. Hoy me animo a insistirles en este aspecto.

Ante un mundo fragmentado, ante la tentación de nuevas fracturas fraticidas de nuestro país, ante la experiencia dolorosa de nuestra propia fragilidad, se hace necesario y urgente, me animaría a decir, imprescindible, ahondar en la oración y la adoración. Ella nos ayudará a unificar nuestro corazón y nos dará “entrañas de misericordia” para ser hombres de encuentro y comunión, que asumen como vocación propia el hacerse cargo de la herida del hermano. No priven a la Iglesia de su ministerio de oración, que les permite oxigenar el cansancio cotidiano dando testimonio de un Dios tan cercano, tan Otro: Padre, Hermano, y Espíritu; Pan, Compañero de Camino y dador de Vida.

Hace un año les escribía: “…Hoy más que nunca se hace necesario adorar para hacer posible la projimidad que reclaman estos tiempos de crisis. Sólo en la contemplación del misterio de Amor que vence distancias y se hace cercanía, encontraremos la fuerza para no caer en la tentación de seguir de largo, sin detenernos en el camino…”

Justamente el texto del Buen Samaritano (Lc 10,25-37) fue el que iluminó el Tedeum del 25 de mayo de este año. En el mismo invitaba a “resignificar toda nuestra vida -como personas y como Nación- desde el gozo de Cristo resucitado para permitir que brote, en la fragilidad misma de nuestra carne, la esperanza de vivir como una verdadera comunidad…”

Anunciar el Kerygma, resignificar la vida, formar comunidad, son tareas que la Iglesia les confía de un modo particular a los catequistas. Tarea grande que nos sobrepasa y hasta por momentos nos abruma. De alguna manera nos sentimos reflejados en el joven Gedeón que ante el envío para combatir ante los madianitas se siente desamparado y perplejo ante la aparente superioridad del enemigo invasor (Ju 6,11-24). También nosotros, ante esta nueva invasión pseudocultural que nos presenta los nuevos rostros paganos de los “baales” de antaño, experimentamos la desproporción de las fuerzas y la pequeñez del enviado.

Pero es justamente desde la experiencia de la fragilidad propia en donde se evidencia la fuerza de lo alto, la presencia de Aquél que es nuestro garante y nuestra paz.

Por eso, me animo en este año a invitarte a que con la misma mirada contemplativa con la cual descubres la cercanía del Señor de la Historia, reconozcas en tu fragilidad el tesoro escondido, que confunde a los soberbios y derriba a los poderosos. Hoy el Señor nos invita a abrazar nuestra fragilidad como fuente de un gran tesoro evangelizador. Reconocernos barro, vasija y camino, es también darle culto al verdadero Dios.

Porque sólo aquel que se reconoce vulnerable es capaz de una acción solidaria. Pues conmoverse (“moverse-con”), compadecerse (“padecer-con”) de quien está caído al borde del camino, son actitudes de quien sabe reconocer en el otro su propia imagen, mezcla de tierra y tesoro, y por eso no la rechaza. Al contrario la ama, se acerca a ella y sin buscarlo, descubre que las heridas que cura en el hermano son ungüento para las propias. La compasión se convierte en comunión, en puente que acerca y estrecha lazos.

Ni los salteadores ni quienes siguen de largo ante el caído, tienen conciencia de su tesoro ni de su barro. Por eso los primeros no valoran la vida del otro y se atreven a dejarlo casi muerto. Si no valoran la propia, ¿cómo podrán reconocer como un tesoro la de los demás?

Los que siguen de largo a su vez, valoran su vida pero parcialmente, se atreven a mirar sólo una parte, la que ellos creen valiosa: se saben elegidos y amados por Dios (llamativamente en la parábola son dos personajes religiosos en tiempos de Jesús: un levita y un sacerdote) pero no se atreven a reconocerse arcilla, barro frágil. Por eso el caído les da miedo y no saben reconocerlo, ¿cómo podrán reconocer el barro de los demás si no aceptan el propio?

Si algo caracteriza la pedagogía catequística, si en algo debería ser experto todo catequista, es en su capacidad de acogida, de hacerse cargo del otro, de ocuparse de que nadie quede al margen del camino. Por eso, ante la gravedad y lo extenso de la crisis, ante el desafío como Iglesia Arquidiocesana de comprometernos en “cuidar la fragilidad de nuestro pueblo” te invito a que renueves tu vocación de catequista y pongas toda tu creatividad en “saber estar” cerca del que sufre, haciendo realidad una “pedagogía de la presencia”, en el que la escucha y la projimidad no sólo sean un estilo sino contenido de la catequesis.

Y en esta hermosa vocación artesanal de ser “crisma y caricia del que sufre” no tengas miedo de cuidar la fragilidad del hermano desde tu propia fragilidad: tu dolor, tu cansancio, tus quiebres; Dios las transforma en riqueza, ungüento, sacramento. Recordá lo que juntos meditábamos el día de Corpus: hay una fragilidad, la Eucarística, que esconde el secreto del compartir. Hay una fragmentación que permite, en el gesto tierno del darse, alimentar, unificar, dar sentido a la vida.

Que en esta fiesta de San Pío X, puedas en oración presentarle al Señor tus cansancios y fatigas, como la de las personas que el Señor te ha puesto en tu camino. Y dejes que el Señor abrace tu fragilidad, tu barro, para transformarlo en fuerza evangelizadora y en fuente de fortaleza. Así lo experimentó el Apóstol Pablo:

“Estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.” 2° Corintios 4,8-10

Es en la fragilidad donde somos llamados a ser catequistas.La vocación no sería plena si excluyera nuestro barro, nuestras caídas, nuestros fracasos, nuestras luchas cotidianas: es en ella donde la vida de Jesús se manifiesta y se hace anuncio salvador. Gracias a ella descubrimos los dolores del hermano como propios. Y desde ella, la voz del profeta se hace Buena Nueva para todos:

“Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que están desalentados: «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios!… Él mismo viene a salvarlos!».

Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos; entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo, los acompañarán el gozo y la alegría, la tristeza y los gemidos se alejarán.” Isaías 35, 3.5

Que María, nos conceda valorar el tesoro de nuestro barro, para poder cantar con ella el Magníficat de nuestra pequeñez junto con la grandeza de Dios.

No dejes de rezar por mí para que también viva esta experiencia de límite y de gracia. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide. Con todo cariño.

21 de Agosto de 2003, Cardenal Jorge Mario Bergoglio, s.j., arzobispo de Buenos Aires

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